jueves, marzo 26, 2009

Llegó la hora del teatro venezolano

José Tomás Angola es caraqueño de pura cepa, nacido en la Clínica Razetti de La Candelaria, en 1967. Desde que tiene memoria la escritura es su pasión. Incluso en 1982, siendo apenas un adolescente, ganó su primer premio literario en un concurso nacional de cuentos para estudiantes de bachillerato. Fue en la Universidad Católica Andrés Bello, mientras cursaba Comunicación Social, cuando empezó a tomar contacto con el teatro y tres personas fueron claves para encauzar su vocación: Marcos Reyes Andrade, Patricia Guzmán y Javier Vidal. Los tres fueron sus profesores y de alguna manera, quizá sin ellos saberlo, lo comprometieron con el quehacer teatral. “En la UCAB escribí mis dos primeras piezas nunca estrenadas para fortuna de los auditorios. Después de graduarme, en 1989, me acerqué a dos artistas que me ayudaron mucho para que pudiera dar el salto al teatro profesional: Carlos Sánchez Romero y Gerardo Blanco, fundadores del Grupo Bagazos. Con esta agrupación debuté como actor en 1991 con Cupo limitado de Tomás Urtusástegui y estrené, en 1992, Los seres sobre las camas y, en 1993, Las cartas de Gabriel, que son formalmente mi presentación en los escenarios como dramaturgo y director”, puntualiza este teatrero que ahora es noticia porque prepara el estreno de la comedia Chirimoya Flat, el próximo 15 de abril.
-¿Por qué el teatro?
-El teatro es una de las formas de expresión artística más contundentes y demoledoras del hombre. No por nada fue el primer género literario de la humanidad. Los griegos hicieron teatro antes que poesía. De los anfiteatros helénicos surgieron todas las formas que se han desarrollado en la literatura. A pesar de esa vocación especial por el escenario, me considero un escritor a secas, no un dramaturgo, ni un poeta, ni un novelista, un escritor que enfrenta cada género desde lo que el tema, la emoción y la búsqueda demanden. En el teatro me formé autodidactamente y mi principal interés en este arte siempre ha sido la dramaturgia. El oficio de director fue un accidente inevitable pues para un autor que comenzaba era muy difícil conseguir a alguien que quisiera arriesgarse con textos de un desconocido. La dirección me obligó a redefinir mi enfoque hacia el teatro, a comprender la tríada que se forma entre el texto, el actor y el espectador, verdadera y necesaria estructura sobre la que se levanta todo el arte teatral. Dirigir me ha permitido descifrar la mecánica del diálogo y de la acción y trabajar casi con misticismo en el complejo asunto de escudriñar el sentimiento humano.
-¿Pero usted también trabaja para la televisión?
-La televisión es el medio que me permite sobrevivir. Escribir telenovelas, si bien no es escritura literaria, es una labor que brinda las herramientas de la disciplina de la creación. Hay que entregar capítulos para grabar se esté o no de ánimo. La maquinaria de la producción es inclemente y los argumentos de que "no estoy inspirado" o "no tengo el swing" se deben sublimar para encontrar los caminos hacia el sentimiento. Uno desarrolla recursos para conectarse primariamente con la afectividad. Emociones como la ternura, la tristeza, la pasión tienen que evocarse desde los ángulos más fácilmente descifrables para cualquier público. La televisión es una escuela invalorable para las demás escrituras que se asuman. Siempre pongo el ejemplo de que en la telenovela uno debe ser un escritor de cuño universal pues se escribe para una señora en San Fernando de Apure pero también para un estudiante griego en Atenas. Así de enredada y demandante se ha vuelto la globalización.
-¿Cuántas obras escritas y cuántas representadas?
-Tengo sobre las 15 obras escritas, de las cuales se han publicado cuatro y se han estrenado nueve. Ando en la búsqueda por el teatro vivencial y espiritualmente venezolano, que trascienda la frontera del pintoresquismo y me permita confeccionar un lenguaje de honda y universal venezolanidad. Quizá por eso siento que de alguna forma soy heredero de las banderas que, en los años cincuenta, Arturo Uslar Pietri, Ramón Díaz Sánchez, Alejandro Lasser y Guillermo Meneses levantaron por el teatro de aliento nacional.
-¿Qué pasó con su internacionalización?
-La internacionalización se ha dado a la velocidad que el mundo permite. Obtuve un premio de teatro breve en Valencia, España, en el 2005, que me permitió la exposición en varios escenarios y ante artistas de la talla de Pepe Sancho, Rudolf Sirera o Fernando Arrabal. España por cierto ha sido un país especialmente cercano a mi obra. He publicado allá dos libros, uno como parte del premio que gané y otro por el interés de la editorial Padilla Libros, de Sevilla. De resto he participado con mi grupo, La Máquina Teatro, en el Festival de Arte Contemporáneo de Manzanillo, en México, y algunas de mis piezas han sido motivo de lecturas dramatizadas en Estados Unidos, España y Canadá, siempre en el ámbito universitario, más por el afán que tienen esos centros de descubrir el nuevo teatro latinoamericano que por curiosidad sobre lo que hago, si soy honesto y modesto. De todas maneras uno sigue intentándolo y trabajando y Dios dispondrá lo que suceda.
-¿Qué criterios aplica para escribir teatro y cuáles utiliza a la hora de la representación?
-En Venezuela los dramaturgos viven con el terrible dilema de supeditar su creación a la factibilidad de la representación. La crisis económica, que ya es endémica en nuestros escenarios, condiciona los recursos que se emplean en las piezas, la cantidad de actores, los requerimientos de escenografía y vestuario. De allí que nos tropecemos en las salas con infinidad de obras que se basan en monólogos o espacios unidimensionales y vacíos. Yo intento escapar de ese callejón y prefiero no estrenar a tener que cercenar mi derecho a una representación digna o artística. De allí que tenga varios años sin estrenar una pieza de mi autoría (la última fue La serpiente en el templo que presenté en el 2003 en el Celarg, la Casa del Artista y el Festival de Teatro de Oriente). La razón para esto no es la soberbia sino que no he contado con los recursos financieros para hacer una temporada como se merece el texto pues, como siempre ha sido en el grupo, no trabajamos con dinero del Estado. Desde ese estreno del 2003 he escrito dos obras más: Bombarderos sobre Londres, que obtuvo el premio en España y fue publicada, y Sociedad Anónima, que duerme en la espera del estreno. También adelanto un proyecto muy ambicioso y único que se llama Matria y es una deconstrucción histórica de Venezuela desde las voces femeninas de todos los tiempos.
“Asumo los textos que dirijo fijándome en la potencialidad escénica y la capacidad que entrañan para comunicar ideas y emociones. Obviamente tenemos en La Máquina Teatro una filosofía, unas creencias, una manera de entender el mundo, el país y todo el teatro que sea afín a esa visión entra dentro de lo escenificable por nosotros. Es vital qué decir y cómo decirlo en nuestra percepción del arte. Estética sin ética es un vacío fatuo e inútil”.
-¿Cómo llega a Chirimoya Flat, cómo decide representarla y además que hará con ese espectáculo?
-Chirimoya Flat es una obra que vengo trabajando desde el 2003 cuando Eduardo Casanova, su autor y una suerte de pater literario, me la entregó. En su estado original era una criatura barroca y atemorizante. Poseía los cinco actos, que hoy en día tiene, pero alcanzaba las casi 80 páginas, lo que la hacía irrepresentable para los estándares teatrales venezolanos. No tenemos auditorios que estén preparados para ver obras de cuatro horas de duración, en la vera del teatro clásico. Entonces nos pusimos a trabajar con cierta intermitencia. Hubo, hace dos años, un primer intento por hacerla. Allí se sumó Levy Rossell al proyecto y en calidad de actor. Por circunstancias financieras la obra se tuvo que posponer y eso nos permitió seguir trabajando en el texto. La obra, que se verá en el Colegio Emil Friedman, representa la versión 30. Lo sé porque personalmente llevo el conteo de las versiones que Eduardo escribió tras cada comentario o revisión que le sugería. Esta ha sido una experiencia única pues pocas veces un director logra hacer tal llave con el autor y pude incorporar correcciones y aportes al texto original. Una vez que tuvimos el texto en la mano tuve que convencer a toda La Máquina Teatro para producirla. No era para menos. Es un montaje costosísimo para nuestros recursos y sólo aseguraría un margen de éxito si lo acompañábamos de un elenco de primeras figuras. Empezamos a tocar puertas, visitar a amigos, hablar con actores. Recuerdo que al principio nos sentamos con figuras como Antonio Delli, Claudia Nieto, Emilio Lovera y poco a poco fuimos confeccionando un elenco que no sólo pudiera, sino que sintiera con especial afecto este proyecto. Y lo logramos. Laureano, Crisol, Levy y Cayito constituyen la avanzada del casting pero también están Luis Carreño, José Manuel Vieira, Liliana Meléndez, Ramón Goliz, José Roberto Díaz y el Mago Sandro a quien decidimos sumar no sólo por su vis cómica y su talento sino también por buscar el aporte de la magia al espectáculo. Musicalmente conformamos un sexteto de estructura inusual y muy extraña y que le dará una sonoridad diferente y única: dos violines, una viola, un cello, una flauta y un cuatro.
“Por lo difícil que ha sido armar el elenco estamos forzados a cumplir funciones muy puntuales y únicas, por lo que quienes tengan la oportunidad de asistir a una de ellas no lo dejen pasar. Esperamos llevarla al interior y hacer otra temporada siempre en los límites de lo que sería una semana”.
-¿Cuál es su opinión sobre el estado actual del teatro venezolano, por dónde avanza y por donde se derrumba?
-El teatro venezolano está en estado catatónico. Pareciera que no reacciona ante la avanzada exterminadora que contra él han emprendido. El teatro es libertad, es disentimiento, es diferencia y es respeto y pluralidad. Todos estos valores son por supuesto la antítesis de lo que sus enemigos quieren. Parecemos un campo de batalla lleno de cadáveres y fierros retorcidos. Pero en medio de esa imagen dantesca se levanta, mecido por la brisa y el humo de los cañones, el tallo de una margarita, como en aquel pasaje hermoso de Sin novedad en el frente de Erich Marie Remarque. Por muy salvajes que sean, nadie podrá acabar con la creación teatral. Va en las venas de todos los seres humanos. Ahora lo vemos. Nuevas generaciones o nombres consagrados, todos buscando espacios alternativos, construyendo escenarios de la nada, inventando sin ningún apoyo. Muchos se quedarán en el camino pero otros surgirán y los más aprenderán a convertir la crisis en oportunidad. Ya lo estamos viendo. Este es el tiempo del teatro. Del hacer, del soñar, del crear. Ahora cuando más difícil es. Ahora, cuando pensar se ha vuelto un delito. Ahora… ahora… ahora llegó la hora del teatro.

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