miércoles, abril 04, 2018

Develario es teatro político

EL AUTOR Y SU EQUIPO ARTÍSTICO

Con su obra Develario nutre la agenda de estrenos de la Compañía Nacional de Teatro para este movido año 2018. Nos referimos al teatrero Rodolfo Porras. Y si Dios, las autoridades, además de los designios de la indomable naturaleza, no lo impiden, la estará mostrando a principios del venidero mes de mayo acompañado por los comediantes Arnaldo Mendoza, Adrián Bustamante,Ludwig Pineda, Maria Alejandra Tellis, Celeste Gil, Darío Soto y Ronny Mújica.
¿Qué significa Develario y qué pretende con ella?
Develario es una pieza escrita al estilo de la novela negra, o el cine negro. Utiliza los ingredientes emblemáticos de este género. Pero yo diría que a la hora de buscar influencias, la pieza se acerca más a Bertolt Brecht que a Raymond Chandler. Es decir, Develario es una pieza política, que trata de alejarse del panfleto, del mensaje directo. En ese sentido, sin embargo, es como cualquier pieza teatral, porque todas responden a una ideología, a una postura filosófica y política. No hay pieza que no tenga esas características. Desde el más puro teatro comercial, pasando por piezas pretendidamente asépticas o con intenciones meramente estéticas, terminando en los más rancios panfletos de derecha o izquierda. Con Develario pretendo que el público se encuentre con un texto y una puesta que le permita un goce estético, se divierta y pueda entrar en contacto con la posibilidad de leer la realidad más allá de lo aparente. El elenco tiene un nivel actoral excelente, así que si logro engranar con tino los otros componentes que implican la puesta en escena, vamos a dar un buen espectáculo.
¿Desde cuándo en el teatro? 
Mi vínculo con el teatro se inició desde muy niño, porque siendo hijo de una teatrera, como Isabel Hungría, el oficio era parte de la cultura familiar. Cuando tenía como diez años me dio por escribir cuentos que, supongo, eran muy malos, o por lo menos muy cándidos. De uno de ellos salió mi primera pieza El héroe de Ratolandia que fue hecha para títeres. Entonces, desde niño ayudé en la escenografía, en el servicio de escena, vi ensayos, hice un ingenuo intento de dramaturgia y de hecho viví una temporada en un teatro. Soy hijo de Luis Porras y tengo tres hermanos.
¿Es genético o aprehendido en el camino?
Yo creo que es difícil determinar eso. Pero, con toda seguridad, ambos elementos tienen que estar presentes. La genética es un determinante fundamental en la conducta y el carácter humano. Sin embargo, no creo que exista un gen teatrero y cuando yo nací mi mamá todavía no hacía teatro, lo que implica que la información genética referente a lo teatral tiene que ver con atributos que te inclinan hacia la disciplina. En todo caso el camino se hace, tengas o no predisposición genética. Y llevo algo así como 58 años en estos avatares.
¿Satisfecho?
Yo soy un ser humano feliz, pero eso no quiere decir que esté satisfecho…la sensación y la certeza de completitud es enorme, cosa que me obliga a seguir haciendo, pensando, dudando, equivocándome… las satisfacciones que funcionan, a mi criterio, son las circunstanciales, las perecederas. De hecho tengo la sensación de que las satisfacciones permanentes son una especie de fracaso.
¿Maneja método propio de aprendizaje y estaría dispuesto a enseñarlo?
A parte del aprendizaje que significa haber convivido y crecido vinculado a la actividad teatral, yo estudié formalmente en el IFAD, y recibí una enseñanza privilegiada, dada la pléyade de profesores que me tocaron en suerte. Además de Gilberto Pinto, recibí clases de Omar Gonzalo, Ana Rosa Gallegos, Roberto Colmenares, Catalina Gaspar y Orlando Rodríguez, entre otros. Luego me integré al Teatro Universitario de la UCV, bajo la tutela de Luis Márquez Páez, me hice escenógrafo profesional por las enseñanzas de Ramón Aguirre, con quien trabajé en teatro y el cine, hasta que me independicé en ese oficio. En la Escuela de Letras, no sólo fui alumno sino preparador de Eduardo Gil. Es decir, tengo un aprendizaje formal. Por supuesto, que también hay un aprendizaje informal que implica el roce en el oficio y la adquisición de unas herramientas de manera autodidacta, como creo que es el proceso de aprendizaje de todo el que se dedica a aprender una disciplina. En relación a esa otra parte de la pregunta referida a que si estoy dispuesto a impartirla, creo que no se puede hacer teatro sin compartir el conocimiento, el aprendizaje, la experiencia, los ignorares y los saberes. El teatro es una actividad colectiva, gregaria y de constante aprendizaje.   
¿Vale la pena tanto sacrificio para que le conozcan o hay algo más?
Nunca he sentido el hacer teatro como un sacrificio, más bien como un privilegio, como un placer, un divertimento. Una vez Eduardo Gil dijo que él era un amateur del teatro, es decir un “amador” del teatro, más que un profesional. Yo siento exactamente eso. Hago teatro respondiendo a una necesidad vital, dando respuesta a una demanda interior vinculada con el escribir, llevar a escena, entender el escenario o perderme. Muchas veces en pleno proceso de montaje me siento desvalido, pequeño, profundamente ignorante. Eso me hace pisar tierra… despierta mi instinto de lucha, pone mi vanidad en jaque. Cosa que se agradece.
¿Teatro comprometido? ¿Con quién y por qué?
Eso me pregunto yo ¿Con quién y por qué? Vuelvo a lo mismo: todo teatro es comprometido, hasta el muy malo. Hay un teatro comprometido con el dinero, otro que está comprometidos con la religión, hay un teatro comprometido hasta los tuétanos con la vanidad, otro más con el arte en si mismo, otro con posturas políticas… lo que es difícil, si no imposible es que exista un teatro no comprometido. He escrito y llevado a escena obras comprometidas con el ideario político revolucionario, otras con la libertad, otras con la diversión, alguna más con la literatura, todas con varias cosas a la vez. Cuando se habla de teatro comprometido se suele aludir al teatro político o el teatro militante… yo he escrito eso que llaman teatro de urgencia, o teatro panfletario, pero no es lo que más me gusta, de hecho no me interesa… Creo que el teatro, el arte en general tiene un compromiso con la vida, lo humano, la justicia, y también tiene un compromiso con altos contenidos estéticos y filosóficos. El arte, el teatro tiene la capacidad de colocar al artista y a su receptor en una atmósfera, en una sintonía especial que lo hace mirarse y mirar al otro con libertad, con amor por lo humano y sus capacidades creadoras. Ese es el compromiso intrínseco del arte, pero es el más fácil de eludir, casi siempre en nombre de esos otros compromisos.
¿Tiene valores la nueva generación teatral?
Por supuesto que tiene valores y muchos… no se puede estar en una sociedad y no tener valores. Eso no existe. Todos los seres humanos, hasta Donald Trump, tienen valores. De hecho los valores que tenían y proclamaban personas como Pinochet, Hitler, Churchill, Reagan, la Tacher, Kissinger fueron los que provocaron y justificaron genocidios terribles. Ninguno de ellos cometió las tropelías que cometió por ausencia de valores. Lo mismo es aplicable a gente honorable con acciones y resultados a favor de la vida. Puede aplicarse esto a una generación específica, a un héroe, a un santo, un mártir. Los valores responden a una realidad y a una percepción de la historia. Nuestras nuevas generaciones de jóvenes, teatreros o no, reproducen la misma diversidad de pensamientos, valores, sueños, inquietudes, ideales que han tenido los seres humanos durante toda su historia. Yo diría que sin cambios o agregados, más bien variaciones de énfasis en algunos aspectos. Lo demás es maquillaje, vestuario y escenografía.
¿Cuántas obras escritas y cuántas en camino?
18 obras… y ni idea de cuantas por venir.





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