viernes, junio 22, 2012

Murió la mamagrande del teatro


Escribo desde la memoria y los sentimientos, y otro tanto desde las imágenes que guardaremos siempre de ella. Era la matrona de un soberbia casona que tenía en su patio trasero al delicado y sonoro teatro que construyó Carlos Raúl Villanueva. Toda una dama de amistosos modales que recibía a famosos y desconocidos con besitos en la mejilla y una invitación a tomar un cafecito que siempre servía o se lo pedía a Eduardo, el gallego que controlaba el cafetín de aquella ínsula que era el Ateneo de Caracas, cuando funcionaba en la Quinta Ramia.
Dirigió durante casi medio siglo a tan ejemplar institución, puntal de un movimiento cultural independiente luchador contra las dictaduras, el cual marcó el paso a una generación de intelectuales y artistas de la siempre convulsa democracia venezolana y además fue refugio de cuanto izquierdista latinoamericano recalaba en Caracas y llegó, incluso, hasta transformarse en “pentágono” contra las dictaduras del Cono Sur.
Nunca escribió poemas, ni novelas,ni teatro alguno; tampoco pintó cuadros, ni forjó esculturas, ni escenificó comedias. Pero gracias a ella, muchos artistas pueden decir ahora: “María Teresa Castillo me ayudó y ahora volamos solos”.
Era la mamagrande para los teatreros y por eso ayudó a Horacio Peterson, Levy Rossell, José Simón Escalona  y especialmente a la Santísima Trinidad (Chocrón, Cabrujas y Chalbaud) para que hiciera casa aparte y fundara al Nuevo Grupo. Después, durante los años 70, conoció al argentino Carlos Giménez y lo secuestró para Venezuela, en complicidad con Josefina Juliac de Palacios. Lo puso a dirigir Don Mendo 71, una versión de Miguel Otero Silva sobre el astracán de Pedro Muñoz Seca, actuado por América Alonso, y después permitió que estrenara Tú país está feliz, poemario de Antonio Miranda transformado en musical por una patota de inmigrantes latinoamericanos que llevaban el ritmo que imponía el gallego Xulio Formoso. Así nació Rajatabla y ella viajó con sus espectáculos por el mundo entero, pero antes, durante el trágico 1973, parió el Festival Internacional de Teatro de Caracas, otra plataforma cultural contra las tiranías de todas las épocas.
Su lento retiro comenzó en 1992, durante el ultimo festival que dirigió Giménez, y cuando ya Carmen Ramia de Otero Castillo, su nuera, asumía el control del Ateneo de Caracas y Venezuela empezaba su marcha hacia el proceloso siglo XXI.
Ella, María Teresa, en ese palacete que era su Macondo, en Los Chorros, nos invitó a comer las primeras hallacas, cuando comenzaba este largo exilio en la patria de Bolívar. Entonces, muy risueña, nos dijo a los que estábamos en su mesa: “cuando era niña aprendí a preparar el guiso para las empanadas que después vendía”, en su pueblito, Cua, del estado Miranda, donde nació el 15 de octubre de 1904.
La enfermedad más cruel que puede sufrir un ser humano, la vejez lúcida, no le impedía acudir a cuanto estreno teatral era invitada. Nadie comenzaba una función si María Teresa no estaba en primera fila, acompañada de su asombroso séquito de amigas. Así la vi la ultima vez: desafiando la sordera y la ceguera típicas de su edad triunfal, pero aplaudió frenética el montaje de un debutante cuyo nombre se me escapa ahora,¿no sé si era Costa Palamides?
Falleció el 22 de junio de 2012 y la sobreviven sus dos hijos y cuatro nietas, además de una inmensa historia de servicios como trabajadora para una nación siempre sedienta de cultura.

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