lunes, marzo 04, 2013

Diógenes Escalante en el FTC 2013


Siguen las gratas sorpresas del FTC 2013. Ahora es Diógenes y las camisas voladoras, melodrama que, a partir de hechos históricos, plantea una metáfora ante el público y además lo divierte con estética extraída de las entrañas mismas de la comunidad, ya que han sido revisitadas las estructuras de los sainetes y llevadas a las exigencias contemporáneas, añadiéndole pinceladas del distanciamiento brechtiano.
Pieza bien escrita y felizmente protagonizada por Javier Vidal, coprotagonizada con los solventes Jan Vidal Restifo y Luis Olavarrieta, y la fina producción de Margarita Lamas y Carmen Jiménez, la cual se mostró en el Teatro Nacional, bajo la perfecta dirección de Moisés Guevara.
Diógenes y las camisas voladoras es la precisa teatralización, en tres cuadros y epílogo, de los hechos acaecidos en el hotel Ávila de Caracas, los días 10 de agosto, el 2 y el 3 de septiembre de 1945 y un final fantástico con el protagonista y sus dos acólitos, cuando él se despide diciéndoles: “Díganle a mis amigos que me perdonen. Que no pude responder al honor que me hacían al poner en mis manos el destino de Venezuela”. Todo dentro de una atmosfera hiperrealista, con diálogos breves y unos cuantos monólogos, y los personajes usando el idiolecto andino.
Vidal recrea un absurdo suceso que cambió el rumbo de Venezuela en tránsito hacia la esperanza de una sociedad democrática y más participativa, como consecuencia de la insania del político Diógenes Escalante (1879/1964), personaje que se frustra por su locura a destiempo. Algunos diagnosticaron arterioesclerosis, otros, esquizofrenia, pero el detonante fue el estrés, por el exceso de trabajo y la meta que tenía por delante: modernizar y democratizar a Venezuela.
Este Diógenes es un trágico en situación cómica. Los otros entes escénicos, su secretario (Hugo Orozco) y el periodista o coleguita (Ramón J. Velásquez) no son de ficción, pero sí el grueso de sus diálogos o sus acciones dramáticas. La sencillez del tramado dramático, “a caballo” entre el sainete y las comedias costumbristas, permite el juego conceptual de la presocrática temática del azar y la necesidad. El lenguaje usado y las caracterizaciones de los personajes, especialmente el protagónico, hacen intenso, y no por eso menos placentero, el espectáculo, al tiempo que las citas geográficas del discurso escénico y el acento andino convierten al montaje, de tesitura trágica de por si, en una amena reunión para disfrutar la escenificación de un cuento de salón, donde todos saben el final, pero quieren ahondar más en el relato y sacar sus conclusiones.
Las risas y los aplausos del público, eran exultantes y cómplices del mensaje que manó del escenario: la despiadada lucha por el poder, a cualquier precio, pues la locura de Diógenes precipitó el golpe de Estado contra el general Isaías Medina Angarita, el 18 de octubre de 1945 y todo lo que vino después. ¿El Imperio o las miserias venezolanas lo provocaron?
 Perdimos la cuenta sobre las veces que hemos visto al actor Vidal en escena, pero desde los años 70 hasta esta década del siglo XXI se ha transformado en un monstruo de la actuación, como pocos hay en esta Tierra de Gracia. Esperamos verlo, algún día, como el rey Lear, por lo menos.

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