lunes, noviembre 16, 2009

Para no olvidar a Romeo Costea

Los homenajes cuando son merecidos tienen que ser en vida y no cuando el inevitable mutis es ya un eterno presente. Así lo pensaron en la embajada de la República de Francia y por intermedio de la Alianza Francesa organizaron un sensible evento para exaltar la labor de un teatrero rumano que siempre ha estado ligado a las actividades culturales galas, pero fundamentalmente las venezolanas.
Sobre ese valioso y auténtico trabajador cultural debemos recordar que él, junto a su madre Caterina, rezó dos veces la novena a San Antonio para rogar aunque fuese un sólo milagro: enrolarse en la tripulación de un barco y salir así desde Rumania, donde nació el 14 de enero de 1922, en Braila. Él asegura que el santo sí lo escuchó: fue aceptado para tareas muy específicas en el buque Transilvania, pues hablaba muy bien el francés y el inglés, y logró así embarcarse en el puerto de Constanza; atracó el 11 de julio de 1948 en Marsella. Desertó y el 14 de julio lo festejó en París. ¡Era libre y su destino lo podía decidir!
Nunca se imaginó lo que sería su vida en las siguientes seis décadas, ni que viajaría al continente americano para dejar una huella cultural en un país petrolero. Ese fue el otro milagro que le hicieron. Ambos los ha disfrutado y ha sido feliz, no lo niega.
En la Universidad de la Sorbona continuó sus estudios teatrales, iniciados en Bucarest; trabajó con Marcel Marceau y en la Comedia Francesa. Emprendió, hacia 1950, una serie de giras internacionales. Eso mismo año fundó su propia agrupación y se presentó en el Theatre de Poche en 1952; luego hizo lo mismo durante 1953, en el Theatre de la Huchette, sala que después ocupó, el para entonces “desconocido” rumano, Eugene Ionesco con su pieza La cantante calva.
A raíz de una prolongada huelga obrera se quedó sin espacio para exhibirse y es por eso que Romeo Costea optó por venir a Caracas de vacaciones, invitado por unos familiares. Compró un boleto en el buque italiano Auriga y el 23 de diciembre de 1953, desembarcó en La Guaira, para nunca más irse, aunque en septiembre de 1960 hizo una breve incursión por Nueva York y logró montar la pieza The Year of the Census de John Hopper, en el Teatro La Mamma. No quiso ser inmigrante en la ciudad de los rascacielos y retornó a la cálida Caracas.
Se adaptó a la vida caraqueña, tras aprender el castellano, y es en junio de 1955 cuando presenta al grupo Compás, con el apoyo de la embajada francesa por intermedio de su instituto cultural. Una agrupación que dio el ejemplo con su incesante y atinado trabajo artístico, haciendo énfasis en la producción y exhibición, durante continuas temporadas, de los maestros del teatro galo como Moliere, Marivaux, Cocteau y Musset; además de lo más representativo de su vanguardia: Ionesco, Tardieu, Adamov y Westphal, entre otros. Incluyó una selección del teatro rumano y otros autores universales como Cervantes, Casona, Pirandello, Mihura y, por supuesto, a lo más destacado de la dramaturgia venezolana: Arturo Uslar Pietri, Alejandro Lasser, José Gabriel Núñez, Sergei Vintrin y Jean Zune. Lanzó a Isaac Chocrón, cuando le montó su ópera prima Mónica y el Florentino, en 1959.
Ha perdido la cuenta de los montajes realizados. Cree que ha escenificado algo más de 104 piezas, sin contar las reposiciones. Y de esos largos 50 años de trabajo artístico le queda, como testimonio irrebatible, una pared de su apartamento tapizada con una selección de los afiches de sus espectáculos.
Además de su dilatada actividad como director y maestro ha sido actor en varias películas francesas rodadas aquí en Venezuela. También es uno de los intérpretes favoritos del cineasta Román Chalbaud, su amigo. Admite que uno de sus mejores roles fue en La gata borracha, aunque aparece en buena parte de la cinematografía del maestro merideño. Es por todo eso, además de haber sido profesor en la Escuela Nacional de Teatro y de su inquebrantable amor y fe en Venezuela, que un idóneo jurado le concedió el Premio Nacional de Teatro en 1996.
No le gusta y hasta demuestra su enojo cuando le recuerdan su origen rumano. Insiste en que es venezolano y no rumano, pues “aquí llevo más de medio siglo y además ostento su máximo premio para los teatreros; creo que merezco que no me consideren más como director extranjero. De Rumania no tengo si no imborrables recuerdos, pues no poseo ni cédula ni pasaporte de mi país de origen. Soy un venezolano nacido en Europa, que ha realizado más de un centenar de montajes y numerosos programas para la televisión cuando estaba en su etapa inicial”.
“También hay que aclararle a las nuevas generaciones que antes de la llegada de Alberto de Paz y Mateos y otros foráneos a Caracas, aquí sí había teatro de calidad y además los sainetes divertían a los venezolanos. Ellos actualizaron la cartelera y formaron nuevos comediantes, como yo también lo hice. Es mi historia, corroborada por otros premios y reconocimientos”.
!Nunca hubo un homenaje tan justo y en tan buen momento!

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