domingo, octubre 09, 2011

Agridulce Rajatabla

Por avatares de la vida hemos reseñado la saga del grupo teatral Rajatabla, incluso aquellos flujos y reflujos que precedieron a su creación, desde el 28 de febrero de 1971, bajo los aleros del Ateneo de Caracas. Las muertes de sus fundadores, el director Carlos Giménez (1993) y el actor Francisco Alfaro (2011), no detuvo su marcha, pues, resolvieron los relevos de los directivos y por eso ahora su popular relacionista público William López (José Rosario López) asumió la presidencia de la institución para ejecutar varios proyectos aprobados y poner en marcha otros.
Rajatabla ha sobrevivido porque se hizo imprescindible para el desarrollo del teatro criollo –forma artistas y capacita público- y aunque ahora tiene rebullones sobre su morada, prosigue su plan de producir y mostrar las tres últimas obras seleccionadas en la Muestra de Dramaturgia Nacional, la cual organizo Alfaro en dos oportunidades. Es por eso que Agridulce, el sabor de las querencias de Glener Morales y El robo de la arrobita de Carmen García Vilar se exhibirán durante este último trimestre, mientras que El más mejor de Roberto Azuaje abrirá la temporada 2012.
Le ha correspondido al presidente López, apuntalado en Gerardo Luongo, debutar con la producción de Agridulce, el sabor de las querencias, puesta en escena por Rufino Dorta y con las actuaciones de Dora Farías, Yurahi Castro, Tatiana Mabo, Jean Franco De Marchi, Alirio Valero y Fabiola Arace. La iluminación es de Alfredo Caldera.
Las obras de teatro no necesitan programas de mano ni de conferencias de prensa o exposiciones previas a su representación. La promoción de tal o cual espectáculo puede ayudar a captar espectadores, aunque no siempre ocurre, pues el boca-a- boca tiene la última palabra. El público las disfruta o las repudia y prosiguen las funciones hasta concluir la programación acordada. Reiteramos esto por que Agridulce, el sabor de las querencias es una pieza preñada de buenas intenciones con sus denuncias contra las sociedades conservadoras, pero al ser representada es solo una decadente explosión de imágenes y situaciones surrealistas que no ayudan en nada al espectador, porque el discurso verbal es confuso y se mueve a trompicones.
Según la nota de prensa, esta pieza “es un canto al amor, a la familia, y a la patria”, donde su autor plasma a un joven que de niño perdió a sus padres; una se marchó y otro se suicidó, dejando una familia desintegrada. Pero el protagonista no sucumbe y la falta de sus progenitores la sublima como soldado y adopta a su país como padre y madre. Este relato explica un tanto las acciones dramáticas, pero no hay teatro como tal, pues el discurso escénico va por un lado y las imágenes por otro, creando una confusión tonta para estos tiempos. La obra necesitaba reescritura o por lo menos un montaje que sirviera para contar con simpleza lo que pretendía el escritor.
¡Suben y bajan los telones, pero Rajatabla ahí continúa en pos de un nuevo horizonte!

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