sábado, junio 27, 2009

Goldoni y Salvato hacen la guerra

La guerra es la más perversa de todas las invenciones del hombre. Los pretextos para desencadenarla oscilan desde la necesidad de capturar saludables hembras, para incrementar la población, hasta la consecución de comida o de otros materiales que simbolizan el poder. Y con tales excusas, disfrazadas a veces como “cruzadas por asuntos de fe”, la humanidad guerrerista ha provocado centenares de conflagraciones sin importarle las incalculables pérdidas de vidas y bienes, especialmente durante las últimas décadas con la utilización de armas nucleares o de destrucción masiva, las cuales pueden desencadenar la desaparición total de la especie humana.
Dramaturgia goldoniana
Los intelectuales, el sector más pensante y el más creativo de algunas sociedades, especialmente los dramaturgos —los primeros poetas de la civilización– han reflexionado sobre los factores y los hacedores de esas disputas y es como consecuencia de ellas que han representado importantes espectáculos para denunciar las barbaridades que se cometen en las irracionales refriegas. Y como prueba está el depurado evento artístico ocurrido en Bogotá, donde el artista italovenezolano Sebastiano Salvato ha creado y dirigido un ritual contra tales hecatombes que arruinan pueblos y provocan el atraso cultural de los sobrevivientes. Ha tomado La guerra, texto escrito por Carlo Goldoni hace 249 años, y lo ha representado, desde un espacio teatral a 200 metros de la sede de los poderes políticos, militares, jurídicos y económicos de la República de Colombia. Cara nación que desde 1948 avanza a tropezones en medio de “una cruenta contienda civil”, cuyas razones o sinrazones pertenecen al mundo surrealista de Macondo, la cual muta de escenarios y suma o resta combatientes con sus respectivas banderías, mientras el pueblo deja su dolorosa contribución de victima en los cementerios…cuando los hay.
La vida militar y sus influencias en la población de una nación y además su transformación, por las armas y las disciplinas de sus miembros, en el más poderoso elemento represor de todos los Estados, es el pretexto utilizado por Carlo Goldoni (Venecia, 1707/Paris, 1793) en su comedia dramática La guerra. Ahí alecciona al público sobre el verdadero origen de las refriegas entre los países y enseña cómo los enfrentamientos organizados por las huestes castrenses, para someter y destruir al supuesto enemigo, son pingües negocios que enriquecen a las elites de jerarcas desalmados que gobiernan y para quienes las pérdidas de vidas humanas no interesan. Y para que cunda un poco de placer y emoción en el asombrado auditorio por la desenfrenada orgía del poder bélico, no podía faltar una saga de amor, con final feliz, entre un soldado, o combatiente, y la hija de un general, aderezada y romántica relación porque pertenecen a bandos rivales en esa tragicómica contienda. ¡Modelo de dramaturgia copiada ahora por los libretistas de televisión y cine!
Espectáculo contemporáneo
La guerra fue convertida en vibrante espectáculo contemporáneo gracias a la creativa versión escénica que logró Sebastiano Salvato (49 años), culto y audaz director vinculado a las artes escénicas venezolanas desde 1968 y alumno destacado del director Carlos Giménez. Después de dos meses de agudos ensayos con un conjunto de jóvenes colombianos, quienes hicieron una primera temporada de cinco funciones para dos mil espectadores en el Teatro Camerín del Carmen, se ha mostrado como auténtica y profesional producción. Ahí participaron desde el célebre artista Adán Martínez Francia con el ecléctico diseño del vestuario y el sobrecogedor maquillaje, hasta el sencillo y hábil aporte escenográfico Lina Marcela Garzón, además de las coreografías de Soraya Vargas y la coordinación musical de Verónica Pabón Luna. Y toda esa suma de talentos y perfectas realizaciones permitió lanzar así, al mundo profesional actoral, a los intérpretes Diana Arevalo, Juan Carlos Yela, Miguel Hernández, Adrián Fernando Sánchez, Ximena Argotty, Catherine Gutiérrez, Alberto Salamanca, Sebastian Fernández, Manuela Ortiz, Jenny Franco y Arnold Soriano, graduandos de la Facultad de Artes ASAB de la bogotana Universidad Distrital Francisco José de Caldas. ¡Éxitos en el periplo que inician!
El montaje con ritmos precisos, que utiliza música —gracias a Kurt Weill– en vivo y grabada, se desarrolla en una cámara negra con ciclorama blanco, acentúa el gesto y los movimientos de los comediantes, quienes usan con regularidad máscaras para exacerbar la comunicación con el público y llevarle así la verdad del juego escénico dramático. Toda una revisión de la comedia del arte para el siglo XXI. Auténtico aporte de plasticidad y teatralidad poco frecuente en los escenarios. Una exhaustiva práctica con un elenco diestro y carente de vicios o rémoras. ¡Bravo!
Este espectáculo, extenso e intenso, que oscila entre la farsa circense y la comedia clásica, sin dejar por fuera unos cuantos guiños al mejor expresionismo alemán antibélico, hace contemporáneo al texto goldoniano, cuyos personajes transan sus juegos y sus maldades con verdes dólares. Todo eso transforma al escenario —cámara negra y albo ciclorama– en una liza para exhibir a los ejecutores de los conflictos y las peripecias de una pareja ansiosa de hacer el amor y no precisamente la guerra. La metáfora escénica resulta apabullante y se convierte en una advertencia, no solo para el público y los entusiastas los intérpretes, ya que el conflicto armado, o sea la guerra como tal, es el único objetivo del autor: es decir que no se trata de una lucha cualquiera, se trata de la guerra, con nítida especificidad, como lo ha reiterado el director Salvato.
Carlo Goldoni, hombre del siglo XVIII que actuó cabalmente dentro su historia y además fue un revolucionario como pocos, puede aplaudir y agradecer que La guerra haya sido mostrada en una lacerada nación, la cual lleva más de 50 años en una contienda fraticida y donde casi todos quieren ganar dinero aunque se pierdan miles de vidas humanas. Bien enseña Jean Paul Sartre con aquello de “que cuando los ricos hacen la guerra, son los pobres los que mueren”. Esa comparación de la ficción escénica y la urticante realidad que no puede ser ocultada ni por los medios de comunicación, a veces adormilados porque tienen que defender sus intereses, es una tarea incómoda para los espectadores…pero adecuada para los tiempos que se viven ahí y en otras repúblicas, donde la mayoría de sus habitantes quieren la paz y no la querella, al tiempo que anhelan el amor y la libertad como únicas justificaciones para la vida misma.


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