sábado, febrero 22, 2020

¿Todos somos como Macbeth?


Con su libro  Shakespeare.La invención de lo humano, un texto de  910 páginas, el gran critico Harold Bloom (Nueva York, 11.07.1930-NewHaven, 14.10.2019) logró marcar una revolución en los estudios sobre el legendario autor teatral por su lucido análisis de la obra de quien, nos creó tal cual somos.
Desde el ingenio de Falstaff a la sublime inteligencia de Hamlet, del aterrador infierno de Macbeth a la agudeza malévola de Yago, Bloom recorre con su análisis la inmensa variedad de personalidades shakesperianas, resaltando aquello que la ha hecho únicas e imprescindibles para la literatura universal.
A lo largo de solo 35 páginas, Bloom apunta que la tradición teatral ha hecho de Macbeth la más desafortunada de todas las obras teatrales de Shakespeare, en especial para quienes actúan en ella, como ocurre ahora en la caraqueña sala Humboldt  con la producción de Federico Pacanins, donde José Tomas Angola Heredia da estremecedora vida  al más desafortunado de todos los protagonistas shakesperianos, precisamente porque es el más imaginativo.
Gran maquina asesina, apunta Bloom, Macbeth es dotado por Shakespeare con algo menos que una inteligencia ordinaria, pero con un poder de fantasía tan enorme que pragmáticamente parecer ser el del propio Shakespeare.” Ningún otro drama, ni siquiera El rey Lear, Sueño de una noche de verano o La tempestad, nos sumerge de tal manera en una fantasmagoría. La magia de Sueño de una noche de verano y de La tempestad es decisivamente efectiva, mientras que no hay ninguna magia o brujería declarada en El rey Lear, aunque a veces la esperamos porque el drama es de enorme intensidad alucinatoria”.
“La brujería de Macbeth, aunque omnipresente, no puede alterar los acontecimientos materiales, pero la alucinación si puede y efectivamente los altera. La ruda magia de Macbeth es enteramente shakesperiana; se entrega a su propia imaginación como nunca antes, tratando de encontrar sus límites morales (si es que los hay).No sugiero que Macbeth represente a Shakespeare, de ninguna de las más complejas manera, que en que Falstaff y Hamlet puedan representar ciertos aspectos interiores del dramaturgo. Pero en el sentido renacentista de la imaginación (que no es el nuestro), Macbeth bien puede ser el emblema de esa facultad en Shakespeare, una facultad que tiene que haber asustado a Shakespeare y debería aterrarnos a nosotros cuando leemos o presenciemos Macbeth, pues la obra depende del horror de sus propias imaginaciones. La imaginación (o la fantasía) es un asunto equivoco para Shakespeare y su época, en la que significaba a su vez el furor poético, como una especie de sustituto de la inspiración divina, y un desgarrón en la realidad, casi un castigo por el desplazamiento de lo sagrado en lo secular. Shakespeare de alguna manera mitiga el aura negativa de la fantasía en sus obras, pero no en Macbeth, que es una tragedia de la imaginación, aunque la obra proclama triunfalmente “El tiempo es libre” cuando Macbeth es muerto, las reverberaciones de las que no podemos escapar cuando salimos del teatro o cerramos el libro tienen poco que ver con nuestra libertad”.
Bloom enfatiza que Hamlet muere en la libertad, aumentando tal vez  nuestra propia liberación, pero la muerte de Macbeth es menos liberación para nosotros. ”La reacción universal ante Macbeth es que nos identificamos con él, o por lo menos con su imaginación. Ricardo III, Yago y Edmundo son héroes-villanos, es decir que Macbeth es uno de esa compañía parece enteramente equivocado. Ellos se deleitan ante su maldad. Macbeth sufre intensamente de  saber qué hace el mal, y que tiene que seguir haciendo cosas cada vez peores. Shakespeare se asegura de manera bastante aterradora que seamos Macbeth; nuestra identificación con él es involuntaria pero inescapable. Todos nosotros poseemos, en un grado o en otro, una imaginación proléptica, en Macbeth es absoluta. Él es apenas consciente de una ambición, deseo o anhelo antes de verse a sí mismo del otro lado o en la otra orilla, habiendo ejecutado ya el crimen que cumple equívocamente su ambición. Macbeth nos aterra por ese aspecto de nuestra propia imaginación es efectivamente aterrador: parece convertirnos en asesinos, ladrones, usurpadores y violadores”.

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