jueves, noviembre 03, 2016

Volvió "Escrito y sellado" para recordar a Isaac Chocrón

A 23 años de su estreno ha regresado la pieza mas chocroniana.
A cinco años de su mutis es conveniente abrir una reflexión entre amigos, alumnos y la familia elegida para que en un futuro mediato se tenga el mayor número de historias o análisis sobre su personalidad y su obra cultural, toda una honesta memoria colectiva de quienes lo conocieron.  Hombre que amó y nunca se ocultó tras puertas, alcabalas ni closets. Como sabía cuál era el valor del legado literario que dejaba y también conocía de la ingratitud de muchas memorias oportunistas, organizó la puesta en marcha de una fundación, que llevaría su nombre, y se dedicaría a estimular el arte teatral para artistas y formación del público, organismo que actualmente preside el actor Javier Vidal Prada.
 Nos referimos al dramaturgo Isaac Chocrón Serfati (Maracay,25.09.1930/ Caracas, 06.11. 2011), venezolano, de origen judío, que pudo vivir y disfrutar todo lo que eligió. Tenía una esmerada capacitación profesional y sólidos soportes económicos, pero, gracias a su conducta humanista, escogió el apostolado cultural y trabajó para el desarrollo artístico de las nuevas generaciones desde las cátedras universitarias que regentó y los institutos que comandó. Intelectual de obra propia, como pocos, y nada egoísta con los demás.
Él, sin asumirse como discípulo de Jean Paul Sartre, hizo suyo aquello de que el dramaturgo contemporáneo tiene que escoger, entre sus situaciones límites, precisamente aquella que pueda expresar mejor sus preocupaciones y presentarlas de tal manera al público como “amenazas” a algunas de sus libertades, porque “solamente así el teatro reencontrará la resonancia que ha perdido, solo así se podrá unificar a los públicos diversos que hoy en día lo frecuentan”. Dicho en palabras coloquiales, decidió que su teatro debía estar conectado con lo que ocurre o sucede en el país donde se le produce y representa, y que su actualidad debía ser el norte de sus creadores. Y fue otro convencido cómplice en aquello de lo que debe ser el teatro en los tiempos modernos o sobre lo que deben hacer sus escritores al pergeñar sus obras, precisamente ahora cuando el peligro que se cierne sobre la libertad de los seres humanos para amar en toda su intensidad posible no ha menguado y ha terminado por ser una pandemia mundial, como es el caso del Sida, que ha dejado mortíferas secuelas desde mediados de los años 80 del siglo pasado.
SIDA EN VENEZUELA
Aquí en Venezuela, a lo largo de los años 90 de la centuria pasada, Elio Palencia, Marco Purroy, Johnny Gavlovski y David Osorio Lovera e Isaac Chocrón se fijaron en ese tema del Sida, lo amaron y optaron por escribir sus textos: Anatomía de un viajeHabitación independiente para un hombre soloHombre, El último brunch de la década y Escrito y sellado. Añadieron, pues, a la larga lista de personajes del prototipo venezolano, a seres nunca antes vistos en la escena o morando entre los libros, como son: Gabriel, Héctor, Bruno, Esteban, Marco, Nico, Santy, Luis y Saúl (Isaac), además de Sara y Miguel, entre otros individuos de conductas homosexuales, bisexuales o heterosexuales infectados por el retrovirus del Sida, el cual puso en peligro a la humanidad entera, sin distingos de costumbres amatorias y/o sexuales.
Y eso era y sigue siendo una novedad en el teatro venezolano, para no citar al de otros países, donde sus dramaturgos escriben sobre el temible VIH. Ellos son pioneros de una dramaturgia criolla sobre problemas tan inherentes a la vida y la libertad humanas, como los provocados por el Sida, los cuales pueden afectar a todos los humanos, sin que incluso haya mediado cualquier tipo de relación sexual.
Con la pieza Escrito y sellado (1993), que dirigió Ugo Ulive y protagonizaron Fausto Verdial, Luigi Sciamanna y Gonzalo Velutini, Isaac Chocrón dejó atrás a sus predecesores en el teatro del Sida. Su texto levanta el espíritu y arrincona sentimentalismos y lloriqueos. No es un panfleto sobre el VIH ni tampoco muestra aspectos de la enfermedad. Exhibe y hace énfasis en cómo se puede manejar tal flagelo de manera positiva. Contribuye a disminuir el tabú hacia el Síndrome y enfrenta a la pandemia como una enfermedad más, como fue el cáncer en su momento. Recomienda asumir actitudes honestas y sinceras, para que los seropositivos, o portadores sanos del VIH, y los que han vivido alrededor de familiares o amigos infectados, puedan manejar mejor su situación. Busca reflejar como la muerte de un ser humano no significa su desaparición, significa algo más allá; es el alma que queda, su ánima en la memoria de los seres queridos.
“No hay que morir a causa de ella, si no vivir con ella”, ha escrito Chocrón al tiempo que reconoció que Escrito y sellado es quizás una de sus piezas más autobiográficas, “ya que ahí el personaje Luis es Luis Salmerón que fue mi gran amigo, y es un homenaje que yo le hago al escribir esa pieza, y el personaje Saúl soy yo”.
EN ESCENA
Desde el 28 de octubre, en el espacio Alterno del Trasnocho Cultural, se puede ponderar el montaje que Javier Vidal ha logrado con Escrito y sellado, a 23 años de su estreno. Ahora los intérpretes son Gonzalo Velutini, Juan Carlos Ogando, Theylor Plaza, Gladys Seco y Diana Díaz. Ellos hacen posible que Isaac, un profesor judío viaja a Albuquerque para dar un curso sobre Shakespeare. En el transcurso se encuentra con el ex actor Miguel, un viejo amigo que se hizo sacerdote católico para poder superar la muerte de Luis, un joven de quien estaba profundamente enamorado y que sale entre escenas deambulando y penando su muerte. En la soledad penetrante que exhala Nuevo México el profesor encontrará algo muy importante para vivir: el sentimiento de la otredad. Esta obra es un fiel reflejo de la vida de Chocrón, cuenta muchas incertidumbres, dudas e inconsistencias de esas que se tienen en la vida.  Su texto más honesto y autobiográfico, donde muestra y demuestra que la amistad y el amor son los únicos sentimientos nobles del ser humano, el principio y el fin, además de razones para vivir.
Un espectáculo que no supera los 90 minutos y se convierte en una comunión entre público y actores y personajes, para llegar a la conclusión que el amor  y la amistad  son  los únicos sentimientos  que justifica la vida misma, aunque el amor  y la amistad sea esquivos y hasta torpes en sus elecciones. Una puesta en escena que nos remite al esquema de la gran obra La muerte de un viajante, de Arthur Miller, gran padre del teatro estadounidense, donde los muertos conviven con los vivos y donde el tiempo y el espacio son una sola dimensión, como lo descubrió ese otro gran judío, Albert Einstein.
El espectáculo es “minimalista”: todo se realiza en un espacio a la isabelina, y tiene como utilería una silla playera, una mesa y cuatro butacas, además de unas luces adecuadas y una interpretación musical en piano. Es un montaje de maletín, de esos que se lleva fácilmente a cualquier parte, como lo exigen los tiempos actuales.
Las actuaciones son conmovedoras por el verismo de las mismas, desde el deambular fantasmal de Theylor (Luis) hasta la pesadez graciosa y el ballet de las manos de Ocando (Isaac), además de las conmovedora entregas de Velutini (Miguel, el sacerdote que también es portador del Sida) y Sara, la mujer sin sexo de Isaac (trabajó 47 años en su casa), que estaba ahí gracias a Seco.

Ahora la última palabra la tiene el público, para quien se ha trabajado pulcramente.

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