viernes, julio 21, 2006

Javier Vidal,el autodidacta

A Javier, el bebé catalán de Jaime y Rocío Pradas de Vidal, nacido en Barcelona, el 13 de abril de 1953, lo trajeron en el “Monte Altuve”, un barco de carga mixta, durante el enero de 1955. En Caracas alumbraron a Silvia, su única hermana.
Ahora, a los 53 años, el venezolano Javier Vidal Pradas -desposado con Julie Restifo y felices progenitores de Jan (17) y Josette (13)- es todo un señor primer actor, además dramaturgo con obra propia y articulista temido. Él, rebobinando su memoria, reconoce que su “vida pública” comenzó escribiendo, en la revista Suma, crítica teatral en 1971, cuando lo llamó el negrazo Porfirio Rodríguez para formar el jurado del Premio Juana Sujo. “Yo era casi un niño y tú ya estabas ahí. Después el ‘grup escenic’ del Centro Catalán me contrató como director. En el ‘círculo de críticos’ conocí a Ibrahim Guerra y este me propuso actuar en Los peces del acuario. Al principio me negué. No soy actor -le dije - ‘pero estás en personaje’-me ripostó. Donata Andreutti, mi novia de entonces, me terminó de convencer -‘a ti te gusta el teatro, acepta y déjate de zoquetadas’-. Acepté y así empecé mi carrera teatral profesional”.
-¿Qué escuelas frecuentó? ¿Hay un tanto de autodidactismo, si se tiene en cuenta que es comunicador social?
-Sí, soy de la promoción de 1975, en la Ucab, de Comunicación Social. Durante el último año ya estaba más en los escenarios teatrales que en las aulas. Mi profesor de teatro fue Marcos Reyes Andrade. Era una materia y era pura teoría. Soy completamente autodidacta. Nadie me enseñó a actuar, mucho menos a dirigir o escribir. Aprendí a ser un hombre de teatro pateando las tablas, con mucha pasión... con mucha pureza, aunque no lo crean. Sin embargo, Ugo Ulive e Isaac Chocrón me marcaron.
-¿Sus primeros pasos fueron con Pilar Romero, Ibrahim Guerra o José Simón Escalona?
-Yo era “el pez dorado” de Los peces del acuario, de José Gabriel Núñez. Ibrahim dirigía, Pilar estaba de actriz, al igual que Carmen Messutti, y José Simón era el encargado de la banda sonora, que se manipulada en cinta magnética. Con Pilar terminé empatándome para luego cortar, algo distinto pasaría con Ibrahim; sin embargo, en el ‘78 volvimos a juntarnos todos, incluyendo a la Messutti en Lástima que sea una puta, de John Ford. Después nos volvimos a atomizar pero continuó, hasta el sol de hoy, nuestra amistad y nuestro respeto mutuo. Al regresar yo de Nueva York, en 1979, fundé el grupo Autoteatro en la Ucab, con Julie Restifo y Marco Antonio Ettedgui.
-¿Por qué ahorca los hábitos del diarismo y se adentra en la escena, especialmente en la televisión?
-Desde el ‘75 hasta el 80 estuve en el diarismo. En las páginas culturales de El Universal con Sofía Ímber. La calidad se impuso. Yo era mejor en las tablas que en el diarismo. Sin embargo, allí en ese año nació mi columna “Diario en gerundio”, la cual ahora mantengo en este vespertino y sale todos los lunes. Abrí la sección de cultura en el Observador Venezolano en el año ‘81 y no he dejado de hacer radio... es decir, si bien no he seguido con el diarismo, jamás he abandonado mi cualidad periodística. Sigo siendo un cómico, sigo siendo un periodista y dices bien, la televisión fue la que se impuso en mi última decisión. Pagaban muy bien, pero exigía un tiempo que no podía compartir.
-¿Qué reflexión le merece su pasantía por la televisión? ¿Es tan mala como dicen o los malos son los gerentes?
-La televisión para mí no es una pasantía. Es una profesión de la cual aún no estoy dispuesto a declinar. Es un ambiente duro y no siempre hermoso. Sin embargo, llegué a ser un mejor actor de teatro gracias a la televisión. La TV te impone un reto diario de improvisar frente al rigor exigente de la perfección del teatro. Los gerentes son otras fieras que están en otras jaulas. Con ellos hay que demarcar territorio: ‘No cruce la raya que yo no cruzaré la suya. Estamos en canales diferentes’. Ellos están pendientes de una cosa y nosotros de otra. Arte e industria. Es un complemento que no debe confundirse con una comunión. Como un matrimonio de alianza. No hay amor, es un negocio, así que tratemos de vernos lo menos posible en la taza. Nuestra televisión espeja a su pueblo y cuando el pueblo es quien decide no es una democracia, es la peor de las dictaduras. A las pruebas me remito.
-¿Qué ha pasado con la dramaturgia?
-En el Teatro Trasnocho se lleva a cabo un ciclo de mi dramaturgia, los domingos por la mañana. Se han escogido seis piezas mías dirigidas por seis directores diferentes. El ciclo se cierra con una que aún no se ha estrenado, y que levantará telón en enero del 2007, bajo mi dirección y con las actuaciones de Julie Restifo y Rafael Romero: Tal para cual. Pero antes, a finales de agosto, el grupo Rajatabla estrenará Trastos viejos, la cual escribí en el ‘98.
-¿Cómo se explica que la institución fundada por Carlos Giménez, en 1971, le monte ahora una pieza?
-Muestra que los cambios existen más allá de lo que impone el paso del tiempo. Creo que él, esté donde esté, me deberá estar mandando un guiño con su sonrisa muda. Carlos Giménez siempre quiso concretar mi entrada en el Rajatabla de una manera u otra, pero nos parecíamos demasiado. Siempre estuvimos peleados, pero en el fondo nos atraíamos. El odio partía de un profundo amor que sólo se expresaba a través del “bisturí de cuatro filos”, como diría Federico García Lorca. La pieza la dirige José Domínguez, quien fuera miembro de Autoteatro y la actúa Germán Mendieta, otrora miembro del Theja, acompañado por Paco Alfaro, quien conectó inmediatamente con mi obra. Estuve en una lectura y están estupendos. Magistrales. Para mí es uno de los mejores regalos para celebrar mis 35 años escénicos. Sé que, en un tiempo más corto que largo, el Theja y el Rajatabla se hermanarán para un proyecto escénico de envergadura. No lo declaro, lo intuyo.
-¿Cuántas caracterizaciones lleva hasta ahora en teatro, televisión y cine?]
-He actuado en 44 piezas teatrales y unas 35 veces en la televisión. En cine hice, por ahora, nueve roles y como director he montado 33 obras. Y hasta ahora he escrito 14 piezas.
-¿Cuál es su juicio sobre el estado actual del teatro venezolano?
-Tú lo sabes mejor que yo. El Estado ha desaparecido en el régimen que más dinero ha manejado para la cultura. El teatro más vivo es el privado, el independiente o el mal llamado comercial. ¿Es comercial? ¡De bolas! ¿De qué va a vivir el cómico? ¿Es de arte? Pues sí, todo el arte que somos capaces de hacer los artistas y puede resistir el público. Antes el pueblo buscaba excusas para llorar, ahora las busca para reír. Un pueblo con hambre quiere risas para llenar el vacío de su estómago. El público quiere reírse viendo televisión y teatro. Ahora todo es pura risa. La tragedia ha muerto, ¡Viva la tragedia!
-¿Qué pasa con su personaje en Los navegaos? ¿Se siente cómodo, al saber que es un ser de carne y hueso que inspiró al autor Isaac Chocrón?
-“Juan” es una belleza de personaje, porque aún es de carne y hueso. No tiene las aristas de ese Reverón, “el loco de Macuto”, a quien reinventé en escena, pero sí una tetradimensionalidad escénica que provine del factor “tiempo presente”. Los Navegaos es una pieza que tiene más “mar de fondo” que de “la mar querida”. Es una extraña comodidad que jamás pisa el confort.
-¿El Theja por donde navega?
-Sigue navegando. Abrimos el Festival Nacional de Teatro, en el Municipal el 2 de agosto, con Autorretrato de artista con barba y pumpá, de Cabrujas. El 18 de agosto estrenamos TR3S, piezas breves de Escalona (Marí Queras), Chalbaud (Preguntas) y la mía (Yamal, el anticuario) dirigidas por mí. Cerramos en noviembre con La importancia de ser Franco, de Oscar Wilde, versión musical de The importance of being Earnest, que también dirijo. Para el año que viene Escalona nos sorprenderá con La Celestina, que ya empezó a versionar para el grupo. ¡Y sigue navegando!

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