sábado, julio 14, 2012

Taxi caraqueño


El teatro comercial venezolano, público o privado, se financia vendiendo  boletos entre 20 y 160 bolívares. Es un importante tópico cultural, pero en ocasiones algunos seres obtusos atacan su rumbosa existencia para intentar escindir socarronamente al movimiento artístico. Juana Sujo, Horacio Peterson, Carlos Giménez, Jorge Palacios, Esteban Trapiello, Moisés Guevara y, más recientemente, Eduardo Fermín, son algunos de los productores de memorables espectáculos  comerciales exhibidos en Venezuela durante los últimos 60 años.
Desde la aparición del Trasnocho Cultural (2001), la comercialización teatral se acrecentó con nuevas agrupaciones empeñadas en apuntalar al sector privado, de tal manera que al avanzar la segunda década del siglo XXI ya en Caracas se ofertan durante los fines de semana no menos de 50 montajes, no solo en salas convencionales sino también en bares, discotecas y restaurantes; incluso, algunos de esos espacios improvisados violentan todas las normas de seguridad contra incendios y otros tipos de catástrofes, las cuales no se han presentado aún porque los dioses teatrales velan por sus criaturas terrenales.
La mayoría de esos teatros comerciales – y es un sustantivo y no un adjetivo- plasman argumentaciones abiertamente eróticas, donde pululan desnudeces que no asustan a nadie,  o con discretas liviandades sexuales, como las que muestra la pieza Taxi, escrita en 1989 por Ray Cooney, la cual se exhibe en CorpbancaBOD, dirigida por Juan Souki, una producción de  Eduardo Fermín y Sonia Villamizar y con la protagonización de Roberto Lamarca, Guillermo García, Sonia Villamizar, Dayra Lambis, César Bencid y Augusto Nitti.
Taxi, que hace su segunda temporada  y contabiliza 7.300 espectadores después de 23 funciones, es una saga de adulterio cometido por un taxista caraqueño, quien tiene dos hogares y sendas esposas, pero, desgraciadamente, un accidente altera su rutinaria vida y tiene que tejer fino y abusar de su suerte para salvar sus matrimonios y evitarse males mayores, como serían las típicas demandas judiciales y las sanciones morales, etcétera.
La argumentación de Taxi y de otras piezas de sus características, donde el disfrute del placer sexual es la moneda común o el disfrute en perspectiva, luce, para nosotros, ya casi desfasada con los tiempos actuales. No porque las sociedades hayan cambiado radicalmente, sino porque el cine y la televisión usaron  dichos cuentos y los recrearon de tal manera, que al verlos en montajes teatrales están atrasados y sin ningún novedoso aporte lúdico. Otra vez más,  el cine devora al teatro y lo seca  o lo envejece, de ahí que los dramaturgos deben trabajar contra el tiempo y las nuevas técnicas en pos de novedosos argumentos. ¡Viene otro teatro a juro!
En Taxi resaltamos la precisa dirección de Souki y la perfecta sincronización actoral a lo largo de  veloces 90 minutos. Sus intérpretes desafían no solo al mínimo espacio donde se desenvuelven, sino que recrean sus insólitos personajes, en especial Lamarca y García, los mejores por los respectivos performances de sus increíbles personajes, para nosotros. ¡Aplausos para todos!

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