sábado, octubre 11, 2008

Teatro antibarbarie

Sus ancestros biológicos provienen de Polonia y Moldavia, pero su idiosincrasia, además de sus vitales cargas afectivas, y su presente son las de un caraqueño, o pastoreño por más señas, desde 1959. “Cuando nací, ya los británicos Beatles estaban cambiando la música pop del mundo, y para mi madre, que vino a Venezuela cuando aún no había cumplido un añito, la mejor vida transcurría entre las esquinas de Dos Pilitas y del Cuartel San Carlos”.
Es Johnny Gavlovski Epelboim, teatrero y psicólogo, trabajador cultural de bajo perfil, pero con suficientes y comprobados méritos como para no pasar desapercibido en ninguna de sus dos profesiones. No obstante, por ahora, prefiere hablar de sus artes escénicas, cuya pasión es una herencia recibida de sus progenitores, ya que recién ha ganado el concurso Obras de Teatro del Mundo, dedicado en su primera edición a Venezuela y auspiciado por la compañía Actors of the World, por su pieza La última sesión. El jurado internacional, instalado en Londres, se enamoró de “su sólida estructura y su ritmo vertiginoso, de su problemática actual y porque es auténticamente venezolana”.
La última sesión aborda un problema ético sobre los derechos humanos. Propone una serie de consideraciones sobre lo que es capaz de hacer un hombre cuando los límites se pierden. Para su creación se guió por una frase de Arthur Schopenhauer que siempre lo ha hecho reflexionar: “El hombre es un animal salvaje y terrible, le conocemos tal como ha sido domesticado por aquello que llamamos civilización, pero una vez que desaparecen las cadenas de la ley, dando paso a la anarquía, se presenta como realmente es”.
Ese pensamiento del filósofo alemán, lo vio materializado durante el deslave del estado Vargas, en aquel siniestro diciembre de 1999, cuando sorprendieron a dos hombres violando en un asilo a unos niños con Síndrome de Down. “Eso nunca pude entenderlo. Es el horror en escena. Así nació La última sesión, como un intento de entender esa barbarie. Me inspiré en vivencias personales y en testimonios de supervivientes, para así confrontar al público con situaciones límites de honda reflexión ética. Ahora mi texto será traducido al inglés y montado en la capital del Reino Unido, durante la temporada de 2009”.
Su contacto con el teatro comenzó desde muy pequeño en el colegio y siempre le llamó la atención toda la parafernalia que hay que poner en marcha para representar una pieza. Sus maestros fueron los mejores: Juan Carlos Gené, Carlos Giménez, Herman Lejter, José Ignacio Cabrujas, Gladys Cáceres, Horacio Peterson e Ibrahim Guerra.
“Ellos siempre estuvieron allí para enseñar, escuchar y darme la guía que necesitaba. He sido muy afortunado de aprender de esos educadores, a quienes siempre agradeceré, porque en estos momentos el teatro es parte del aire que respiro. Es una de mis maneras de sentirme vivo, pero, aclaro, no vivo del teatro. Hasta ahora he escrito 20 piezas, 15 han sido escenificadas y seis fueron galardoneadas. El vuelo, Puentes rotos, Concierto para tres silencios, Habitante del fin de los tiempos, Ruido de piedras y La última sesión, han sido las premiadas”.
No se ha quedado dormido ante el premio en Londres y para eso ya trabaja con los actores Gonzalo Velutini y Oscar Carballo porque montará su texto Hola, tu. “Es todo un reto, será un cambio total con todo lo que he hecho hasta ahora. Estoy muy entusiasmado... y también con otras cosas que vienen por ahí... de las que prefiero hablar después”.
Él, como otros teatreros, está preocupado porque en Venezuela se representan muy pocas obras de sus dramaturgos. Cree que ese delicado problema es consecuencia de la falta de una política de incentivos, por parte del Estado, y porque, hoy en día, en las escuelas de teatro son mínimas las posibilidades de que un joven pueda estudiar dramaturguia. “Hace falta una toma de conciencia por parte de todos nosotros y además hay que proponer y ejecutar proyectos desde nuestros propios grupos o lugares de trabajo”.
Rechaza al teatro sin dramaturgia, ese que carece de una estructura dramática, “porque sería como un cuerpo sin columna vertebral y todo se limitaría a una representación escénica. No puede existir un teatro sin texto, porque hasta el silencio que es una forma de comunicarse, necesita de la estructura dramática. Ahí está el caso de la venezolana directora de teatro y cine Elia Schneider que lo ha demostrado infinidad de veces con sus espectáculos”.
Retroalimentación
Johnny -hijo menor del polaco Arturo Gavloski y la moldava Ina Epelboim- como psicoanalista y psicólogo clínico ha recibido varios galardones internacionales por tan complejas especialidades profesionales. Reconoce que ha logrado conjugar el arte teatral con la ciencia que estudia las conductas humanas, porque así se lo propuso desde un principio. “Haberlo logrado es uno de mis mayores logros, fue siempre una meta de vida. La psicología y el teatro sé retroalimentan. No es una o el otro. Van de la mano. Eso fue lo que siempre quise lograr. Y lo disfruto”.

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