jueves, enero 12, 2006

Erótico

La temporada teatral 2006 avanza tímidamente. Hasta hoy, sólo una pieza destaca en la cartelera. Se trata de la revista musical erótica ¡Oh,Caracas!/El otro lado de tu cama la cual se exhibe en la sala Anna Julia Rojas, del Ateneo, donde se estrenó el pasado 15 de diciembre, y la cual, por los vientos que soplan, o por la demanda del público, permanecerá hasta finales del próximo marzo.
¡Oh, Caracas! es un audaz experimento del productor Esteban Trapiello y del director artístico Rodolfo Drago, con los respaldos técnicos del coreógrafo Henry Landa y el músico Jorge Spiteri. Se hizo para darle a los venezolanos un espectáculo que rememora al exógeno montaje ¡Oh, Calcuta! creado a partir de una idea del crítico Ken Tynan, el cual además de causar furor en el Reino Unido y Estados Unidos a lo largo de los años 70 y 80, el cual se escenificó aquí en una ajustada versión, donde participaron, entre otros, Agustín Torrealba y Haydé Balza.
Pero este producto cultural del siglo XXI es otra cosa. Se trata de una plausible aventura artística, cuya concepción teórica es de Trapiello, la cual se inició con siete escritores, 12 cantantes y una cantante, cuya duración escénica se acercaba a las tres horas. Pero al cabo de un mes, ¡oh, maravilla de las tijeras!, el espectáculo quedó reducido a 90 minutos, con menos autores y actores. Despiadada poda que ni el mismo Carlos Giménez en sus mejores tiempos habría realizado por los riesgos que se corren en depuraciones de esa índole.
Se podría decir, una vez más, que la confrontación del montaje original con el público que lo vio hasta el 30 de diciembre, además de la autocrítica del productor y el director, ayudó a depurar la puesta en escena, al tiempo que se eliminaron dos cuadros y despidieron a tres actores. El nuevo -y esperamos que sea el definitivo- ¡Oh,Caracas! tiene los cuadros de Javier Vidal (”Desnudos en el hall”, el mejor de todos, y es el que le da la clave reflexiva sobre la razón o la sinrazón del desnudo artístico), Johnny Gavlosky, José Gabriel Núñez y Atamaica Nazoa (toda una diestra erotómana), además de los agudos entremeses de Armando José Sequera, y una serie de correctas coreografías con actores bailarines y dos intervenciones del talentoso cantante joven Keiser.
No es fácil hacer una revista musical erótica en Venezuela. No abundan los autores capaces o interesados en producir textos auténticamente eróticos, ni tampoco cunden los actores y actrices dispuestos a desnudarse en un escenario por detalles que no son morales sino simplemente estéticos, los cuales van desde las dimensiones anatómicas hasta la estética del desnudo como tal; esto, por supuesto, es más complejo entre los varones, pero no sucede lo mismo con las mujeres, quienes gracias a las cirugías y los implantes apropiados pueden cambiar notablemente sus medidas, entre otras cosas.
Después de haber visto dos funciones de la primera versión y una de la segunda, hay que reconocer que la gran revelación ha sido la aplomada y creativa dirección artística lograda por Rodolfo Drago, veterano actor y director de comedias que se estaba reservando para este montaje erótico, pues tuvo que crearle didascalias a los textos, capacitar el elenco a lo largo de cuatro meses y, por si fuera poco, darle el ritmo ágil y sin alteraciones que exige un revista musical, la cual está orientada, fundamentalmente, a impactar los sentidos del público con el lenguaje erótico, las situaciones comprometidas y los desnudos frontales y traseros del elenco.
Este ¡Oh,Caracas! ha servido también para ponderar el mercado de actores y actrices dispuesto a desnudarse... siempre y cuando haya una oferta salarial atractiva, lo cual es un bálsamo para las críticas moralistas y un pago para unas cuantas correcciones estéticas. Lo que resulta aleccionador de este experimento artístico es que pone en tela de juicio la capacidad de los escritores criollos para crear textos verdaderamente eróticos, ya que la mayoría no superan los niveles de los programas cómicos de televisión. Creíamos que la dramaturgia criolla era más solvente en sus temas y en sus técnicas, pero no es así. Al parecer, los niveles de exigencia no eran precisamente los de escribir para espectáculos donde el erotismo fuese el lenguaje básico. ¡Los tiempos cambian!

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