miércoles, junio 11, 2008

Para cruzar algo más que el Niágara

Mientras cierta gente se dedica a colocar trabas o inventarle conflictos al trabajo que hacen los teatreros, estos saltan obstáculos, controlan rémoras y se entregan a crear sus espectáculos, confiando que al final del túnel hay una luz y podrán enrutar definitivamente sus carreras profesionales. Como eso lo estamos viendo y reseñando desde 1969, nos ha correspondido constatar el eclipse de pioneros, el surgimiento y la caída de un huracanado movimiento, y ahora hay un obvio renacer con los sobrevivientes reforzados por una valiosa generación de actores y actrices que emergen de institutos universitarios y indispensables talleres de capacitación. En síntesis, tenemos el teatro que nos merecemos, el que hacemos y para testimoniarlo hay algunos medios de comunicación que insisten en su labor cultural en medio del bochinche de la torpe politiquería.
Y como prueba que sí vienen mejores tiempos para las artes escénicas está el hermoso espectáculo El cruce sobre el Niágara, del peruano Alonso Alegría, el cual se presenta en la Sala Horacio Peterson, con la creativa dirección de Melissa Wolf, las conmovedoras actuaciones de Daniel Rodríguez y Jesús Cova y la cuidada producción del Celcit y el Grupo Actoral 80. Una obra y un montaje dignos del momento de efervescencia que viven las artes escénicas, de esa alianza o maridaje que debe fortalecerse entre las emergentes generaciones y las que llevan un camino recorrido y tienen aún mucho que dar todavía.
El cruce sobre el Niágara, ganadora del Premio Casa de las Américas de 1969 y montada en más de 50 países, fue estrenada en El Nuevo Grupo de Caracas (Sala Juana Sujo), durante la temporada de 1982 por Carlota Vivas y los actores Jorge Canelón y Rene Rivero. Está centrada en la posible relación de amistad que surgió entre Charles Blondin (célebre equilibrista francés) y su joven admirador Carlo, tras una inesperada visita que pone en tela de juicio el profesionalismo del famoso personaje, porque su desconocido interlocutor le revela que ha detectado malas mañas en su oficio, falencias que incluso pueden hacerle peligrar su vida misma.
Y como una patética demostración de lealtad y amistad, pero al mismo tiempo como proeza única para la historia de sus vidas, Blondin, con Carlo sobre sus hombros, acuerdan cruzar una vez la cuerda floja, de 330 metros, que unen a Estados Unidos y Canada, a 48 metros de altura, sobre el río de las famosas cataratas, sobre las furiosas cataratas.¡Y lo logran!
El dramaturgo Alegría (1940) a partir de un personaje de la vida real creó esa fábula cuya metáfora es una exaltación de la amistad por encima de los protocolos y los prejuicios, es la alianza que todos queremos ver entre los que emergen y los van en la vanguardia, como debe lograrse entre los teatreros venezolanos en estos tiempos. ¡La vida copia al teatro!
El montaje creado a partir de las magníficas habilidades físicas, casi circenses de los actores, atrapa al público y lo coloca sobre esa fantástica cuerda floja, donde están siempre la amistad y el amor, como por supuesto lo enseñan mágicamente Blondin-Daniel y Carlo-Jesús. Una pareja de comediantes que viene desde abajo, pidiendo y ganando su derecho de ser vistos y aplaudidos. ¡Bravo!
Sobre este texto, Melissa Wolf, su directora, señala que es "una obra que nos habla de lo posible, del compromiso y del infinito poder de la amistad". Y por eso consigue esa transparencia de los personajes, esa relación que estremece porque los muestra a los dos desnudos ante la inmensidad de la fuerza de la naturaleza representada por las cataratas del Niágara. Un desafío de la inteligencia y la osadía humanas capaces de apostar, de retar y ganarle a la misma fuerza de la gravedad, de hacer posible un sueño
La iluminación es de José Jiménez, la asistencia de dirección está a cargo de Luis Chicott y la asistencia de escena es de Juan Vicente Pérez.

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