martes, septiembre 17, 2013

Rómulo Gallegos con vigencia teatral

Una versión escénica de un excelente cuento del maestro Rómulo Gallegos,gracias al trabajo de César Rojas y su gente.
Cuando se creía que Rómulo Gallegos estaba olvidado, llega el dramaturgo y director César Rojas con un espectáculo que retoma el cuento  La hora menguada del creador de Doña Bárbara y lo teatraliza a su manera para mostrarlo como Menguada la hora, en una de las salas del Celarg, con notable éxito de audiencia, además de la experiencia que le dejo al artista y a la gente involucrada.
-¿Por qué Gallegos?
-En este momento de la historia de nuestro país, debemos  pensar en algunas enunciaciones que nos permitan conseguir un camino para la definición del venezolano del siglo XXI, fuera de la escueta y enredadísima definición que pudiera ilustrar simplemente al ser que habita dentro de los límites geográficos de nuestro país; que nos hablan de líneas estratégicas del Estado, que inevitablemente necesita esa definición del individuo que lo conforma; es inevitable glosar a Gallegos y su modo de dibujar los perfiles y el sentir del hombre venezolano de hace un siglo atrás, que brinda las raíces que nos podrían permitir una mejor comprensión de los rasgos individuales de hoy en día, a pesar de presenciar constantemente de un entorno que intenta cada día borrar esos rasgos individuales para que todos seamos iguales, pero no “iguales” como “nosotros” sino iguales como “ellos” (los dueños de la tecnología y de las redes)
-Gallegos entonces nos late como un corazón propio lleno de esos matices que nos invitan a degustar lo que fuimos y nos ayuda a iniciar un mejor acercamiento a lo que somos. Amelia y Enriqueta, las protagonistas/antagonistas de “Menguada la hora”, por ejemplo, son esas mujeres hechas de esperas plenas de temores, porque sus aspiraciones le adjudicaron al hombre (fuese padre, marido, hijo, sobrinos, ahijados…) su única alternativa para ser felices y ellos no le devolvieron la moneda, dejándolas solas, abandonadas atrapadas en su repetir todos los días lo mismo mientras se secan de desamor. ¿Cuántas mujeres venezolanas quedaron solas esperando que la felicidad tocara alguna vez a su puerta, de la manera que fuera pero la falsa moral y la superchería de las buenas costumbres de una época hipócrita troncho para siempre esa posibilidad? ¿Cuántas han desobedecido y  se han lanzado a buscar su destino y su felicidad fuera de las puertas de su casa?
-¿Siguen vigentes sus pensamientos?
-El asunto aquí no es si siguen o no vigentes los planteamientos de Gallegos. El positivismo ya no tiene un rol protagónico en la vida del hombre de hoy, como el conductismo obtuso  tampoco sirve tanto en el camino de enseñanza-aprendizaje del pedagogo contemporáneo, aunque muchos lo pongan en duda. Ya no podemos definir a un venezolano como un “compadre”, como hicieron los adecos de los 60 y 70. Las cosas han cambiado, la sociedad ha cambiado, nuestro país cambió, pero no por eso satisface echar una mirada al pasado y ver lo que pensaba el individuo de otras décadas, para encontrar las coincidencias y diferencias desde el teatro, del hombre que camina las rutas de nuestro tiempo.
¿Cómo muestra esta pieza después de largos 20 años de haberla estrenado?
-La muestro como siempre quise mostrarla y escasamente lo lograron los directores que me antecedieron –sin poner en duda sus buenas intenciones, porque ya conoces el dicho-; la muestro como quien bebe un vino que los años han madurado y con el placer de mirar en escena lo que quise ver siempre desde el dolor de esas mujeres atrapadas en esa casa en la que repiten todos los días lo mismo, que para mí es una metáfora de un venezolano cargado de mucho dolor, resentimiento y sobre todo una gran necesidad de ser amado.
-¿Ha cambiado en algo la anécdota o el montaje?
-El tema es y siempre será La Espera, sobre todo cuando La Espera trae  dolor y soledad. En cuanto al montaje, es mío, con las ideas que siempre me hicieron falta en las puestas que vi de otros directores, sin más pretensiones que las de un artista que va a decir algo de cierto modo y nunca se siente complacidos. Todos los directores que la montaron antes que yo, ponían a los personajes limpiecitos… Intactos… cuando yo quería que las telas de arañas y el bahareque se casaran con las arrugas de las viejas
-¿Qué espera del nuevo público?
-Que me acompañen en esta maravillosa aventura  de encontrar temas en la realidad de un venezolano que comienza a entenderse desde la diversidad mientras participa más activamente de los espacios de su continente; que abran matrices de opinión, a partir de las piezas en las que asisten, que nos permitan mejorar la calidad de vida del hombre de este país y que además se suban a las matrices de opinión que hagan madurar nuestro tiempo mientras encontramos una definición de venezolano, más allá de compadre, pendejo, compinche, minero…
-¿Cómo se prepara con sus otras obras teatrales?
En este momento tengo más de 70, aparte de las que ayudo a que suban a escena desde mi labor en el Celarg.
Pieza dramática
Dos hermanas, Enriqueta y Amelia (encarnadas por Neo Rodríguez  y  Rocío Mallo) aferradas a los viejos resentimientos ven pasar la vida desde la ventana esperando el regreso de “el hijo”.   Un   fruto del engaño que  Amelia le hace a Enriqueta, con su marido; el fruto del arrebato que  Enriqueta  le hace a Amelia negándole la maternidad.   Este hijo es la excusa de un odio corrosivo,  de un lazo innegable.    Los recuerdos de la inocencia vuelven una y otra vez para terminar de plasmar el cuadro dramático de  Menguada, la hora. Neo  Rodríguez  y  Rocío Mallo logran entrar en el juego del tiempo y plasman en el espacio una verdadera complementación, y  enriquecen cada detalle de la puesta con excelente ductilidad.   La puesta reitera la amargura y la frustración de las dos hermanas atrapadas en una desesperada relación de amor y odio.  Menguada, la hora  es una puesta lúcida, de climas contundentes y un excelente trabajo de utilería, escenografía y vestuario.


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