sábado, diciembre 06, 2008

Piazza San Marcos en Caracas

Es el salón más elegante de Europa, según la definió Napoleón Bonaparte, pero también es el corazón de tan extraña ciudad semiacuatica. Tiene 80 metros de ancho por unos 170 de largo y comenzó a transformarse en la plaza más famosa de Europa desde el siglo XII. Hoy se conoce como Piazza San Marco o plaza de San Marcos de Venecia y no hay otra en el mundo que contenga una basílica con las reliquias de un santo y un palacio ducal, y esté, además, flanqueada por los mejores hoteles, restaurantes, iglesias y el teatro La Fenice. Por ahí han desfilado millones de turistas, especialmente durante sus carnavales, para exhibir sus amores o acentuar sus sueños cuando el corazón no tiene quien lo pueda proteger.
Pero en Caracas hay una y se puede ponderar, hasta el 21 de diciembre, en la sala Horacio Peterson. Ahí, gracias a la magia teatral desplegada por el autor y director Julio César Alfonzo, bien apuntalado en el histrión William Cuao, toma vida todas las noches. Es la placita del mítico pueblo La Pastora de Tarure, un espacio cansado, roto y solitario, lejano para todos sus habitantes, menos para dos, al cual, un día cualquiera, un excéntrico charlatán bautizó, seguramente en un arrebato de ironía, como “San Marcos de Venecia”. Solo un banco queda en pie y en el reposa un muchacho, Carlos María, que espera a su amigo Benedicto y llora su soledad, aunque en ocasiones lo acompaña el fantasma de quien se sacrificó para defenderlo. ¡Caen las sombras en medio de una hojarasca que presagia lo peor!
Este montaje San Marcos de Venecia plasma la historia de Benedicto y Carlos María, tonticos o mongólicos de La Pastora de Tarure, y alude a la discriminación en que viven y el trágico desenlace de su hermosa amistad. Fue escrita para reivindicar a los seres humanos con discapacidades frente a los ojos de los “normales”. No está basada en sucesos conocido por el autor, es un acto de total inspiración, como él mismo lo ha reiterado. Y con esta pieza teatral espera sensibilizar al espectador sobre ese tema.
Tal vez muchos piensen que San Marcos de Venecia trata sobre la amistad, y también es eso, pero, primero, denuncia la intolerancia. Y damos fe que lo que dice, se ve o transcurre en escena, suficiente para conmover al más duro de los espectadores o aquellos que viven con la cabeza entre el cemento. Uno de los objetivos dramáticos más resaltantes que Alfonzo plasma es el profundo sentido humanitario que anima a sus dos discapacitados. Después logra mostrar “la bota de la intolerancia pisoteando la flor de la bondad”.
San Marcos de Venecia, estrenada en el Festival de Teatro de Occidente, en 2005, es consecuencia de una serie de talleres que Alfonzo dictó para niños, niñas y jóvenes especiales, en un instituto caraqueño, durante los años noventa. Ahí descubrió y evaluó la sensibilidad de esa muchachada nacida con defectos físicos o intelectuales, pero dotados de detalles sensibles, verdaderamente fuera de serie.
Y si escribir o reflexionar sobre el día a día de discapacitados genera más de un nudo en la garganta o una catarata desde los lacrimales, hacerlos carne y hueso en un escenario es también sumamente complejo, porque exige a los comediantes un exhaustivo trabajo interior con soporte en memorias visuales y emociones. Por eso crean y conmueven con Benedicto (Alfonzo) y Carlos Maria (Cuao), quienes aman a Dios y practican su fe públicamente, están cercanos a la adolescencia y con serios problemas en el lenguaje, la locomoción y con gestos que denotan problemas cerebrales, pero con corazón y sentimientos como pocos, al tiempo que se conmueven por las dolencias de los otros, quienes precisamente no son como ellos.
No es frecuente degustar una creación teatral centrada en personajes con discapacidades físicas, psíquicas o sensoriales. Pocos escritores dramatizan sobre pacientes de síndrome de Down o con limitaciones a la mínima inteligencia o a sus condiciones físicas. Hay un respeto, poco frecuente en el ámbito cultural, hacia tales seres que no son como la mayoría y carecen de “ese algo” que sólo está al alcance de Dios o la naturaleza.
Bálsamos
El teatro es escuela de llanto y de risa y tribuna libre donde los seres humanos pueden poner en evidencia morales viejas o equivocadas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y el sentimiento de la humanidad, enseña Federico García Lorca. Y nosotros insistimos en que reír o llorar son bálsamos para la gente sensible que acude a los teatros. ¿Hay qué reír por la ingenuidad de los personajes o llorar ante la cruda realidad que la escena reproduce a una escala artística? ¡Es un dilema más en esta Venezuela del siglo XXI! Y algo de eso pasa con los espectadores que presencien los 60 minutos de tan hermoso espectáculo, modesto, por su sencillez conceptual, y ejemplar melodrama sobre dos discapacitados, producido por Eliseo Pereira para el Teatro Arena y con las excelentes performances de William Cuao y Juan Carlos Alfonzo.



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