martes, junio 12, 2007

Los chicos de la banda del 69

La comunidad de homosexuales y lesbianas en Estados Unidos conquistó sus libertades y el respeto del resto de la población porque luchó y salió victoriosa. Analistas marxistas aseguran que todo aquello se “negoció” porque había que vender neveras, cocinas, camas y apartamentos para las nuevas parejas del “tercer sexo” que insistían en desafiar a pacatos con sus publicas convivencias. Lo cierto es que aquello no ha sido nada fácil en una sociedad que mata por cualquier conducta que rompa con lo tradicional, especialmente en pequeñas ciudades y poblados, aunque la rutina es otra en las metrópolis. Para esa revolución gay fue fundamental el apoyo de intelectuales y artistas, especialmente los teatreros, porque el otro trabajo lo hicieron políticos liberales e izquierdistas y los comerciantes, o sea Wall Street.
En esa lucha por los derechos de los gays fue importante el aporte del espectáculo Los chicos de la banda, de Mart Crowley, que ascendió desde los suburbios neoyorquinos, en 1968, hasta el consagratorio Broadway en 1969. Al año siguiente saltó al cine y su mensaje se expandió al mundo. En España desembarcó en septiembre de 1975 y aquí en Caracas arribó en mayo de 1978. Su éxito significó que a los tradicionales temas del odio, los celos y la lucha de clases, se agregó la homosexualidad, en un discurso melodramático y hasta moralizante.
La homosexualidad en el teatro venezolano –porque la de su sociedad no es el tema para esta crítica- reventó en los sainetes de Leopoldo Ayala Michelena, Rafael Guinand, y Antonio Saavedra, en la década de los 40, y la misma se popularizó en los 70 gracias a los empresarios de Chacaìto, Las Palmas, el Ateneo de Caracas y El Nuevo Grupo, pero “la asonada” comienza con La revolución, de Isaac Chocrón, en 1971. Desde entonces esa libertad no ha sido conculcada y colocar una “loca” en escena se convirtió en pingüe negocio.
Y es dentro de onda libertaria que ahora se exhibe una versión de Los chicos de la banda bajo el titulo Los chicos del 69, conducida aceptablemente por César Sierra y con la variopinta participación de Javier Valcárcel, Pastor Oviedo, Carlos Arráiz, Ignacio Marchena, Gustavo García, Agustín Segnini, Anthony LoRusso, Gian Marco D’Ortenzio y el actor español Andreu Castro. Franco Rosso concibió la escenografía, el vestuario es de Marisol Martínez y Miguel Ferro es el productor para el Teatro Escena 8.
Hay que recordar que Los chicos de la banda fue estrenada en Caracas en el Teatro “las Palmas”, con la producción de Conchita Obach ,una profesional dirección del español Jaime Azpilicueta, una espectacular escenografía de Ibrahim Guerra y un irrepetible elenco que incluía a Manuel Poblete, Javier Vidal, Luis Abreu, Rodolfo Drago, Luis Rengifo, Ernesto Aura, Aníbal Grunn y al martizado Yanis Chimaras, quien debutó en el teatro como "el regalo vivo". “A todos ellos está dedicada esta reposición. No sólo como un homenaje a sus muchos aportes a la historia del teatro, la televisión y el cine de nuestro país, sino como un merecido reconocimiento a la valentía que significó enfrentar este difícil tema cuando eran pocos los que se atrevían a tocarlo públicamente, como no fuera en la búsqueda de la risa fácil”, apunta el director Sierra, nieto de esa pareja de inolvidables teatreros que fueron Lily Álvarez Sierra y Gabriel Martínez. Él la rebautizó como Los chicos del 69 porque la singular y desesperada fiesta gay se realiza en un apartamento identificado con ese número, aunque así también se busca la indispensable promoción publicitaria...fundamental para cuando ese género de espectáculo no tiene subsidios de ninguna índole y sobrevive por la respuesta del público.
Los chicos del 69 es la fiesta de cumpleaños de un homosexual, con “regalo vivo” incluido, donde nueve personajes se querellan por la fidelidad, la tolerancia, la soledad y los afectos, tornando aquel grato momento en un purgatorio de culpas asumidas o ajenas, en medio de tragicómicas situaciones. El elenco, en esa primera función o representación, careció de homogeneidad, vital para ese tipo de piezas, donde se trabaja desde adentro y sin prejuicios, sin miedos y recordando que son actores y no pacientes de un psicólogo. Un actor tiene que desprenderse de su conducta sexual y encarnar personajes de cualquier comportamiento, sin miedo alguno, porque de lo contrario lo que muestra en escena le sale falso y no se lo cree ni el espejo de Blancanieves. Andrés Cano como la estridente loca Emory y Anthony Loruso en un sorprendente “regalo vivo”, fueron los mejores. El público dirá la última palabra.
Esta famosa obra gringa, aunque está escrita en tono de comedia y llena de momentos hilarantes, algunos ya envejecidos, como el juego final, es un llamado a reflexionar. Y debe llegar a todos los públicos, ya que trabaja sobre temas universales, que tocan por igual a todos los seres humanos, independientemente de su decisión sexual, porque la libertad es el bien mas preciado para la humanidad.

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