sábado, junio 08, 2013

Chocrón y sus animales feroces

  El Nuevo Grupo de Teatro del Centro Social, Cultural y Deportivo Hebraica festeja sus tres años de labores con un histórico  y valioso montaje de la obra Animales feroces de Isaac Chocrón Serfaty (Maracay, 1930/Caracas, 2011), dirigida certeramente por Johnny Gavloski y con un  grupo de intérpretes que sí estuvieron a la altura del reto que asumieron, apuntalados además por el calificado artista Oscar Briceño Curiel, autor de la ambientación escenográfica y del vestuario, ubicado en los años 50, y el veterano productor Andrés Vásquez.
Animales feroces es, junto a Clipper y Tap Dance, la joya de la trilogía chocroniana sobre una gran familia sefardita trasplantada y criada en la Venezuela del siglo XX, donde, sin caer en los delirios autobiográficos, también ficciona toda su vida, la de sus amoríos y la de sus familiares, de principio a fin. Sus textos son muy difíciles porque exigen la presencia de un mágico mundo judío trasplantado a Macaray, La Victoria y Caracas, precisamente en unas décadas de sórdidas tiranías y democracias vacilantes como es la crispada historia nacional venezolana.
Animales feroces es una pieza compleja para el público tradicional venezolano, porque se centra en las convulsas relaciones de la judía familia Orense, de clase media alta, costumbrista y de fuertes arraigos  a su credo religioso, además, como es lógico, ceñida a los cánones de una moral aceptable en su contexto social. Su paz familiar se altera para siempre con el confuso suicidio de un joven y todas las revelaciones que de ahí se ahí se desprenden.
En Animales feroces (1963), Isaac ficciona diversos detalles íntimos familiares y hasta presenta a una mujer legendaria (su madre Estrella Serfaty),  la judía Sol que abandonó al marido y sus hijos para irse con un italiano, que no es tal, sino un militar político que devino en Presidente de la Republica, y, como es lógico, metaforiza, con un suicidio, su nada fácil tránsito de asumir públicamente su conducta sexual no tradicional, lo cual reiteró en piezas posteriores como La revolución (1971) y Escrito y sellado (1993).
Como texto es un desafío para un director venezolano porque usa las técnicas literarias del drama  norteamericano (Miller, Albee y Williams), con espacios múltiples y rompiendo siempre la estructura aristotélica. Una narración  visual circular capaz de confundir a cualquier espectador que contemple  al teatro no como un simple álbum de emociones sino  cual si fuese un carrusel donde los personajes son más importantes incluso que la coherencia o el hilo narrativo de la misma pieza. ¡Bravo Gavloski por ese surrealismo sefardí con que atrapa a la audiencia!
Gavlovski se atrevió a escenificar este texto con un elenco culto y ansioso de darle verdad a sus caracterizaciones, hermanado grupo que conoce  y disfruta la tradición judía  y la exigente teatralización de la misma. Confieso mi sorpresa ante todo lo visto. No son aficionados, nada de  eso, sus caracterizaciones tienen calidad y son equiparables a las de actores profesionales con sus edades y experiencias. Buena dirección actoral ahí expuesta.

Difícil enumerar aquí a la docena de artistas del montaje, pero debo resaltar a Emma Schwarz por su  heroica Sol, Isaac D´Lima con su sufrido Ismael y la pléyade de mujeres que encarnan a las sufridas judías de esa familia Orense, como Gloria de Bograd, Sasha Bograd, Etty Mizrahi, Morella Biaggini y Alegría Benzaquen.

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