viernes, abril 28, 2006

Cuatro malandros

No es fácil iniciarse en la dramaturgia y llegar hasta un escenario con la primera obra para recibir aplausos consagratorios o la defenestración por no estar a la altura, ni reunir los requisitos mínimos para ser considerado, simplemente, autor de literatura teatral. Algunos aseguran que los dramaturgos nacen y que es imposible generarlos o engendrarlos.Pero en Venezuela eso sí es posible, siempre y cuando haya interés en aprehender, crecer y abundante paciencia para soportar las complejidades de un difícil proceso de instrucción, además de que surja la indispensable gente dispuesta a dar apoyo incondicional al que recién comienza. Hay maestros que se cortan una mano con tal de sacar adelante a un escritor y además apuntalan la escenificación de esa ópera prima. Le queda al público y a la crítica aprobar o desaprobar aquella prometeica tarea. El caso más reciente es el de Vicente Lira (Caracas, 8 de diciembre de 1959), licenciado en Letras, quien se sometió al rigor de una taller para aficionados con la exitosa Mónica Montañés; ahí, bajo sus maternales cuidados, y no estamos exagerando, brotó el primer borrador de un texto que, con las revisiones, los ajustes y las recomendaciones, se transformó en Las tumbas son pa’ los muertos, obra que, macerada después por el rigor de un director como es Gerardo Blanco López, y bajo el esmerado aparato de producción del grupo Bagazos, se trasformó en un buen espectáculo que ahora se exhibe en la Sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas. ¡Se hace camino al andar!
Las tumbas son pa’ los muertos es un serio y aplomado acercamiento intelectual de Vicente Lira para analizar y proponer una reflexión al público sobre lo que ocurre en la Venezuela actual a partir de lo que sucedió en el estado Vargas con el deslave desencadenado en la tarde y noche del 15 de diciembre de 1999. No es una crónica periodística. No es nada de eso, aunque sí está fundamentado en un cúmulo de sucesos y acontecimientos que acopió la prensa y demás medios de comunicaciones. Es, simplemente, una historia de ficción sobre cuatro venezolanos que, cual personajes de Jean Paul Sartre (¿quién no recuerda su ejemplar A puerta cerrada?), repiten y repiten lo que les pasó durante aquellas largas horas del deslave fatal.
Las tumbas son pa’ los muertos presenta a tres malandros que asaltan e intentan saquear un apartamento en el estado Vargas y chocan o se enfrentan con su dueño -un no-malandro, aunque después se comprueba que es el peor de todos- al tiempo que se van quedando encerrados e imposibilitados de escapar de ese sitio, porque de los cerros bajan monumentales piedras y el agua del amor y de la montaña son barreras insalvables. Ese encierro los obliga a desnudarse, a contar sus frustraciones y sus anhelos, y en ese singular striptease de sus almas se sacrifican, mueren a tiros, mientras que uno de ellos (en este caso es una mujer) es aplastada por la naturaleza inclemente. ¡Sólo Dios está vivo en aquel tremedal!
La pieza tiene como novedad que todos los personajes están muertos de principio a fin, pero por los artificios de la escritura y la ayuda del director todos reviven para actuar sus historias. Eso convierte la tarea escénica en un entretenido juego para el espectador que, por ir llenando aquel singular crucigrama teatral, no se aburre y se entretiene hasta el final.
¿Qué encontramos en Las tumbas son pa’ los muertos ? Una audaz propuesta del autor Vicente Lira que trasciende a lo episódico de la pieza. Hay una invitación para que el espectador vea que ese apartamento donde los malandros resucitan y vuelven a morir es verdaderamente otra cosa: un país infernal donde todos están muertos insepultos y sin descanso alguno y así estarán hasta el fin de los tiempos si no despiertan y hacen algo para cambiar sus rutinarias muertes. Es el país donde el malandraje, creado y alimentado por los otros no-malandros, impone reglas y se entrega a un incesante juego criminal.
Para ser la primera obra de un dramaturgo tardío, Las tumbas son pa’ los muertos es algo más que una esperanza por el nacimiento de un dramaturgo con todo el peso y el rigor de lo que eso significa. Tiene manejo del lenguaje, sabe inventar diálogos, proponer psicologías y, lo más importante, echa bien un cuento. ¡Ahora es que Vicente Lira debe subir la dura cuesta!
Mención especial merece el elenco convocado, conjunto que creyó en algo más que un trabajo: Vicente Tepedino, José Luis Useche, Carlos Alberto Sánchez y Mabe Hernández. Ahí hay un duelo por ver cuál malandrea mejor que el otro, cuál es más auténtico, cuál provoca más pánico entre la audiencia. Al final, nos reímos porque estamos viendo a un estereotipo que se ha consolidado como personaje particularmente siniestro de la vida urbana venezolana. Una realidad que merece reivindicación.Y todo eso tiene un hacedor, un director como Gerardo Blanco López que además de capacitar actores sigue lanzando autores. ¡Gracias, maestro. ¡Antes lo hizo con Mónica Montañés!
Y para que no haya polémica con la historiografia teatral, hay que dejar constancia de que el veterano comediante Rodolfo Santana escribió y dirigió su texto Asalto al viento, donde unos malandrines roban un banco y despues pierden el botín porque el deslave de Vargas se les lleva el vehículo donde lo habian escondido.La pieza,donde trabajaba Pedro Lander, se montó en el Teatro San Martin, durante los primeros años de este aciago siglo XXI.

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