domingo, octubre 21, 2007

Sofía la exigente

Tenía 11 años y le cobraba un fuerte (cinco bolívares de esa época) al periodista Alberto Ravell por trabajar en un programa de Radio Continente. Era “Astrid, la estrella del piano”, nombre artístico de una niña que a los tres años había llegado en los brazos de Naum Imber y Ana Barú, huyendo de la persecución de los comunistas rusos desatada contra los judíos de Soroca, en Besarabia.
A más de 80 años de esos inolvidables recuerdos y cuando en su balance vital tiene una impresionante tarea de promotora cultural, como fue la creación, puesta en marcha y ubicación destacada del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, con el apoyo del Estado venezolano, además de haber realizado varias décadas de buen periodismo televisivo, radial y escrito, la otrora “Astrid” o sea Sofía Imber (viuda en dos ocasiones) reconoce que “la vida es como una caraota... es nada”.
Son las siete de una invernal noche dominical y en esa soledad de la quinta Sir, comprada por 600 mil bolívares en la década de los 60, Sofía no explica porqué ubica la vida al nivel de esos apetitosos granos negros, pero sí saborea un vaso de ginebra con agua de quina, servida por la eficaz peruana Elsa, mientras acaricia sus tres perros e intenta cargarlos. Comenta que todavía la radio permite propalar mentiras y engañar a los pueblos. No sucede lo mismo con la televisión y muy en especial la que ella hizo con su esposo Carlos Rangel, dirigidos por el experto Daniel Farías. En esa televisión sin manipulación, los ojos decían una cosa, la boca otra y las manos revelaban otros asuntos, dejando así prácticamente “desnudo” al entrevistado que no sabía mentir o disimular su enojo al ser descubierto. Y eso hizo temible a la pareja televisiva, pero a la vez era la más buscada por aquellos interesados en venderse en el horario tan especial de Buenos días. ¿Los rocambolescos cambios políticos hicieron de la TV un arma temible o fue la TV la que alteró la política?, es una pregunta que ella formuló.
Como la nostalgia es tan inocultable como la tos, recordó su dilatada pasantía por los medios impresos, especialmente cuando redactaba la columna “Sofía la intransigente” en El Nacional. Ella aclara ahora, quizás tarde, que el calificativo “la intransigente” fue un error de los temibles duendes de las imprentas. Había escrito “Sofía la exigente”, como la llamaban en el MACC. Pero ese equívoco gustó y así se le conoce, cuando precisamente no era para nada “intransigente” sino todo lo contrario. Nunca cambió ese titulo porque no le gusta dar explicaciones a nadie, aunque ahora lo hace para dejar sin sombras esa saga.
La memoria la refugia en los sórdidos y húmedos sótanos de Parque Central, entre 1972 y el 23 de enero de 2001, aquella inolvidable etapa de “pedigüeña”, cuando no hubo Gobierno a quien no solicitara los millones de dólares necesarios para erigir y dotar con calidad al MACC. Comenzó en 64 metros cuadrados y dejó más de cuatro mil metros cuadros para salas de exposiciones, oficinas y depósitos. Además de cuatro mil piezas artísticas, ”ninguna mediocre”, sin olvidar los 200 Picasso, entre papel y óleos. ”No hay dinero en el país para comprar obras como las que ahí están. Todos sus autores murieron y son irrepetibles”. Tampoco sabe cuanto se invirtió ahí y recomienda revisar los presupuestos asignados, porque cuando salió dejó dos millardos en las cuentas de la institución.
Asegura que su presencia en esos sótanos, a lo largo de 29 años, donde trabajó día y noche, manteniéndose permanentemente informada y cultivando las relaciones con los otros museos del mundo, le permitió forjar un equipo enamorado de su trabajo y entender al MACC como centro educador. Insiste en que la Interpol, el FBI y otros cuerpos policiales deben encontrar el óleo de Henry Matisse,”Odalisca con pantalón rojo”, oficialmente desaparecido o hurtado o robado el 3 de diciembre de 2002, “cuando yo ya no estaba ahí”.
Y lo dice abiertamente:”el museo ya no me interesa; quedó atrás. Ahora estoy dedicada a rescatar, complementar y preservar, con el apoyo de la buena gente de la Universidad Católica Andrés Bello, más de 3.700 copias de las entrevistas que Carlos Rangel y yo hicimos a personalidades nacionales y mundiales entre 1969 y 1986, en nuestro Buenos Días”. En ese trabajo consume todas sus tardes y la “hace muy feliz porque ahí trabajo para rescatar la memoria viva de una etapa gloriosa del país”.
Descarta escribir sus memorias. Prefiere vivir el ahora y su momento. Deja así que otros escriban su paso por esta vida, donde procreó cuatro hijos y tres nietos. ”Vivo con inmenso placer mi rol de abuela”.
Criticandito
Este periodista conoció a Sofía Imber en 1969, cuando editaba su columna “Criticandito” para el diario La Verdad (ya desaparecido). Un espacio único y testimonio fiel, durante muchos años, del mundo de las artes plásticas vernáculas, que se favorecería después con la aparición del MACC.

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