jueves, septiembre 15, 2005

Copenhague en Caracas

La bomba atómica fue inventada en las universidades europeas y norteamericanas. Después comenzó una endemoniada carrera entre Estados Unidos, Alemania y Japón para ver quien la fabricaba y la utilizaba primero en objetivos militares, civiles e industriales en contra de sus rivales. Washington lo hizo y lanzó tres artefactos -destruyeron a Hiroshima y Nagazaki, y la refinería Tsuchizaku- para iniciar, desde aquel nefasto agosto de 1945, la era del terror nuclear
Al principio fue el predominio atómico unipolar de Estados Unidos y después se convirtió en tragicómica competencia con otras siete naciones para ver quién lograba reunir las armas más potentes y jugaba a sobrevivir después a una conflagración con tales engendros tecnológicos.
De esta manera, uno de los descubrimientos más trascendentales de la ciencia, como es el control de la desintegración del átomo, se transformó en una apocalíptica espada de Damocles que amenaza la vida humana y vegetal de todo el planeta. Ahora, lo único que se puede hacer para anular el poderío acumulado es concertar la paz, como lo recomendaba Albert Einstein, acuerdo pacifista que estará siempre sobre la cuerda floja y podrá romperse cuando algún gobernante megalómano decida zanjar sus diferencias ideológicas o desacuerdos comerciales con el vecindario y utilice una o varias de las letales bombas, a riesgo de recibir una contundente respuesta. ¡Será el final de todo!
Gracias a Copenhague, excelente pieza teatral del británico Michael Frayn, la cual hace temporada en la Sala de Conciertos del Ateneo bajo la correctísima dirección de Héctor Manrique y con las estupendas actuaciones de Juan Manuel Montesinos, Alejo Felipe y María Cristina Lozada, los venezolanos podrán conocer ciertos detalles íntimos de cómo se gestaron las primeras atómicas a partir de una historia real y las deducciones que el dramaturgo hizo, tras exhaustiva investigación, de las relaciones de amistad que mantuvieron, hasta la muerte, los científicos Niels Bohr (judío danés) y Werner Heisenberg (alemán) .
En Copenhague, texto que debería ser llevado al cine por toda la historia del contexto ahí acumulada, como es la Segunda Guerra Mundial y sus epílogos, se revela, una vez más, la maldad que los seres humanos llevamos por dentro, ese deseo de ser dioses o demonios, sin medir las consecuencias de tales locuras. Bohr y Heisenberg tenían en sus manos los mecanismos teóricos que permitían la creación de las primeras bombas, bien para Estados Unidos o Alemania. Los nazis perdieron esa competencia y quedó la duda de si fue por una deslealtad o una crisis ética de Heisenberg, o porque Bohr sí tuvo todo el apoyo final para armar la primera atómica en el laboratorio de Los Álamos. Que uno haya sido bueno o malo el otro, ya no importa.¡Lo único cierto es que todos los científicos le fallaron a la humanidad y crearon un Frankestein con el cual habrá que dormir hasta que llegue la hora del Juicio Final!
Es cruel lo que enseña la metáfora de Copenhague. Aquellos espectadores que ignoren lo que es el átomo y sus interioridades, así como el infierno que encierra, podrán disfrutar de la habilidosa puesta en escena y de las actuaciones, donde hay un desconocido Montesinos (Heisenberg) jugando a ser el bueno de esa tragicomedia, un Felipe (Bohr) empeñado en salvar a la ciencia por encima de las debilidades humanas y una Lozada (Margarita) como mediadora del choque de trenes de esos dos hombres que se jugaron el futuro de la humanidad. Este espectáculo, de puro texto, con tres de los mejores actores que tiene el teatro venezolano actual, es una lección de trabajo digno, constante y único, como lo está haciendo Héctor Manrique, quien a sus 43 años ha montado 20 obras y actuado en 30.
A 60 años de las primeras muertes colectivas con armas atómicas, la humanidad asiste aterrada a otro experimento científico que podrá ser igual de nefasto o peor que lo que hicieron los sabios atómicos. Y es la competencia que hay entre varios laboratorios para la utilización de embriones humanos o células madres, en supuestas curas milagrosas de enfermedades degenerativas u obtener seres perfectos, o clones que podrían ser dedicados a muchos fines, supuestamente altruistas. Pero es casi seguro que no será así y nadie debe extrañarse de que mañana aparezca alguna arma biológica para dominar a tal o cual sector del planeta. ¡Dios nos salve!

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