jueves, noviembre 09, 2006

Potestad regresó a escenarios venezolanos

De las dictaduras no queda nada bueno, salvo unas cuantas obras públicas, erigidas además como obvios monumentos a la corrupción, y miles de desaparecidos. Pero cruelmente, diríamos nosotros, incitan a que las artes se desarrollen para que no desaparezca la memoria y después con la historiografía se exhiba el ejemplo de lo que no se deberá hacerse nunca jamás.
Recordamos esto porque como consecuencia del último régimen tiránico argentino (1976-1983) quedó una sólida dramaturgia que sí explica los errores de los “milicos” que pretendían gobernar para siempre. Una de esas piezas es Potestad (1987) del gran dramaturgo Eduardo “Tato” Pavlovsky, la cual se ha estado exhibiendo aquí en Venezuela, desde 2004, durante varias temporadas, gracias al grupo Teatro del Secadero, de la ciudad Mar del Plata.
No es un panfleto contra las dictaduras o todas aquellas democracias fuertes que violan los derechos humanos y desaparecen a sus rivales. No. Es más que eso. Es un inteligente alegato, utilizando la metáfora del suceso argentino, para proponerle a los espectadores una profunda reflexión sobre los males que sufren nuestras sociedades, como lo son la hipocresía, la falta de solidaridad y el egoísmo de todos los seres humanos. Se trata de un impactante espectáculo que, en sólo 55 minutos, da una clase magistral sobre el tema de la represión, la tortura y la desaparición de personas en Argentina, desde la óptica de un ex represor.
Es la saga de Eduardo, médico militar, que se llevó la bebita de una pareja de “terroristas” masacrados y la crió, con su esposa, haciéndola pasar como si fuese hija propia. Pero un día, los verdaderos familiares vinieron por ella y en el “hogar feliz” se instauró la culpa y la desazón del amor filial perdido, y vino la ruina de una patria potestad ilegítima que lleva lentamente a la locura o la muerte adelantada a ese matrimonio que no pudo engendrar a sus hijos. Es una advertencia de que eso no debe repetirse por ninguna razón, que a los niños se respeta y que la semilla no se toca, porque no tienen culpa de los aciertos o los desatinos de los padres.
Ahí se muestra al ser humano desnudo, tratando de pasarla bien en su duro camino hacia la muerte. No es un espectáculo que abra debates ideológicos como tal ni tampoco pretende ser una pieza que, pese a la temática que aborda. No hace análisis de la patología social ni acusa a ciertos sectores políticos argentinos bien identificados y con mucho poder.
Potestad exhibe al represor sufriendo tanto o igual como lo que sufrieron sus rivales ideológicos. Y podríamos escribir muchas cosas más pensando en el espectador venezolano joven, ese que debe estar al tanto, porque la “bestia humana” anda suelta y cualquier día puede dar sus zarpazos.
Potestad, con la excelente y militante perfomance de Mario González, dirigido por Mónica Marchini, se despide mañana, a las siete de la noche, desde la Casa del Artista. Pero irá al Festival Internacional de Teatro de Occidente, en Guanare, para dar una lección sobre ese horror que no debe materializarse nunca más en este continente.

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