Por comunista, por predicar su homosexualidad y por ser además el poeta más popular de los republicanos, los franquistas lo fusilaron durante la madrugada del 18 de agosto de 1936. Su cuerpo, junto a los cadáveres del inspector de tributos Fermín Roldán y el restaurador Miguel Cobo, así como los de los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, fueron lanzados a una fosa común. Están cerca de la fuente, en el camino que lleva de Viznar a Alfacar, a la izquierda. Es un olivar pequeño, al lado de un barranquillo, cerca de un olivo, a tan sólo diez metros de la carretera. Allí están, casi debajo del olivo, como lo contó Manuel Castilla, el hombre que enterró a Federico García Lorca y sus cuatro compañeros de martirio.
A 73 años de esos crímenes, las autoridades españolas están escarbando esa tumba colectiva para recuperar las osamentas e identificar a quienes pertenecieron. Será el momento para que García Lorca alcance el monumento funerario que hasta ahora le han negado. Dejará de ser un desaparecido y su tumba será, una más entre otras de perenne denuncia contra los fascistas de ayer, de hoy y de mañana. Contra aquellos que con las balas y los insultos pretenden matar la inteligencia y la sensibilidad que nos diferencian de los animales.
Y es precisamente el fantasma irredento de Garcia Lorca el que se materializa en el espacio escénico de la Sala Horacio Peterson, de Uneartes, para con su trágica presencia recordar y requete denunciar miles de desapariciones forzadas ocurridas entre 1936 y 2009, causadas por dictaduras y democracias fuertes o débiles al estilo latinoamericano.
Una realidad que azotó y azota a muchas naciones y que el espectador podrá verse documentada en escena, gracias a Desaparecidos, el texto de Luis Villegas que da carne y sangre a este ambicioso espectáculo que Daniel López ha creado. Estrujante propuesta donde se hilvanan música, video y teatro para dar cuerpo a tres sagas paralelas que desembocan en un punto común: el drama desgarrador alrededor de todo lo que implican las desapariciones forzadas de aquellos que desafían a la tiranía irracional del poder, sea de origen democrático o dictatorial.
Villegas se basó en la novela El furgón de los locos, de Carlos Liscano, relato autobiográfico de un luchador social en prisión, representante de una romántica generación uruguaya de los años 70, quien estuvo preso durante 13 años, a manos de la dictadura cívico-militar de esa nación sureña. La pieza, que no está ambientada en época y en lugar definidos, resulta universal al poner en evidencia las diversas perspectivas de una patetica realidad en muchos países de América y del mundo, donde fueron y siguen pululando las víctimas de desapariciones forzadas y torturas, delitos que ahora son considerados de lesa humanidad. El montaje también recuerda y provoca la reflexión sobre lo que es la vida y la libertad, la dignidad del ser humano y la esperanza de una vida mejor.
Sorprende la agudeza crítica y satisface el comportamiento ideológico de este joven dramaturgo, quien, además, actúa con corrección junto a la veterana Ingrid Muñoz y los esmerados jóvenes Mariana Calderón y Carlos Alberto Núñez.
La verdad es que los desaparecidos no desaparecerán de la faz del planeta hasta que haya cambiado la sociedad, hasta que las diferencias entre los seres humanos no hayan sido superadas con algo más que un poco de sabiduría, hasta que el hombre actual no haya culminado su evolución. Por ahora hay que estar alerta para que no cundan los desaparecidos en nombre de tal o cual credo político o predicamento sociocultural, para que los crímenes de odio cesen y no hayan más excluidos…aunque sea en el teatro…el único rincón que nos queda `para pensar en libertad.
A 73 años de esos crímenes, las autoridades españolas están escarbando esa tumba colectiva para recuperar las osamentas e identificar a quienes pertenecieron. Será el momento para que García Lorca alcance el monumento funerario que hasta ahora le han negado. Dejará de ser un desaparecido y su tumba será, una más entre otras de perenne denuncia contra los fascistas de ayer, de hoy y de mañana. Contra aquellos que con las balas y los insultos pretenden matar la inteligencia y la sensibilidad que nos diferencian de los animales.
Y es precisamente el fantasma irredento de Garcia Lorca el que se materializa en el espacio escénico de la Sala Horacio Peterson, de Uneartes, para con su trágica presencia recordar y requete denunciar miles de desapariciones forzadas ocurridas entre 1936 y 2009, causadas por dictaduras y democracias fuertes o débiles al estilo latinoamericano.
Una realidad que azotó y azota a muchas naciones y que el espectador podrá verse documentada en escena, gracias a Desaparecidos, el texto de Luis Villegas que da carne y sangre a este ambicioso espectáculo que Daniel López ha creado. Estrujante propuesta donde se hilvanan música, video y teatro para dar cuerpo a tres sagas paralelas que desembocan en un punto común: el drama desgarrador alrededor de todo lo que implican las desapariciones forzadas de aquellos que desafían a la tiranía irracional del poder, sea de origen democrático o dictatorial.
Villegas se basó en la novela El furgón de los locos, de Carlos Liscano, relato autobiográfico de un luchador social en prisión, representante de una romántica generación uruguaya de los años 70, quien estuvo preso durante 13 años, a manos de la dictadura cívico-militar de esa nación sureña. La pieza, que no está ambientada en época y en lugar definidos, resulta universal al poner en evidencia las diversas perspectivas de una patetica realidad en muchos países de América y del mundo, donde fueron y siguen pululando las víctimas de desapariciones forzadas y torturas, delitos que ahora son considerados de lesa humanidad. El montaje también recuerda y provoca la reflexión sobre lo que es la vida y la libertad, la dignidad del ser humano y la esperanza de una vida mejor.
Sorprende la agudeza crítica y satisface el comportamiento ideológico de este joven dramaturgo, quien, además, actúa con corrección junto a la veterana Ingrid Muñoz y los esmerados jóvenes Mariana Calderón y Carlos Alberto Núñez.
La verdad es que los desaparecidos no desaparecerán de la faz del planeta hasta que haya cambiado la sociedad, hasta que las diferencias entre los seres humanos no hayan sido superadas con algo más que un poco de sabiduría, hasta que el hombre actual no haya culminado su evolución. Por ahora hay que estar alerta para que no cundan los desaparecidos en nombre de tal o cual credo político o predicamento sociocultural, para que los crímenes de odio cesen y no hayan más excluidos…aunque sea en el teatro…el único rincón que nos queda `para pensar en libertad.