viernes, octubre 23, 2015

Lazarillo de Tormes

Andy Pérez en su show teatral para el público de calle.
 A buena hora reabrieron las salas teatrales de Unearte para las agrupaciones. Es por eso que durante el último mes vimos tres espectáculos, los cuales,  más allá de esmeradas y variopintas estéticas, permitieron el lucimiento de nuevas generaciones actorales, esas que, sino desertan o dan el salto de la talanquera, constituyen parte del relevo de la primera treintena del azaroso siglo XXI, porque el teatro -el de Caracas y las 24 regiones- no se ha detenido jamás.
Estado de Sitio (Albert Camus)  y Yo, Federico (Jan Thomas Rujano), dirigidos por Dairo  Piñeres, materializan el horror del fascismo; y Lazarillo de Tormes, versión escénica de Somar Toro, predica la necesaria viveza criolla para sobrevivir en un país que es reserva para esta centuria. Estas depuradas producciones demuestran que sí hay gente que trabaja bien y tiene aspiraciones y deseos de competir con calidad. El público aplaudió sin mezquindades, porque logró la ansiada catarsis con sus comediantes.
Este Lazarillo de Tormes, ajustada versión de Cruz Noguera sobre la novela moralista de autor anónimo, joya de la literatura española del Siglo de Oro, es la saga de un humilde muchacho que crece y se salva de perecer por su habilidad con la palabra y su inteligencia en bruto. No es más que una ardua carrera de obstáculos  para superar la pobreza, derrotar el hambre y al final vencer a la soledad en aquellos tiempos  de nobles y plebeyos en la península ibérica, mientras aquí en América cazaban a los indígenas y  los invasores trataban  de conseguir el fantástico tesoro del dorado. Felicitaciones para los actores Andy Pérez, Somar Toro y Yuzbely Añez por sus correctas performances. 

El teatro criollo, en términos generales, avanza, con tropiezos, unas veces, y con los inevitables hiatos negros por los mutis de creadores insustituibles. Pero sí tiene  suficientes artistas y escritores y, por supuesto un acucioso público. Y hay hasta un tímido Estado y un empresariado que invierten en su desarrollo, pese a las estúpidas comparaciones  que le hacen con las artes de otras repúblicas.

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