jueves, febrero 16, 2017

Tom en la granja o mentir antes de amar

La homofobia existe y mata o arruina la existencia a los seres humanos, ya que, como escribe el crítico de cine de El Pais, Carlos Boyero, existen pavorosos datos de como en múltiples países, subdesarrollados o no, nacer o crecer con la legítima opción de desear y enamorarse de la gente de tu propio sexo, supone que te humillen, marginen, acorralen, lapiden, castren, exorcicen o arranquen la cabeza. “Porque, según los heterosexuales más bestias, o las leyes de los dioses, o la moral que conviene a los paridos como dios y la naturaleza mandan, la homosexualidad, además de una aberración es un imperdonable delito. Si nacer o desarrollarse en posesión de esa condición sexual en gran parte de la Tierra puede suponer un problema social o psicológico, todo se reduce a justificarlo con una antipatía o un odio que justifica todo lo demás”, o sea la homofobia.
La homofobia también existe en Venezuela, pero su teatro y su cine, por la voluntad de sus  progresistas artistas y de sus nada complacientes espectadores, entraron en la lucha mundial contra ella y todas las otras discriminaciones hacia las conductas sexuales no validadas por leyes o credos religiosos,  y lo hicieron por intermedio de las obras teatrales La revolución (1971) y La máxima felicidad (1975) de Isaac Chocrón y las películas El pez que fuma (1977) de Román Chalbaud, La máxima felicidad (1983) y Macho y hembra de Mauricio Walerstein.
Pero es hacia los años 90 cuando los dramaturgos Elio Elio Palencia, Marco Purroy y Johnny Gavlovski, en 1990, y David Osorio Lovera, en 1991, coincidieron, sin previo acuerdo entre sí, llevar a escena  como elementos dramáticos de sus piezas a personajes  homosexuales infectados por un retrovirus extraño, el tristemente famoso Síndrome de la Inmunodeficiencia Adquirida (Sida).En síntesis, esos cuatro venezolanos, preocupados ante el peligro que se cierne sobre la libertad de los seres humanos para amar en toda intensidad posible, se fijaron en esa tema del Sida, lo estudiaron y optaron por escribir sus textos: Anatomía de un viajeHabitación independiente para un hombre soloHombre El último brunch de la década.
Añadieron, pues, a la larga lista de personajes del prototipo venezolano, a   homosexuales, bisexuales o heterosexuales infectados por el Sida, el cual pone en peligro a la humanidad entera, sin distingos de costumbres amatorias, y/o sexuales. Y eso era precisamente una novedad en el teatro criollo, para no citar al de otros países. Esas piezas teatrales, junto a Síndrome (1987) del precursor Amado Naspe son las primeras que se mostraron en Caracas. Esa respetable lista prosiguió aumentando: Palencia estrenó en 1997 a Arráncame la vida y en 2010 se agregó el trabajo de Julio Bouley y José Luis Pérez: Vamos a imaginar que nos estamos tomando un café treinta años después/ Testimonio teatral en 7 tiempos. Y paremos de contar.
Lamentablemente el cine criollo se quedó atrás en el tratamientos de esos temas de la homofobia y el Sida, y es hacia la temporada 2010 cuando Eduardo Barberena lleva a la pantalla a Cheila, una casa pa´ Maita, basándose en la obra teatral La quinta de Dayana de Elio Palencia, iniciando así una lista de valiosas peliculas sobre la llamada temática LGTBI, donde la más reciente es Desde allá (2016) de Lorenzo Vigas.
MENTIR ANTES DE AMAR
Y recordamos esta minihistoria criolla sobre la homofobia y el  Sida en el teatro y el cine, que no la hemos leído sino vivido y hasta participado en ella, porque, precisamente, el  Tercer  Festival de Directores Trasnocho, el cual entró en la recta final para su culminación, después de  haber presentado tres piezas que  tocan esos temas, como ocurre en el recientemente estrenado espectáculo Tom en la granja,  del canadiense Michel Marc Bouchard (Quebec, Canadá, 2 de febrero de 1958), cuyo  director Carlos Fabián Medina (24 años) escogió para darle un nuevo enfoque a la cruda temática y presentarla a manera de lección, contando para ello con la excelente colaboración de los actores Gabriel Agüero, Elvis Chaveinte, Haydée Faverola y Sahara Álvarez y lo presentará hasta   el domingo 19 de febrero, en Espacio Plural del Trasnocho Cultural.
Tom en la granja (2011), pues, no es ninguna novedad ni un esperpento sobre “actos indecentes”, sino la cruel  y amarga historia  de Tom, joven publicista  de una capital , que viaja al pueblo de su difunto novio en una apartada zona rural para asistir al funeral y conocer a su familia política o sanguínea, perfectos extraños para él. A su llegada a la remota granja, descubre con horror el legado de engaños y mentiras que tras de sí dejó su compañero. El novio amado - el amigo, el hijo, el hermano, el hombre muerto que no se puede nombrar - legó una maraña de mentiras y falsas verdades que, de acuerdo con sus propios diarios de adolescencia, fueron esenciales para su supervivencia. Ahí conoce a la madre Agatha y el hermano Francis, sin saber que nadie sabía de su existencia ni de la homosexualidad de su difunto, porque, como lo explica el dramaturgo, "los homosexuales aprenden a mentir antes de aprender a amar” ya que no pueden revelar a todo el mundo lo que son o lo que hacen, porque la homofobia está ahí cual siniestra espada de Damocles que lo despedaza todo. Aunque los gays, como dicen los psicólogos, saben que sus familias siempre están enteradas de todo, pero ellas nunca lo aceptan sino ya al final de los tiempos o cuando la costumbre se hace una cotidianidad.
 Una cosa es contarlo aquí, pero otra es ver la entrega “sadomasoquista” que materializan Agüero y Chaveinte con sus personajes de Tom y Francis, seres humanos desvalidos que deben acompañarse y bailar hasta un tango para purgar sus traumas y frustraciones en medio de una sociedad que no permite esas liviandades que conspiran contras las pautas sociales y las normas religiosas. Es estrujante verlos tratando de darse afectos cuando lo que quieren es devorarse cual bestias irracionales, como finaliza toda esa visita inesperada.
Carlos Fabian Medina con su montaje, cuya duración alcanza 90 minutos intensos, logra sensibilizar al espectador a partir de la exposición de los miedos de cada personaje. "Mi idea es ir más allá de lo que se puede ver. Que en cada diálogo, momento concreto, y en cada silencio entre los personajes, los que vean la obra conozcan a fondo las psiques de cada hombre, que se sepa el verdadero sufrimiento de un individuo que es su mismo juez. Eso duele. Pero duele más cuando sabemos que a nadie le importa el dolor del otro. El ego va primero", dice Medina, quien   considera que el texto de Bouchard se presta para tomar ciertas libertades, cosa que él hace muy bien. 
 Que un venezolano de 24 años haya seleccionado este texto y lo haya convertido en un estremecedor y correcto montaje por el virtuosismo de sus intérpretes, demuestra que las nuevas generaciones de artistas y espectadores están claras de lo que son y lo que les tocará vivir y soportar o combatir. Y que todo aquello que comenzó en los años 70 no se ha perdido, ha penetrado y que en la cultura del venezolano la homofobia está presente y la combate día a día porque es fatal para la libertad, don preciado no solo para los venezolanos sino para la humanidad entera.

"La homofobia no es el tema obsoleto que muchos desearían creer, especialmente aquellos cansados ya del tema o aquellos que creen que si los medios de comunicación están tratando el tema es que ya habrá alguien ocupándose de solucionarlo", ha reiterado Michel Marc Bouchard sin pensar en los venezolanos, cuya  obra ha sido traducida por primera vez al castellano y fue exhibida en España  durante la temporada 2016, pero antes, bajo el mismo título, se estrenó la película de Xavier Dolan, mereciendo el Premio de la Crítica FIPRESCI en el Festival de Venecia 2013.

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