miércoles, noviembre 29, 2006

Las 60 Caricias a la venezolana

Dairo Piñeres ha necesitado 11 años de prácticas y de estudios para ir definiendo su ya envidiable estilo, el cual le permite transformar un texto dramático en un evento teatral dentro de un espacio convencional o en la calle. Pero ahora ha mostrado su maduración como puestista con la pieza Caricias, de Sergi Belbel, la cual exhibió a lo largo de este año 2006 en tres temporadas. Comenzó en el Celarg en enero y la llevó en dos ocasiones a la sala Horacio Peterson. Hizo 60 funciones y cree, porque todavía no ha hecho las respectivas sumas, que unas cuatro mil personas se la aplaudieron.
¿Que hizo con Caricias? Magia y de la buena, ya que mantuvo sobre la cuerda floja el equilibrio estético de un impactante teatro erótico -que no es pornográfico- dirigido a las libidos de espectadores y espectadoras, pero sin caer en los preciosismos estéticos de utilizar actores y actrices de fibrosos cuerpos y otros detalles visuales. Se atrevió además a mostrar una versión teatral de un texto que se llevó al cine, con gran factura, gracias al director Ventura Pons.
Piñeres partió del texto original y se propuso trabajar con seis actores y cinco actrices vestidos (o desvestidos) con interiores, pantaletas y sostenes blancos (de esos que no dejan nada a la imaginación de la audiencia), para demostrar el valor y el placer de las caricias entre los seres humanos, algunas cargadas de sensualidad y otras solamente el mero contacto físico afectuoso que dice más que mil palabras.
Caricias, pues, es el coherente desfile de 11 desconsolados y solitarios personajes diversos, habitantes de una urbe, atrapados en sus rutinas monótonas o anodinas. Pero no dejan de ser personas, con emociones en el closet o no aún descubiertas, pero con urgentes necesidades de amar, aunque sin saber cómo ni dónde ni con quien. No buscan amor, ese que se expresa a través del sexo, aunque también lo anhelan. No tiene por qué darse sólo entre hombres y mujeres. De hecho, puede ser el de madre o padre e hijo o hija, la amistad, el de hombre y hombre o mujer y mujer. Y, en algún caso, hasta mezclan, sin nunca caer en la complacencia ni apuntar al escándalo, varios de los elementos en liza, incluido el incesto sugerido. ¡Nada adecuado para pacatos!
Bien, todo eso, y mucho más gracias a la calidez de los intérpretes criollos, se materializa en una caja escénica a la italiana, vestida de blanco. Lo que ahí se muestra le revuelve el alma a cualquier espectador por la dureza de las palabras y la violencia de las situaciones. Nadie debe olvidar que es una representación teatral con jóvenes venezolanos que se han superado a si mismos y ellos también reclaman su derecho a exhibirse, tal como son, por dentro y por fuera.
No es, un montaje artificioso, pero sí es un espectáculo netamente actoral, donde se logra no sólo desnudar la esencia de una realidad muy dura, pero a la vez muy cotidiana y natural, y mostrarla con una metáfora poética sobre la fragilidad de los humanos, especialmente cuando están desnudos y ante decenas de pares de ojos. ¡Bravo!

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