lunes, enero 30, 2006

Condecorado

¿Cuántas condecoraciones se imponen a diario en el mundo para premiar o reconocer el trabajo de servidores públicos, guerreros, intelectuales y artistas, o a los más modestos maestros o bedeles de las grandes urbes? Esa es una pregunta capaz de reventar a los concursantes de esos sórdidos concursos de “sabiduría” que organizan las aburridoras televisoras. Por supuesto que ese dato todavía no está en ninguno de los buscadores del ciberespacio, pero cuando se conozca tendremos que enmendar el encabezamiento de esta crítica que con sumo placer hacemos sobre la pieza teatral latinoamericana Condecorado, del artista argentino Alberto Ravara, la cual se estrenó en el marco del VI Foro Social Mundial y fue exhibida, por ahora, en una única función en la Casa del Artista.
Condecorado no es grata para nadie. Alude precisamente al latinoamericano Cosme Marichalar Aldave, quien ha sido sacado del asilo o nosocomio de ancianos, donde está recluido, para recibir una medalla por los servicios prestados a la paz en una nación centroamericana. No habla ni muestra revoluciones, fusilamientos o torturas. No recuerda a desaparecidos ni nada de esa aterradora parafernalia informativa de los últimos 50 años en este balcanizado continente. Eso, sí le recuerda al público los pro y los contras de la prolongada finitud de la vida, el ocaso de los humanos o sea esa triste o nostálgica edad dorada de quienes llegan a la senectud, cuando los días y las noches los sorprendan hiriendo los cansados ojos con luces o colores que les anuncian que aún viven y que la imaginación los seguirá torturando hasta que llegue la inminente partida.
No es Ravara (Trenque Lauquen, 1952) un émulo de Ionesco o Beckett, pero por “ahí van los tiros”. Su pieza, del más puro existencialismo ateo, sumerge al espectador especializado en uno de esos tantos textos del teatro del absurdo, donde un viejo desafía siempre a la naturaleza y trata de enseñar una moraleja a los que continúan vivos. En algunos momentos, el protagonista nos recuerda al shakespeareano viejo Próspero en la inmensidad de la mar embravecida y acompañado de sus mágicos personajes. Es, pues, un texto con hondos contenidos filosóficos y múltiples interrogantes, como lo hizo Carlos Gorostiza en Aeroplano.
El drama patético de Cosme Marichalar Aldave lamentándose de lo que fue su vida y de cómo la sociedad le pagó o lo premió, es una invitación a reflexionar sobre el sinsentido de la vida humana dentro de una sociedad que norma todos los actos de sus ciudadanos desde que nacen hasta que llegan a la edad del retiro, cuando se convierten en un estorbo porque ya no son útiles o no producen ninguna riqueza para ese inmenso ídolo de oro que es el mercado o el Estado. ¿Cambiará eso en una sociedad menos deshumanizada? ¿La humanidad será otra al alcanzar la utopía del comunismo que advertían los griegos? ¡Quizás no estemos vivos para vivirlo o conocerlo cuando sea posible!
Es, pues, Condecorado un grito de protesta contra la deshumanización presente en todos los sistemas sociales, los cuales han pretendido resolver el problema del pan diario, pero olvidándose de que no sólo de pan vive el hombre. Ésa fue la lectura que hicimos del texto original y la cual reafirmamos con la maltrecha puesta en escena adelantada por el mismo autor
Condecorado, actuada por Alexander D´Leon, Simón Salcedo, Enrique Reyes y María Antonieta Coronado, tiene una puesta en escena extraña. No se fue por los concretos caminos del minimalismo escénico, ése que podría haber reducido el montaje a dos actores naufragados en la soledad del escenario y acompañados por sus textos y mínimas tareas físicas de hombres mayores. El autor-director creó todo un vendaval de imágenes y situaciones oníricas para el protagonista y su leal compañero “viejo Arturo”, las cuales conspiraron contra la misma claridad del discurso, al robarle escena al protagonista y su lacerante verbo. No es que la puesta sea mala o equivocada. No, pero sí debe ser controlada mucho más, o depurada lo suficiente, para que no compita con el show existencial de Cosme Marichalar Aldave, el cual debe llegar nítido y con su “verista” actuación al espectador. Las palabras deben sobreponerse a las imágenes en este caso y no ser aplastadas.

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