viernes, octubre 30, 2015

El asalto de Rodolfo Santana

El grupo Sobretablas cumplió con la memoria de Rodolfo Santana.
Gracias a Fundarte por programarlo en el teatro Nacional y al grupo Sobretablas al mostrar el espectáculo Asalto al viento, pudimos evocar a Rodolfo Santana, en ocasión de su mutis y su natalicio, el 21 y el 24 de octubre, respectivamente. Los otros teatreros se olvidaron de las fechas o simplemente no pudieron por sus razones o sinrazones.
Vimos a Santana abrir fastuosamente la  temporada 2001 con el estreno de  Asalto al viento en el teatro San Martín. Ahí mostró a Pedro Lander (Fermín Silveira), David Villegas (Eduardo Salvera), Alfonso Rey (Roberto Rondón) y Enrique Mujica (Guillermo Braumer), Eduardo  Salvera, Roberto  Rondón y Fermín  Silveira (Pedro Lander), singular cuarteto de criollos malandrines soñadores quienes tuvieron suerte al asaltar un banco en Caracas y  llevarse un cuantioso botín hasta su guarida en Macuto; pero cuando hacían planes para el disfrute de esos  millones de bolívares, la naturaleza los castigó. El deslave de Vargas se encargó de quitarles lo robado y dejarlos en la carraplana, para decirlo en criollo: el mar se les llevó el vehículo donde habían guardado el trofeo de su hazaña.
 ¿Qué pasó con ellos? ¿Reincidieron Fermín, Eduardo, Roberto y Enrique? El dramaturgo nunca lo dijo, ni tampoco pergeñó una segunda parte; prosiguió, eso sí, su periplo, escribiendo para el cine, disciplina que le cambió sus modelos rítmicos, el sentido del tiempo, los modelados de los personajes y formas estructurales, y fue en ese viaje hacia su Ítaca cuando la muerte lo sorprendió en Guarenas, mientras devoraba unas empanadas de cazón, a los 69 años. Dejó no menos de 100 piezas teatrales, 13 guiones, un hijo cuarentón y millones de amigos.
El montaje de Sobretablas, resuelto sobriamente por Héctor Castro, José Carrizo, Elmer Pinto y Aitor Aguirre, bajo la correcta dirección de Jennifer Morales, respeta el texto y replantea reflexiones sobre la ideología maltrecha de sus personajes y el legado de la tragedia  de Vargas, con sus pérdidas materiales y los miles de desaparecidos, además del temor que la naturaleza repita.
VISIÓN PROFÉTICA
En nuestro libro Rodolfo como es Santana (1995), el dramaturgo dice que  el teatro posee la contundencia del Himalaya. Las selvas amazónicas son un hecho tan real como una obra de Shakespeare, la pintura de Picasso o la danza de Alicia Alonso. “Una nueva obra es tan contundente como escalar el Kilimanjaro. Las estaturas de las obras de arte marcan señales de coherencia en el alma de las personas. Hay autores que han enseñado a hablar a sus pueblos, que le han impreso rítmica interior, melodía. Ateniéndonos a este factor de arraigo del arte en el hombre, el teatro puede operar de forma efectiva sobre el planteamiento de los conflictos humanos. Una buena pieza puede otorgar tanta belleza como una rosa, tanta reflexión como la pirámide de Giseh”.
Predica que el humor es una base primordial para descifrar tanto la experiencia de los personajes como los contrastes y el fondo trágico de las situaciones. “Para el espectador latinoamericano el humor dentro de la representación adquiere niveles de preceptiva. Y es que domina la vida cotidiana, el gesto afectivo, el contacto con la muerte. Busco el humor con mucha meticulosidad y, en oportunidades, retraso la pulitura de obras por no encontrarle su perfil de humor. Es que es difícil provocar la risa pensativa, ese sesgo que abre honduras en el espectador. Pero bueno, aunque me resulte más arduo, prefiero internarme en territorios que muestran difícilmente su misterio. Creo que en teatro se debe ser arriesgado en la elección del tema, de nuestras esquinas, que se parecen a todas las esquinas del mundo pero cuyo claroscuro no es fácil de descifrar. Mientras más obvias son las cosas, más misterios poseen”.
“Magia, encuentros humanos, eso me interesa. La visión política de los engañados, que es demoledora y que, cargada de sueños, contrasta con la antología de mentiras que nuestros políticos formulan para trampearlos. Discursos que resultan copias fieles, casi todos, de un original tan trillado que, de maneras increíble, aún engañan. También allí, en la contemporaneidad de frases que nos mienten hoy, nos mintieron ayer y nos volverán a mentir mañana, me inclino a meter el detector de dramas”.
“Y digo que el béisbol y la corrupción son símbolos de la vida venezolana, porque la temporada de béisbol y la corrupción política nos son tan propias como el acudir a Sorte o a un brujo para aliviar males físicos y espirituales”.
“Definitivamente, la delincuencia actual logra unos tenores de malevolencia que nada tienen que ver con el malandro de los setenta que, a lo más, repartía cachazos a las víctimas que se resistían. Hoy se mata por matar. Las noches son mortíferas y la gente no sale; y si lo hace se pasa el tiempo moviendo la cabeza como un tiovivo, esperando un eventual incidente. Los tiempos han cambiado y por lo regular los premilenarios ofrecen estos cambios desorbitados”.
“Hoy, por ejemplo, la noción de compromiso ha variado. Es de mal tono mencionarlo. A quien se compromete se le mira con sospecha o lástima. Se habla con soltura sobre el talento y la fuerza creadora, a secas, obviando para mí lo esencial: el compromiso al lado de la humanidad ante los que la vejan y engañan”.
Pero la lucidez y su visión profética está en esto que nos dijo: “En Venezuela sería muy bueno que los creadores se dieran un paseo por las veredas del compromiso. Elevaría en mucho los niveles creativos. Y más en esta etapa, donde una historia feroz nos arrebata el derecho a soñar. Nuestros conductores políticos han aniquilado las posibilidades de un mundo mejor. Del sueño posible. Los pueblos diseñan sus sueños, el hábitat ideal donde sus ilusiones fructificarán. Pienso que nuestros sueños colectivos han sido cercenados. Se nos han constreñido territorios en nuestras aspiraciones de bienestar y participación y hoy la pesadilla ronda el oxígeno común”.



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