Pocas son las venezolanas que hacen teatro. Esas, en representación de millones, quieren que sus colectivos sociales se enteren de como sienten y ven al mundo, si lo disfrutan o lo sufren, o como quisieran que fuese ese país donde tienen la inmensa responsabilidad-entre otras tantas que asumen o les asignan- de llevar, conducir o salvar el hogar con sus hijos e hijas. No vamos a profundizar en el por qué o el para qué de las féminas entregadas a rituales teatreros, porque caeríamos en densa área sociológica-teatral, temática obligada en posteriores artículos.
Y para revelar todo eso, el 8 de marzo de 1983, en Maracay, fue creado el grupo Teatro 8 de Marzo, bajo la influencia generada por la declaración del Decenio de la Mujer (1975-1985), por parte de la Unesco. Integrado por diestras teatreras en la actuación, dirección y dramaturgia, la agrupación ha llevado a escena numerosos montajes en salas, plazas, calles y espacios no convencionales en diferentes regiones venezolanas, así como también en España y en países centroamericanos
Ahora, el Teatro 8 de Marzo presentó en la caraqueña Sala Cabrujas su estrujante espectáculo El último credo, escrito y dirigido por Lali Armengol Argemi y con las desgarradas performances de Angie Chourio, Laura Vargas y Lorena Romero. La pieza aborda el tema de la tragedia que viven diariamente las madres con la pérdida de sus hijos a causa de la violencia, como explica la propia autora: La mala hora, el asalto o la bala perdida que los alcanza y cambia tristemente el rumbo de la vida, ante la más inhumana impunidad. A ellas les toca vivir el dolor, el agravio y la amenaza. Desde sus corazones intuyen que la vida no les alcanzará para que se haga justicia.
Las tres actrices, encarnando a sendas féminas del pueblo, pero que teatralmente son una sola, tiran una corta frase que reiteran, espaciadamente, a lo largo de los 45 minutos que dura el montaje: ¿Por que tenemos hijos las mujeres? Una especie de lamento que estremece al público, no solo por la dureza existencial de su interrogante sino por esa respuesta que nunca llega, ya que ni la especie ni la sociedad, con sus taras religiosas, pueden responderla por ahora, y lo único que se capta en el ambiente es el patético dolor de una maternidad que es castigada con el dolor del asesinato del muchacho o el hijo de ellas, pues mataron sin explicación a Milton, de 14 años, en la calle.
El espectáculo, presentado en un espacio circular, muestra a las féminas entregadas a una vertiginosa danza o baile de duelo por la tragedia ocurrida. Ellas increpan a esa comunidad donde sus hijos son sacrificados cotidianamente y asumen un kafkiano proceso para recuperar el cadáver. Sus textos intentan sobreponerse a sus vertiginosos movimientos pero en ocasiones estos aniquilan las palabras y solo quedan sudores y llantos como replicas para la audiencia. Es imposible no estremecerse ante esa realidad escénica que reproduce momentos reales de otras mujeres cuando denuncian los asesinatos de sus vástagos en las calles de cualquier país.
¡El teatro es espejo de la vida a la cual poetiza en la escena, como lo hace El último credo. Un espectáculo que debe venir para más funciones a Caracas y además generar foros con el público y sus creadoras o artífices,.!
Y para revelar todo eso, el 8 de marzo de 1983, en Maracay, fue creado el grupo Teatro 8 de Marzo, bajo la influencia generada por la declaración del Decenio de la Mujer (1975-1985), por parte de la Unesco. Integrado por diestras teatreras en la actuación, dirección y dramaturgia, la agrupación ha llevado a escena numerosos montajes en salas, plazas, calles y espacios no convencionales en diferentes regiones venezolanas, así como también en España y en países centroamericanos
Ahora, el Teatro 8 de Marzo presentó en la caraqueña Sala Cabrujas su estrujante espectáculo El último credo, escrito y dirigido por Lali Armengol Argemi y con las desgarradas performances de Angie Chourio, Laura Vargas y Lorena Romero. La pieza aborda el tema de la tragedia que viven diariamente las madres con la pérdida de sus hijos a causa de la violencia, como explica la propia autora: La mala hora, el asalto o la bala perdida que los alcanza y cambia tristemente el rumbo de la vida, ante la más inhumana impunidad. A ellas les toca vivir el dolor, el agravio y la amenaza. Desde sus corazones intuyen que la vida no les alcanzará para que se haga justicia.
Las tres actrices, encarnando a sendas féminas del pueblo, pero que teatralmente son una sola, tiran una corta frase que reiteran, espaciadamente, a lo largo de los 45 minutos que dura el montaje: ¿Por que tenemos hijos las mujeres? Una especie de lamento que estremece al público, no solo por la dureza existencial de su interrogante sino por esa respuesta que nunca llega, ya que ni la especie ni la sociedad, con sus taras religiosas, pueden responderla por ahora, y lo único que se capta en el ambiente es el patético dolor de una maternidad que es castigada con el dolor del asesinato del muchacho o el hijo de ellas, pues mataron sin explicación a Milton, de 14 años, en la calle.
El espectáculo, presentado en un espacio circular, muestra a las féminas entregadas a una vertiginosa danza o baile de duelo por la tragedia ocurrida. Ellas increpan a esa comunidad donde sus hijos son sacrificados cotidianamente y asumen un kafkiano proceso para recuperar el cadáver. Sus textos intentan sobreponerse a sus vertiginosos movimientos pero en ocasiones estos aniquilan las palabras y solo quedan sudores y llantos como replicas para la audiencia. Es imposible no estremecerse ante esa realidad escénica que reproduce momentos reales de otras mujeres cuando denuncian los asesinatos de sus vástagos en las calles de cualquier país.
¡El teatro es espejo de la vida a la cual poetiza en la escena, como lo hace El último credo. Un espectáculo que debe venir para más funciones a Caracas y además generar foros con el público y sus creadoras o artífices,.!
Qué terrrible que todo ocurre y nada parece importar en el caos en el que estamos viviendo!! Obra fuerte, que nos golpea, de propuesta más que interesante. Bravo Lali y las ochomaraceras.
ResponderBorrarMariozzi Carmona Machado