miércoles, agosto 30, 2017

Los grandes náufragos

El teatro criollo sigue vivo por sus artistas y su audiencia.
Su estreno fue fijado para el jueves 11 de abril de 2002, a las 8 PM, en la sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas (ahora es sede de la Universidad Nacional Experimental de las Artes). Pero a esa hora la nación venezolana estaba sumergida en un mar de violencia y tras 72 horas de aquellos  sangrientos sucesos por el golpe de Estado y la restitución del Presidente de la República, comandante Hugo Chávez Frías, quedó metafóricamente, en una especie de isla –cual un naufragio- y a punto de ser aislada  del contexto internacional por sus rivales y vecinos exteriores y, además, por la incomprensión interna y foránea hacia el proceso socioeconómico que aquí se vivía… y el cual prosigue con algunos matices.
TEATRO A ESCENA
Tras un segundo intento, también abortado el sábado 13, fue finalmente el miércoles 17 de aquel histórico abril que esa comedia satírica, Los náufragos, pudo exhibirse, gracias al tesón del director y autor Gerardo Blanco López, la valiosa entrega profesional de los actores Héctor Campobello y Germán Mendieta, el férreo equipo de producción que lideraba Toti Vollmer para el grupo Bagazos, y la plausible complicidad de los trabajadores ateneístas.
Hay que dejar constancia que Gerardo Blanco López (Caracas, 1950) nunca esperó que al escribir y estrenar, tras dos intentos, su obra Los náufragos, se instalara en el ojo cultural del actual polémico huracán de análisis o en la extensa hora de las reflexiones que se vive desde entonces en esta Venezuela, nuestra patria. Este dramaturgo –que precisamente ahora exhibe un sainete sobre algunas facetas de la vejez femenina, Nos vemos el miércoles,  en el Teatro Trasnocho- se  ha caracterizado por escribir y montar piezas sobre las siempre delicadas situaciones del ser humano, para lo cual ha transformado el escenario o el set de televisión ( es libretista destacado) en una especie de intimo salón de espejos (cóncavos, como  diría Ramón María Valle Inclán) para que los espectadores o televidentes puedan verse  y hasta reflexionar, a través de momentos dramáticos o de humor. Como teatrista tiene una larga lista de aciertos y errores, pero no se ha envanecido ni de tampoco ha desertado. Y hay que reconocer que es un sociólogo práctico (es licenciado en Educación) y  un artista que  utiliza al teatro para convocar a los compatriotas a pensar  en la urgente necesidad que existe de resolver los problemas de cualquier índole y buscarles solución por la vía de la razón y la compenetración y no precisamente por la violencia. Es un hombre pacifista, que da la cara ante los conflictos, una actitud que no todos hacen.
15 AÑOS MÁS TARDE
Hemos recordado aquellos inolvidables “Idus de abril del 2002” y la ejemplar insistencia de Blanco López por estrenar sus “náufragos”, porque a 15 años de aquellos históricos sucesos, un grupo de jóvenes venezolanos han trabajado duramente para hacer una breve temporada de Los náufragos en la sala alternativa Anna Julia Rojas (avenida México, Metro de Bellas Artes), la cual sobrevive por la gerencia de Carmen “La negra” Jiménez.
Los náufragos no es una comedia ni un sainete más sobre la cotidianidad venezolana. Es una invitación para que el público se mire en el escenario se calibre como parte de un colectivo con una historia común y se dé cuenta de lo bueno y lo malo que le devuelve ese espejo. Todo gracias a las desventuras de Antonio Rubios y Carlos Vasconcelos (inicialmente los  encarnaban maravillosamente Mendieta y Campobello y ahora los asumen, con bastante solvencia, Rafael Carrillo y  Julio César  Marcano), amigos de postín, tramposos y mentirosos, desleales hasta con ellos, mismos, quienes han escapado de morir ahogados y están ahora –en una mínima y desolada isla- contando y recontando sus más gratos recuerdos, casi todos centrados en situaciones eróticas, algunas realizadas y otras meramente imaginadas, mientras esperan que les llegue la muerte o que alguien los salve en el  último momento; pero antes que se materialice  el inevitable desenlace , ellos ríen de sí mismos por haberse  perdido su tiempo en situaciones absurdas y sin lógica, como la que están viviendo ahora por no saber manejar un yate que les presto un amigo, enriquecido  gracias a la corrupción, el cual, desgraciadamente, los hizo naufragar y colocarlos ante un incierto futuro.
¿Qué tiene que ver Los náufragos con la actual situación sociopolítica venezolana?  Bastante, aunque la pieza fue escrita mucho antes de los sangrientos sucesos de aquel 11 de abril , alude a la esencia de todos los conflictos: la peculiar   idiosincrasia vernácula, esa que hace que todos los problemas  se agraven porque nadie toma una decisión –acertada o incorrecta-para encontrarle una salida a la situación en complejas y se opta más bien por la cómoda de “echarse un camaroncito” o dejar  para después, o procrastinar, como es  la moda actual,  la indispensable decisión, esperando que al día siguiente todo este mejor que antes, sin sospechar que no habrá otra oportunidad para mejorar.
Gerardo Blanco López, cual discreto taumaturgo criollo, plantea también en  sus dos personajes  y en la metáfora escénica de Los náufragos, esa singular apatía, desidia, indolencia, flojera y hasta el nefasto “vivalapepismo”, que han estimulado e inoculado, perversamente,  los sectores políticos a un grueso sector de la población venezolana para poderla manejar a sus antojos cual si fuesen títeres. No hace, por supuesto, predica política en su pieza, nunca lo hizo, ni antes ni ahora. No, nada de eso. Lo que ocurre es que logra plasmar a dos criollos en una situación, que, notablemente, es la que vive se vive ahora en el país entero. El teatro es vida.
El actual montaje de Los náufragos se ha logrado por la dirección de Yorvi Bastidas y es una producción de La Tramoya Teatro y sus líderes son Julio César Marcano y Gabriela Montani. Es una meritoria empresa cultural, perteneciente a la generación de relevo de la escena criolla. Fundada en 2013, tiene como objetivo crear propuestas innovadoras para ser presentadas en espacios teatrales experimentales y no convencionales, como pequeñas salas, plazas, calles y avenidas. Van, pues, por buen camino.



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