martes, octubre 11, 2016

Danzan Einstein y Kafka en escenario caraqueño

Antonio y Luigi en los camerinos de su Franz y Albert.
El colofón de aquel encuentro  fue a media luz y con música poco audible salvo para los dos caballeros que trataban de iniciar un baile, que podría ser tango, vals o danza judía, sin preocuparse del qué dirán de los contertulios del elegante salón literario  de Berta  Fanta, en Praga, donde tenían no menos de  90 minutos intentando  conocerse.
Lo más seguro es que ese científico alemán Albert Einstein le haya dado una clase perfecta al escritor checoslovaco Franz Kafka - empeñado en aprender a bailar como fuera- durante la tarde de ese primaveral día de abril de 1911, porque quiso hacerlo  y había surgido una amistad por encima de complejas sensibilidades y otras humanas diferencias.
Nunca se supo si Albert (Ulm,13.03.1879) y Franz (Praga,03.07.1883)  volvieron a encontrarse o si fue verdad que se conocieron, lo único cierto es que ahora, gracias a la magia del dramaturgo  argentino Mario Diament (Buenos Aires, 17.04.1942), esos caballeros históricos transformados en personajes teatrales  volvieron a verse para dialogar sobre sus existencias  y nuevamente cerraron los 90 minutos de su reencuentro –ahora en el Trasnocho Cultural –con su insólita danza para asombrar y conmover al publico caraqueño, además de instruirlo.
Franz y Albert en Caracas
No es frecuente encontrar en los escenarios venezolanos una pieza basada en entes históricos contemporáneos y menos de las proporciones del escritor Kafka y el físico Einstein. Pero ese espectáculo se estrenó y hace temporada como Franz y Albert en el Trasnocho Cultural, muy bien dirigido por Luigi Sciamanna, quien además actúa y hace pareja con Antonio Delli, en un correcta producción de Queiroz Publicidad.
Es por todo eso que recomendamos al público que pretende digerir mejor aquellos 90 minutos de diálogos nada frívolos, una rápida revisión en la web de las biografías de tan importantes personaje históricos, a quienes el escritor Diament ha materializado   para su ficción teatral y los hace participar en una interesantísima charla sobre la proximidad de las guerras, el judaísmo, el sionismo, el avasallante desarrollo tecnológico y la posible destrucción del mundo por la irrupción de artefactos de destrucción masiva.
Diament, el mismo que ha escrito obras sobre Bolívar y San Martin, Lou Salomé y Nietzsche, Martin Heidegger y Hannah Arendt, se leyó unas cuantas biografías  y textos de Kafka y Einstein, hasta obtener  la materia mágica  o ese barro que le permitió crear sendos personajes:  el obscuro y genial, además de receloso   y paranoico escritor  y el exitoso y optimista,   además de distendido  y bonachón, otro crédulo en las bondades socialismo, el   gran científico, autor de la teoría de la relatividad  y quien cambió para siempre los conceptos   de tiempo, espacio y movimiento, además de contribuir a la teórica desintegración del atomo y su posterior aplicación bélica. ¡Un pecado que él nunca se perdonó! 
Ni banal ni elemental
No es banal ni elemental  el contenido del  diálogo teatral de Kafka y Einstein, ya que el dramaturgo se encargó de construir cada uno los personajes con características muy marcadas, especialmente al escritor repleto de dudas acerca de la naturaleza humana y su angustia  por la imposibilidad de una justicia verdadera, como lo refleja a lo largo de  sus cuentos y escritos, además de la  taras creadas por la presencia de su padre que le fomentaron un espantoso pesimismo acerca de  su futuro personal y además de la sobrevivencia de la humanidad.
Einstein, para Diament, luce exitoso y optimista con respecto a la sociedad naciente del progreso y la ciencia posibles en el siglo XX, además se muestra fascinado por las maravillas del universo que ha ido descubierto no solo con los ojos sino con la razón científica. Es, como se ha dicho, un jugador de la magia de salón y hasta ensaya pasos de baile con gracia y soltura, como lo hace finalmente con el desvalido Kafka.
En síntesis, son dos personajes simpáticos dentro de la densa complejidad de sus características, dos seres que no podían sospechar jamás lo que les pasaría a ellos ni a la humanidad con dos guerras mundiales   y la irrupción de apocalípticos artefactos atómicos brotados de los conocimientos sobre la desintegración del atomo y la salvaje aplicación de la ley de la relatividad.
El espectáculo es placentero de principio a  fin por la dinámica de sus diálogos y por el talento histriónico de Sciamanna y Delli, quienes entablan una competencia para hacer digerible  todo ese cumulo de situaciones, unas sacadas de la  sórdida literatura del mismo  Kafka y otras de los complejos planteamientos de la física moderna.
No hay duda del gran aporte de Sciamanna a la dinámica del espectáculo, especialmente su kafkiano final cuando el mismo Kafka se le monta a caballo a Einstein para relatarle y sofocarlo con sus tragedias y sus miedos, antes de pedirle que le enseña a bailar.
 Advertimos, pues, a los lectores, eventuales espectadores que Franz y Albert es teatro culto, ese que no tiene desperdicio en ninguna de sus palabras y sus acciones. Es como un espectacular crucigrama de sólidos conocimientos, de esos que se adquieren no solo en las aulas sino en la vida misma, especialmente cuando hay pasión por la lectura de grandes autores. ¡Enhorabuena para los productores!

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