jueves, mayo 19, 2011

¡Qué falta hace César Rengifo!

Sólo se puede escribir bien de lo que bien se conoce, aseguran los maestros. Y en el caso de César Rengifo (Caracas, 14 de mayo de 1915/2 de noviembre de 1980), quien además fue un destacado pintor, dejó 40 piezas teatrales casi todas publicadas y montadas en Venezuela y el exterior. Como reconocimiento a su talento en este ámbito artístico, recibió en 1980 el Premio Nacional de Teatro, meses antes de su mutis. En 1989, sus obras completas fueron recogidas y publicadas en ocho tomos por la Universidad de Los Andes, con la anuencia de su viuda Adela de Rengifo, quien aún cuida de su legado.

Padre de la modernidad

César Rengifo es considerado con razón “El padre de la dramaturgia moderna venezolana”. Lo demuestra no sólo su crecida producción, sino la forma como abordó, con crudeza y haciendo gala de un estilo no exento de poesía, la realidad de su país, haciendo énfasis en lo social, porque para él la estética que no reivindique al pueblo, carece de función y contenido.

Rengifo, preocupado por la explotación petrolera y el daño que dejaba la maligna conducta de las empresas transnacionales y las displicentes conductas de los gobiernos nacionales de turno, realizó a lo largo de su vida una “trilogía del petróleo”, piezas que al lograr verlas puestas en la escena, le permitió reescribirlas incluso, donde analizó y cuestionó la explotación petrolera y sus graves consecuencias sociales.

Eso lo llevó a dejar como legado El vendaval amarillo , El raudal de los muertos cansados y Las torres y el viento, donde advertía las frustraciones de un amplio sector de la sociedad venezolana por el sinuoso destino de la renta petrolera, además de la muerte lenta de la agricultura y el éxodo de los campesinos a las grandes ciudades para buscar un destino incierto o esquivo, al tiempo que señalaba la incesante sustitución de la cultura nacional por una foránea, “bien servida” por todos los medios de comunicación.

Estiércol del diablo

En tres actos concibió El vendaval amarillo, cuya acción escénica transcurre en un lugar del estado Zulia, entre los años 1938 y 1939, una zona que sacrificó su explotación agraria y lanzó, sin destino alguno, a los campesinos, al tiempo que sus poblados eran destruidos. Denuncia con sus diez personajes populares cómo los terratenientes fueron vendiendo, sin contemplaciones, sus haciendas para que las compañías petroleras iniciaran y avanzaran en la búsqueda de “el estiércol del diablo”.

Antonio, uno de los personajes, dice: “Pues, que eran ciertos rumores. Los dueños vendieron sus haciendas a las compañías, dicen que por un dineral… Parece que por debajo son puro petróleo”.

Esta pieza, como las otras dos, fue producida y exhibidas ante un público absorto por las denuncias ahí plasmadas, pero más nada. La destrucción avanzó y solo queda el recuerdo de los hechos reales que el autor poetizó en su teatro.

Asesinos desalmados

Un pensador marxista, como era César Rengifo, no podía dejar pasar la oportunidad de inmiscuirse en la vida privada de los empleados estadounidenses de las petroleras, desnudarlos de sus supuestos ropajes de dignidad y mostrarlos como unos asesinos desalmados. Eso lo logró con El raudal de los hombres muertos cansados, que la hizo conocer en el año1969. Ahí accionan tres personajes extranjeros, pertenecientes a un campo petrolero del oriente del país, y unos diez obreros y operarios. Se muestra cómo se va urdiendo una serie de intrigas entre los petroleros para quedarse con un cargo burocrático que les permitirá ganarse unos cuantos miles de dólares más, aunque para ello tengan que matar o sacrificar al personal que trabaja para ellos, al tiempo que la explotación petrolera avanza y se lleva por delante a los mismos obreros.

Morris”, un apellido gringo que lo dice todo, exclama, en una de sus intervenciones, esto que no requiere de mayores análisis: “¡Usted se ha dado cuenta! En este país lo dominamos todo e influimos sobre todo. Tenemos gente en el gabinete y en los organismos oficiales… La mente de todos piensa con nosotros. Somos los dueños absolutos de este inmenso negocio…”.

El autor cuenta además la trágica historia de unos indígenas que fueron masacrados por la empresa explotadora del crudo y los fantasmas de las víctimas orbitan en el campamento y alientan las tragedias íntimas y generales de todos los personajes de carne y hueso de la obra como tal.

Torres destruidas y viento

Diez años antes de su muerte, entregó Las torres y el viento la más poética y la más completa pieza de su trilogía petrolera. El autor escribió que “un país sin memoria requiere los testimonios de las víctimas de la inmisericorde explotación petrolera. Esa sería la respuesta para quienes pregunten el porqué de esta pieza. La alucinación de todo cuanto ha ocurrido y corre la llevamos en la sangre la generación del petróleo y la que ha llegado cuando él comienza a negarse en las oscuras vertientes”.

En Las torres y el viento, como lo afirma Carmen Mannarino, sintetizó en el preámbulo el valor de las torres de petróleo y el viento en los pueblos donde la explotación del mineral ha cesado: “Torres destruidas y viento. He ahí para muchos venezolanos lo que queda del petróleo”.

Como frustración de la riqueza fácil o decepción por el inalcanzable Dorado, las torres en abandono y el viento pasando libre entre las viviendas abandonadas, resulta, por la fuerza de sus significaciones, casi un personaje. Es una de las obras más resaltantes del teatro de Rengifo, la cual fue llevada a la escena por el Teatro Universitario de la UCV, en los tiempos de Herman Lejter, hacia 1975.

Puede lucir apocalíptico en sus apreciaciones sobre las maldades de la explotación inclemente, pero él era un poeta y además había hecho suficientes investigaciones de campo para escribir la obra que cierra su trilogía. Es por eso que advierte a las generaciones futuras que “una herencia de pozos muertos, de tubos carcomidos, de mechurrios apagados, de cruces, cruces, cruces... cae como sentina inútil sobre quienes andan en procura de caminos y ansiosos de quebrar el espejismo negro, de saltar el torbellino trágico, de superar la locura impuesta, de regresar a la tierra verde, ya despojada de la red y la cadena”.

Las torres y el viento, que vendría resumir e incrementar todo lo propuesto en sus dos anteriores piezas, transcurre en una región selvática cercana a Mene Grande, estado Zulia, entre 1914 y 1980. Es una pieza donde lo presente y el pasado coexisten de tal manera que el espectador debe quedar impactado, no sólo por la lucha de sus personajes, casi todos sacrificados ante ese dios pagano de la explotación petrolera, sino porque ya aparecen los primeros vestigios una rebelión popular contra la destrucción del campo, la ruina de sus habitantes y la riqueza sin parangón de quienes mataron a etnias indígenas con tal de sacar su oro negro, apoyados por gobiernos títeres o débiles, según como se les mire.
Uno, de los múltiples personajes de la pieza, identificado como “Muñeco” dice:
“En su cabeza debe entrarle la idea de que esto hay que explotarlo… Sembrar torres, meter taladros, talar bosques, destruir sementeras… la riqueza que vendrá luego no les cabrá en las manos y los baúles. ¡Téngalo por seguro!”.

Otro “Muñeco” es más rotundo: “¡Y al carajo ustedes, mozo; al carajo los indios, los conuqueros, al carajo todos! ¡Que avancen las torres y la plata y usted musiú! ¡Que avancen! ¡Yo las defiendo, carajo, porque yo amo el progreso!”.

Profeta
¿Sería chavista César Rengifo si hubiese sobrevivido a sus dolencias físicas, que no eran pocas? No sabemos, porque eso que él denunció en sus obras, no era de su exclusividad, sino que ya el resto la inteligencia venezolana, especialmente la de izquierda. Luchaba para detener el proceso desgastador que durante un gran parte del siglo XX significó la explotación de los hidrocarburos.

No hay que ser chavista para execrar los abusos cometidos, no sólo por las empresas sino por los gobiernos títeres. Lo único cierto es que todo lo que él advirtió se cumplió y que al final el petróleo terminó por ser controlado por el Estado venezolano al desencadenarse una serie de cambios en la conducción política del país, pero las secuelas de los malos años no ha podido curarse todavía, ni los muertos inocentes resucitarán jamás.

Él hizo lo suyo al escribir su teatro, pero muy pocos con poder político le hicieron caso y las consecuencias están a la vista, porque “ya no somos un país independiente económicamente. Junto con el alud del capital extranjero, explotador, nos llega también una pseudo civilización estandarizada. Y junto a los ranchos, habitados por gente depauperada y sin ninguna cultura, aparece la pseudocultura del petróleo”.

Zamora en tres actos

Ni César Rengifo ni Ezequiel Zamora pudieron materializar sus sueños: ver a Venezuela totalmente liberada y viviendo una autentica independencia política y económica. Se marcharon antes de tiempo: uno, intelectual, a los 65 años, dejando una inmenso legado cultural, especialmente una copiosa creación dramatúrgica; y el otro, militar e ideólogo de la Guerra Federal, fue asesinado a traición, a los 43 años, cuando victorioso avanzaba hacia la toma del poder para darle tierras a los hombres libres, aquel 10 de enero de 1860.

General del pueblo soberano Y ahora para recordar al dramaturgo Rengifo y exaltar al general Zamora, la primera actriz Dilia Waikkarán, con el apoyo del director Henry Manganiello y las tropa de actores que ha agrupado en la fundación Ayanasmsha, se dedicó a montar, desde las temporada de 2009 y 2010, el tríptico que sobre la Guerra Federal (1859-1863) él escribiera y por eso ha escenificado Lo que dejó la tempestad y Un tal Ezequiel Zamora y espera llevar a las tablas, en el 2011 Los hombres de los cantos amargos. “Nuestro general del pueblo soberano vuelve a combatir por su gente, pero desde la escena teatral. Más no podemos hacer”, reitera la comedianta y además productora.

Dilia Waikkarán (Estado Sucre, 13 de diciembre de 1936) se propuso montar la trilogía que sobre la Guerra Federal escribiera Rengifo, “porque nosotros los creadores, los intérpretes y el Estado venezolano estamos obligados a reivindicar la obra de uno de los más grandes exponentes del teatro popular y campesino en nuestro país, un autor que ha sido desechado por unos supuestos puristas estéticos”.

Pienso que “la obra teatral de Rengifo no ha sido lo suficientemente expuesta para que nuestro pueblo lo conozca y sobre todo para que la mayoría, viéndose reflejada en ella, sepa de su trayectoria, de toda su angustia y preocupación porque se realizaran cambios profundos que favorecieran a este pueblo y dignificaran a nuestros campesinos y así, comprendan la lucha que en estos momento estamos librando para lograr esa dignificación y que la apoyen. Pero lo más importante, para que la defiendan”.

Por otra parte, cuando una se adentra y conoce el contenido de las obras de Rengifo, sus conceptos, mensajes, le duele en lo profundo que casi siempre esas maravillosas obras hayan sido presentadas mutiladas, mal producidas en algunos casos y lo más doloroso como simples actos culturales, evitando así que se difunda, que se reconozca la riqueza de estas obras, escritas por este gran hombre de las letras, la pintura, la poesía, etcétera”.

La tempestad

Zamora cabalga en el incendio y somos lo que sucede la posibilidad del porvenir”, cantó el poeta Víctor Valera Mora. Y para demostrar que tal general del pueblo soberano no “había concluido para siempre”, a pesar de ser asesinado por la canalla el 10 de enero de 1860, Dilia Waikkarán lo revive y ahora lo muestra en cuanto escenario improvisa en caseríos o ciudades de esta Tierra de Gracia con su espectáculo Lo que dejó la tempestad

El montaje desarrolla la gesta llevada adelante por el general Ezequiel Zamora, al frente de la guerra Federal. Habla de su pensamiento político, de su condición militar, de su solidaridad con el pueblo y de su artero asesinato por una oligarquía conservadora, que no encontró más argumentos de lucha que el crimen alevoso. El personaje central de la obra es Brusca, La Rompefuegos, quien construye un mundo imaginario para escapara de una realidad que le resulta insoportable: el fracaso de esa guerra, se transforma en un símbolo de la indoblegable voluntad de un pueblo soberano por alcanzar su emancipación y que cobra una actualidad indiscutible dentro del proceso que vive actualmente el país.

Metafóricamente, ella repite la leyenda de doña Jimena que con el cadáver del Cid Campeador atado a la grupa del invencible Babieca siguió dando más batallas contra los infieles, pero que, en el caso venezolano pretende derrotar a los criminales que se “olvidaron de enterrar el sonido de sus sienes veladas” y por eso Zamora cabalga de nuevo.
Con Waikkarán, como la enloquecida heroína “Brusca la rompefuegos”, se mostró, en varias salas, durante el último trimestre de 2009, de manera estrujante y aleccionadora con sus contenidos y la pasión incendiaria, del espectáculo
Lo que dejó la tempestad, puesto por Henry Manganiello y derrochando además la participación de Frank Maneiro, Germán Mendieta, Flor Colmenares, Guido Falcone, Mirna Bello, Sara Tovar, Mauricio Maldonado, Julio Liendo, Joaquín Lugo y Frank Francisco.

Todos ellos plasmaron las vicisitudes de sus personajes populares unidos en la desolación y la miseria una vez que el caudillo es vilmente asesinado tras la batalla de Santa Inés. Así mismo, materializó al “valiente ciudadano”, como lo llamaron en Barinas, en una postrera proclama, antes de ser traicionado por los que tenían como único objetivo encumbrarse en el poder para satisfacción de sus mezquinos intereses. “Es una pieza que llama a la reflexión profunda acerca de cual es el ideal de nación que se quiere y se debe construir, para no seguir arrastrando la violencia, el hambre y la esclavitud”, reiteran Waikkarán y Manganiello en el programa de mano.

Metáfora

Rengifo muestra en Un tal Ezequiel Zamora la influencia y poder de una clase social aristocrática y capitalista, dueña absoluta de todo lo que a su paso existe y lo que no tiene lo toma por la fuerza para así poder conservar sus prebendas, el liderazgo de la tierra, la economía productiva nacional y dejar atado de grilletes y ranchos de miseria al campesino.

Un tal Ezequiel Zamora transcurre durante la Guerra Federal (1859-1863) y ahí el dramaturgo recurre a la metáfora histórica para que, desde el presente, se haga una lectura de los errores que no deben repetirse nunca jamás, porque por ellos se produjo tal conflagración fratricida. Todo se instala en el hogar de una familia de la llanura barinesa antes de la definitiva batalla de Santa Inés. El trágico espectáculo, porque eso es lo ahí se muestra o se materializa, sucede en medianoche, tarde y noche de aciaga jornada, y únicamente pide que “recojan la cosecha de vientos que sembraron” los tercos caínes del guerrero.

Esclavitud

Dilia comenta que para los dos montajes se hicieron grandes esfuerzos y están seguros de que con “los argumentos bien sustentados lograremos completar, para el primer semestre del 2011, la famosa trilogía de Cesar Rengifo sobre la Guerra Federal. Los hombres de los cantos amargos no puede quedar fuera de esta reivindicación que exigimos como cultores para nuestro César Rengifo. No nos olvidemos que además de la lección histórica que necesitamos aprender sobre el héroe anónimo de estas lucha, también estamos conmemorando el Bicentenario de nuestro Independencia y, con el proceso de cambio y la lucha contra el latifundio tenemos que lograr nuestra independencia productiva de la tierra para celebrar la fiesta de la culminación con éxito de la revolución alimentaria”.

El crítico Carlos Suárez Radillo llama la atención sobre la acción de Los hombres de los cantos amargos, primera pieza de la trilogía, la cual transcurre ocurre entre los años 1854 y 1855, alternativamente en el despacho del Secretario de Gobierno y una calle en Caracas, una hacienda cacaotera en los Valles del Tuy, y un campamento de negros cimarrones en las montañas de Capaya.

La tesis central de la pieza es que la abolición de la esclavitud tuvo su origen en razones puramente económicas, ya que, según cifras de la época, resultaba más costoso mantener a los esclavos como tales que liberarles y contratarles como peones, por jornales de hambre, sólo en las épocas del año que requiriesen su trabajo.

Mediante una técnica de acciones paralelas, Rengifo muestra los distintos niveles en que se desarrolla el proceso socio-económico de la liberación de los esclavos, acciones ágiles, en ocasiones violentas, en las que cada personaje usa un lenguaje propio de su psicología y su situación, enriquecido, en el caso de los esclavos, con elementos folklóricos y poéticos auténticamente populares.

Dilia confía que “en este 2011, nos dejemos de oír cantos de sirena y aprovechemos este Bicentenario de nuestras luchas de independencia, para cancelar, con creces, este olvido en que se ha mantenido la obras teatrales de César Rengifo; pero eso sí bien montadas, bien actuadas, bien producidas y bien promocionadas. Tenemos que escenificar pues la primera obra de su trilogía sobre Zamora, la única que nuestros dramaturgos han entregado, hasta ahora”.



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