viernes, mayo 29, 2020

ELEGÍA PARA CUMANÁ

Barbas y cabellos tanto mecido / por los días de travesía lengua / que ya el mare no recuerda a los idos.
Pero agora los caminos temidos / de astrolabio y arenga / se hacen de golpe caminos perdidos. 
                                                                                                         *    *   *
 Con el sol rabioso del mediodía / asando cabo corchado y chicote / aguas verdinas cuando en felibote  / ancoré en la Nueva Andalucía.
 Menuzas urcas sin altanería / galeotas con el velamen arlote / tan triste parece simple capote / mientras descansa la marinería.
En puerto del paraíso soñado / do los ángeles son aves fermosas / y el mar un manto de azul templado.
 Y es  que lo nunca antes imaginado / a no ser me digan que falseo cosas / aquí se hace delirio de afiebrado.
José Tomás Angola   
Especial para Ideas de Babel. José Tomás Angola Heredia es dramaturgo, poeta, narrador, director teatral, guionista y ahora se nos revela como bucólico ventrílocuo. Los Legajos del Marqués, no son de ningún marqués, en realidad son los suyos; le permiten al escritor concretar una elegía poética a la ciudad de Cumaná —en lengua cumanagota: unión de mar y río—, fundada oficialmente en 1521 por Gonzalo de Ocampo —aunque ya desde circa  1515 utópicos misioneros franciscanos y dominicos crearon un poblado y construyeron un modesto convento— es con justicia considerada la primogénita del continente americano. Mucho nombre tuvo a lo largo de su accidentada y guerrera consolidación como villa: Nueva Toledo, Nueva Córdoba, hasta que finalmente se impone el originario nombre de Cumaná, formando parte de la extensa y muy rica Provincia de Nueva Andalucía.
Desempolvando viejos legajos escritos en castellano antiguo, el poeta realiza un verdadero ejercicio de arqueología lingüística para rescatar las voces y usanzas de la  época de la conquista, utilizadas por la gente del común mucho antes —para nuestro bien o nuestro mal— de que la Real Academia de la Lengua uniformara y regulara el habla, ahora idioma. Recoge Angola en sus legajos la nota inicial escrita de su puño y letra por “D. Cristóbal del Hoyo – Solórzano y Sotomayor, Primer Vizconde de Buen Paso y Segundo Marqués de la Villa de San Andrés, ilustre poeta tinerfeño”, apodado también ‘el aventurero venturoso’, ‘el Quevedo de Canarias’, cuyo revelador texto reza de este tenor:
“Así las encontré. Hojas leonadas escondidas bajo estoque, calabozo, contería de Taguache, boemios raídos, un coselete enmohecido, ruinosa talega, una Chaguala que algún salvaje le obsequió o él apropiose guerreando. Creí que serían sólo hojas sueltas de algún Auto. A lo mejor Probanza de haber asistido de mirada y oída a las maravillas de la Nueva Andalucía. Todo lo supuse, yo que fui vueso hijo. Pero e allí que he descubierto verso clarísimo pergeñado por él. Él que sólo berso había servido. Aunque me tenéis por travieso y díscolo, no se crea que estas hojas mías son. A él pertenecen. Y agora que duerme cual durmiente de sueño cristiano en esperanza de último día, yo le hago justicia y a luz saco, para avío de mi suerte y patronímico, este escrito. Y agora reconozco que salí bardo porque de bardo él hubo ejercido. Y si yo espada como él manejo, agora sé que ambos pluma compartimos. Que la suya fue secreta y la mía con ruido. Ahí les dejo, lectores míos, las letras de un Marqués que soldado ha sido y yo jamás con musa e ingenio le hubiese creído.  Ahora que yo soy, por herencia, el Marqués y él se ha ido. Cristóbal PVCDBP”
Y menuda sorpresa recibimos los lectores contemporáneos de estos vetustos pliegos escritos —ahora lo sabemos con certitud de escribano poético de D. José Tomás—  por ”D. Gaspar del Hoyo – Solórzano y Alzola, quien en vida fuese el Primer Marqués de la Villa de San Andrés según reza en real despacho firmado por D. Felipe V y fechado en Madrid el 2 de enero de 1708”. Leamos el mamotreto inicial del Marqués de Angola:
“Carta de recomendación a quien ose avistar estos versos
Que no se me acuse de poeta sin haber cumplido. Yo, el más bizarro entre los bizarros. Puño de fierro. Alabarda en ristre. El primero que siempre acometió apicar. Que montonería supe desde niño. ¡Ay, cuántas escaramuzas sin peto! Ni falta hizo. Ya con mi alma de soldado tenía. Y yuso de la piel este corazón empeñado al Altísimo porque patrono del Convento de los Recoletos del Espíritu Santo de Icod he sido. Y fue a vuestra Magestad a quien serví con fervor. Serví á ella en las Islas de Thenerife, y la Palma, mas de veinte y un años, los diez primeros de Capitán de Infantería Española de una de las Compañías del Tercio, y Partido del Lugar, y Puerto de Garachico, en virtud de Patente del Governador, y Capitan General de aquellas Islas. Yo no era extraño desas comarcas. En desta villa de Garachico se me oyó llorar por vez primera al alumbrar desde las fuentes de mi madre. Y fue uno de mis grandes abuelos D. Hernando del Hoyo-Solórzano, valiente y bizarro “mozo de espuelas” de D. Fernando el católico. Espuela dorada hubo de ser tenido. Y llegó como conquistador destas tierras en las que  se me vieron pacer y berrear como crío. Passé al empleo de Capitán de Cavallos del Tercio de la Palma, en que serví interpoladamente mas de once años con entera satisfacción de mis Cabos Superiores, y Capitanes Generales de las referidas Islas, considerándome digno de las honras que me hiciessen, como con efecto se me confirió en las Indias el Govierno, y Capitanía General de la Provincia de Cumaná en diez de mayo de mil seiscientos y ochenta y ocho, y exercí este empleo con toda aprobación.  Fui a tierra americana a quedarme con el noble empleo que Don Gaspar Mateo de Acosta acometiera con fortuna que no toca acuento. Ansí exercí de primera jefatura de provincia, yo, un cavallero del hábito de Calatrava, un maestre de campo aburrido de los vientos de isla de mi nacimiento y presto a la aventura. Allí conocí de las calenturientas fiebres que me hicieron soñar lo que acá escribo.  Padecí de sarampión cuando la peste inundó Nueva Andalucía y de Viruela cuando en el año del señor de mil seiscientos y noventa y cinco el castigo asoló la tierra a mí encargada. Ansí le escribí al buen rey Carlos II al Consejo de Indias. Contele que con el sarampión no quedose muger con marido y al llegar la viruela tan sólo cinco poblados quedaron en pie y dellos muy despoblados. Fuese durante esos quebrantos que, calenturiento y malo, di en escribir destos versos. Y sólo sea la fiebre malsana la excusa de mi osadía de facer de poeta cuando soldado he sido. Mas no obviaré lira para cantaros de lo que estos sueños afiebrados diéronme en cantar. Que en dellos la América toda se guarda. Sirva a Dios y a mi buen Rey este discurso y perdónenme poetas y bardos por la osadía pues Nueva Andalucía, Nueva Barcelona, Cumaná toda, quedáronseme en la sangre y sólo escribiéndolas habré de purgármelas. Exegi monumentum aere perennius.”
La sorpresa y estupefacción que experimenta D. Gaspar a su llegada a la Nueva Andalucía, a la Tierra de Gracia, es la misma que plasmaron en sus cartas los conquistadores iniciales, al enfrentarse con un nuevo escenario humano y físico —un Nuevo Mundo— sin precedentes en sus vivencias y realidades, lo que dio origen a las célebres Crónicas de Indias, fuente del Realismo Mágico latinoamericano. El mismo descubridor Cristóbal Colón en carta enviada a su financista el sefardí Luis de Santangel, en febrero de 1493, cuenta:
“La Española es maravilla: las sierras y las montañas y las vegas y las campiñas y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de villas y lugares. Los puertos del mar, aquí no habría creencia sin vista, y de los ríos muchos y grandes y buenas aguas, los más de los cuales traen oro. En los árboles y frutos y yerbas hay grandes diferencias de aquella de la Juana: en ésta hay muchas especierías y grandes minas de oro y de otros metales. La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen. Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni son para ello, no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo que son muy temeroso a maravilla. No tienen otras armas salvo las armas de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo un palillo agudo; y no osan usar de aquellas; que muchas veces me ha acaecido enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa, para haber habla, y salir a ellos de ellos sin número; y después que los veían llegar huían, a no aguardar padre a hijo; y esto no porque a ninguno se haya hecho mal, antes, a todo cabo adonde yo haya estado y podido haber fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio, luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le dé, por ello se van contentos”.
El Marqués, por su parte, no se queda atrás en la descripción de las maravillas que fue encontrando en sus andanzas por Cumaná y sus cercanías, en verso rimado, el poeta venezolano habla por el ancestral poeta español:
“A orillas de Cumaná no hay pecado / mas los sacadores de la nueva era / hunden su notomía en la cantera / do sirenas dejan perlas a nado.
Llegaba el caballero alistado / empleada la aguja capotera / que yesca y pólvora poca no era / con que mucho había disparado.
Piqueros guerreando a indios sin fajina / aves de canto raro y vuelo contrario / y noches zorras y luna cansina.
Que todo era invertido y milenario / pues la beldad desta ciudad marina / es beldad como trinar del canario.
Ya conocía dessas vecindades perdidas / historias de desastrados y luchas fragosas / de chuchear tras animales de tierras montuosas / de pejes de faz extraña y hablas escondidas.
Yo con color pues veía más de mil Ducados / el escondido Dorado y los cayres indianos/ y los Reales de plata y cientos de Castellanos / y Maravedíes y los Vellones ansiados.
Arrobaba el amarillo del deslumbrante oro / mis ansias pecadoras de hidalgo sin decoro / sin saber que no era la gallardía del toro / lo que siempre ha buscado con suerte el noble moro.
Y no sabía del capó de garzo quemado / ni los dientes del yarbé o caimán bautizado / del yaguare de pelaje ambarino rayado / de aquel tupoco salvaje o cangrejo llamado”.
Sin embargo, no puede ocultar el Marqués recién llegado al Paraíso Terrenal, su profunda y genuina nostalgia por el reino dejado atrás, en melancólicos, tristones y mohínos versos, Gaspar se regocija a la vez que se lamenta:
“Calores foscos, hirviente tremedal / descastados céfiros chamuscados / lambisqueando mis carrillos dorados / y venía de Capitán General.
Hincando la bota en la costa de sal / gallardete en mano de adelantados / toda España cargada en mis costados / alcanzando tierra que no ha visto mal.
Cumaná, niña recién parida / era yo padre asombrado y prestado / desta la dicha criatura habida.
Ya vendría la memoria ida / para  recordar el reino dejado / llanto al oír la guitarra tañida”.
Ya más afincado en la Cumaná de sus nuevas querencias, asediado por piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros,  aquejado por las fiebres y los delirios, asustado por las inclementes tormentas y los mortales terremotos, y acongojado por el dolor de ver su patria de adopción —ya no sólo su Nueva Andalucía sino toda Venezuela, incluyendo la malhadada del siglo XXI—  a punto de fallecer, el Marqués escribe este desolado y casi postrero poema, que habla de sus angustias y esperanzas, de sus alegrías y tristezas:
“Al borde del desfiladero de una ventana / en este fortín descastado de San Antonio de la Eminencia, / bajo los cabellos de una lluvia, / en las fauces de Cariaco, / con la amargura de Araya la tristísima, / conviven tormentas y chicharras.
Descienden los truenos en carros incendiados / y el martilleo de la luz sobre mares de vapor / acosa a una luna sacra.
Sobre la frontera / que se yergue más allá de esta fortaleza, / se baten las horas en un duelo con las luciérnagas.
Es este abismo de temporal / donde los pretores hechos relámpagos / se ensañan con las vírgenes que fueron estrellas, / y un agujero impúdico penetra la bóveda / por  el que miles de lenguas / gritan naranja.
El péndulo rubio antes virrey, / duerme su magnificencia / entre los senos de una noche desesperada por parir, / y alguien, sabe Dios dónde, / sigue ordeñando las ubres del cielo.
Se cuecen rugidos y rayos en esta olla / y mientras se ahogan los minutos en el patíbulo del véspero, / las vísceras del cosmos se revuelcan / y vomitan bilis.
Bilis que cae en techos de palma y tonsuras de cura, / en despechos indianos y cardonales, / en calzadas pedrosas y perros famélicos, / en bateles mohosos y en Cumaná la olvidada.
Bilis que apacienta locuras / y amasa el detritus de los puertos maléficos.
Bilis que santifica soldados y borrachos, / que bautiza niños y esclavos, / que abraza muros y cañones, / en este castillo cobarde de San Antonio de la Eminencia.
Bilis que reclama redención para una noche fosca, / y espera el sueño de un amanecer, / y desata mareas en el viento antiguo.
Tormenta que azota el ventanal de mi alma / por tu nación de futuro / que está a punto de perecer”.

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