Un hombre, o mujer, con mañanas es aquel que tiene destreza, habilidad, artificio, astucia, sagacidad, ardid y hasta un tanto de ingenuidad para hacer alguna tarea u oficio dentro de su colectivo o su entorno íntimo. Y quien carezca de esas habilidades, pues, afronta muchos inconvenientes para su sobrevivencia física, incluso, y mejor ni hablar de quien no sabe enamorar e ignora cómo hacer las otras faenas vinculantes. Por ejemplo, si ese caballero, o dama, que habita en la segunda década del siglo XXI, está solo en territorio aislado y debe obligatoriamente encender una fogata para llamar la atención o prepararse algún alimento, o darse calor o ahuyentar a los animales de la zona. Si no lo hace, si no lo logra, está en auténticos aprietos porque no tiene la habilidad para encender una hoguera como, supuestamente, sí lo hicieron los hombres de las cavernas y de donde habría arrancado la sinuosa historia de todos los seres humanos.
Unipersonal
Pero unas toneladas de mañas aplicó el argentino Damián Dreizik al lograr crear su unipersonal La maña y tenerlo, durante más de tres años, en la escena del intenso y culto Buenos Aires, para mostrar desde ahí una situación, con metáforas incluidas, que puede afrontar cualquier espectador o lector de esta crónica crítica.
Se trata, pues, de un monólogo donde un hombre (encarnado en Caracas por el periodista y actor Manuel Trotta, de 26 años) que obsesionado con las dimensiones, además del color, el sabor y el sonido del mar, naufraga en aguas dudosas. Se encuentra solitario en una isla y tiene que sobrevivir, pero su vital tarea se ve entorpecida por un obstáculo: no tiene mañas, no sabe como resolver algunos problemas y es incapaz de frotar correctamente, o con la habilidad debida, dos ramas secas y sacar de ahí el ansiado fuego prometeico para sobrevivir, ante lo cual se entrega a un denso monologo interior que lanza hacia el público, porque de teatro se trata, y al final enloquece tratando de recibir o darle afecto a una piedra que lo acompaña. Ese hombre sin maña actúa o vive, para decirlo mejor, a través de una situación del mejor teatro del absurdo y gracias a su delirante discurso pendula por entre naufragios amorosos, urbanos, casi todos provocados por la ausencia de “eso” que hay que darse para ser un sobreviviente feliz cuando le corresponda: maña.
La maña fue vista y degustada en Buenos Aires por Manuel Trotta y Joel Novoa Schneider. Se enamoraron de la pieza y lograron los respectivos permisos del autor. Regresaron a Caracas y comenzaron a ensayarla, después de un trabajo conjunto de adaptación, pero el primogénito de los cineastas José Ramón Novoa y Elia Schneider escapó hacia Los Ángeles, donde estudiará cine, y quedó encargado Jesús Delgado, líder del grupo Emergente, para sacar adelante el montaje con el trabajador intérprete Manuel. Vinieron los precisos ensayos y Elia Schneider, que además es teatrera y docente de las buenas, en aquello de la dirección de actores, asumió una asesoría que ahora se aprecia en el montaje, el cual hace temporada en la sala Cabrujas, de Los Palos Grandes.
Metáforas
Vimos en dos oportunidades La maña caraqueña. En el estreno, detectamos las metáforas que propone el autor: la existencia del ser humano en la sociedad moderna donde se desenvuelve esta en peligro por los avances tecnológicos y ante la incapacidad para aprehenderlos, y la otra, más básica, se centra en el hombre contemporáneo, que una vez más, está solo y no tiene quien le ayude hasta que se ve obligado a sobrevivir con lo que tiene o con lo que pueda inventar, como si estuviera en la época cavernícola de nuevo.
En la segunda función, apreciamos como el autor también plantea un juego teatral preñado de notas humorísticas inteligentes, cuyas reglas y significados se los pone el mismo espectador, sin necesidad de complicarse la vida, pero también pululan aquellos interrogantes existenciales, que están de moda en el mundo filosófico desde los años 50 del siglo XX, aunque existen en el mundo de los seres humanos desde que estos descubrieron la muerte y comenzaron a buscar la maña para intentar superarla y hasta dominarla, tarea en la cual llevan una lucha de casi un millón de años.
No es, pues, un juego para público bobo, nada de eso. Es una invitación a reflexionar sobre lo que está pasando con las sociedades actuales y como los seres humanos están acosados por factores mediáticos y hasta de control social que quieren y logran imponerle todo y hay de aquel que pretenda saltárselos o evadirlos.
También, La maña da una diversión sana y elemental sobre un náufrago que perece en una isla solitaria porque no puede prender el fuego prometeico, pero antes cuenta todas sus vicisitudes y reitera su amor ultrapatriótico al terruño. No es por lo tanto un espectáculo que deja indemne al público, porque lo conflictúa y lo hace pensar, y hasta reírse nerviosamente, porque lo de aquel náufrago le puede ocurrir mañana y no precisamente en una isla.
Espectáculo
El director Jesús Delgado logra un equilibrado montaje, cuya duración no supera los 55 minutos, donde muestra en un espacio circular a un hombre joven y barbudo, semivestido con un sucio pantalón kaki, tratando de hacer fuego con los dos palitos. La tensión dramática del personaje, apuntalada en su soliloquio y sus acciones físicas, crea una atmósfera hiperrealista que no deja ni parpadear al angustiado espectador. Lo obtenido, además de conmovedor, merece o cosecha unas cuantas risas nerviosas de la audiencia general, las cuales denotan el impacto del trabajo escénico y en particular la entrega de Manuel Trotta para obtener a su bordeline personaje.
Delgado, que además ha logrado conducir con éxito a su agrupación, con la cual ha mostrado varios espectáculos, asegura que no es fácil trabajar una comedia sobre una dicotomía entre lo que puede ser la supervivencia en el mundo contemporáneo frente a la supervivencia elemental. “Y como en estos tiempos tan vertiginosos lo realmente importante de la esencia del vivir se ha desvalorizado. Es un poco la situación de muchas personas que por la velocidad con que se mueve la dinámica de nuestros tiempos, simplemente se dejan llevar y en vez de vivir la vida, la vida los vive a ellos”.
Humores
Hace ocho años, el autor, actor y director Damián Dreizik (ahora con 45 años), que es todo un personaje importante del mundo teatral sureño, dio unas declaraciones a La Nación, de Buenos Aires, las cuales editamos aquí para que el público venezolano las conozca y pondere.
- ¿Su técnica es poner siempre la punta del compás en el absurdo?
-Trabajo mucho con los lugares comunes. Porque una de las claves del humor está en la identificación. Y justamente en los lugares comunes, que todos repetimos, encuentro cosas muy divertidas. Por ejemplo, ¿qué es tirar la casa por la ventana? Me divierte construir algo desde ahí.
-¿Piensa mucho en una teoría del humor?
-No doy clases de comicidad ni enseño a hacer reír. Uno tiene que descubrir cuál es la gracia que le va. Después a eso se lo puede aceitar, entrenar. Pero sí me gusta reflexionar sobre el humor. Porque hay muchos humores, no uno solo. Hay gente que se ríe de una cosa y gente que se ríe de otra. El tema también es ir más allá del humor, de la risa. Si lo pensás, la situación es fuerte: ¡te pagan para que vos los hagas reír!