viernes, noviembre 20, 2009

Boda cubana en Caracas

No es conocido suficientemente al teatro cubano en Venezuela. Las razones o sin razones de tal ignorancia y de otras cosas más, no podemos resumirlas en este espacio, pero mientras haya vida, o se distinga o saboree el olor y la pulpa de la guayaba, habrá pasión e interés suficientes para estudiarlo y disfrutarlo en la escena, ya que la cultura de tan histórica isla es fundamental para comprender lo que ha pasado durante los últimos 60 años de este balcanizado continente, porque ahí si han luchado sin descanso alguno para consolidar su superestructura propia y original, a partir de lo heredado. Eso nadie lo puede negar, como tampoco su positiva influencia en las manifestaciones culturales vecinas, porque las “diásporas” lo que han logrado es su mayor difusión y popularización.
Lo afirmamos tras haber evaluado la producción y la temporada que la Compañía Teatral Prometeo realizó con la pieza La boda, adaptación de Raúl Martín sobre el original de Virgilio Piñera (Cuba, 1912-1979), puesta en escena por el respetable artista cubano Noel de la Cruz y apuntalada con las actuaciones de Aymara Ramia, Jorge Concha, Franca Peri y especialmente Rogers Lombano. Cuatro comediantes que tienen toda una carrera teatral por hacer y con éxito, teniendo en cuenta sus características y sus sólidos procesos de aprendizajes recibidos, tal cual lo revelan en este montaje. Roma no se hizo en un día, ni tampoco un actor comienza con un espectáculo. Ellos van muy bien hasta ahora.
La boda es un espectáculo sobrio, sin estridencias y aleccionador sobre algunas aristas de la sociedad burguesa latinoamericana, pero, fundamentalmente, muy divertido por la insólita historia de sus personajes. Es la teatralización, en códigos del absurdo ionescano, de un chisme o un enredo, sobre el fracaso de su matrimonio como consecuencia de las desproporcionadas tetas de una señorita de la sociedad, por lo cual el novio y su parentela no podían permitirse tal cosa. Esa reacción de los personajes teatrales que provoca asombro y risa al público contemporáneo no es más que una metáfora que propone el autor sobre los despropósitos de una sociedad banalizada y más interesada en las formas que en los contenidos de sus actos.
Este fragmento del texto lo resume todo: “La historia de mis tetas”, declara la frustrada novia Flora, “porque todo el mundo sabe que todo el mundo habla de todo el mundo, es lo que dañó mi boda, porque no hay boda porque hay tetas caídas. Y punto. Se acabó. Calabaza, calabaza, cada uno para su casa, que de boda nada, nadita de nada”.
El montaje, donde se notan las manos y el talento del veterano director De la Cruz, permite el lucimiento de los cuatro comediantes, especialmente por el desdoblamiento de sus personajes y por sus rutinas como actores cantantes e histriones bailarines. Todo eso unido al correcto tiempo y el ritmo escénico logran que el espectáculo impacte por la ridícula conducta de los entes teatrales propuestos por Piñera, brillante escritor que interpretó o recreó el absurdo ionescano a los gustos latinoamericanos, haciéndolo más melodramático. Para algunos investigadores, el escritor cubano sì se le anticipó a las propuestas europeas del absurdo teatral, pero ya sabemos que los filtros académicos favorecen más al Viejo Mundo y no a estas tierras americanas.
Y al recordar las influencias ionescanas en la dramaturgia de Piñera, hay que citar que sus obras Falsa alarma (1949) y La boda (1957) revelan una originalidad que hubiese querido el rumano-francés Ionesco. Pero lo que nadie podrá negarle a este autor es su cubanidad, como lo resalta el excelente crítico Rine Leal, a quien conocimos aquí en Caracas, y de quien obtuvimos unos análisis contundentes sobre la Electra Garrigó que aquel dejó como modelo de un teatro moderno y novedoso por su depurada creatividad.
Mientras se reescribe la historia teatral, en Francia celebran ahora no sólo la partida de nacimiento de un género teatral denostado y admirado por el que también pulularon Beckett y Adamov -Arrabal, en menor medida-, sino también y sobre todo el centenario del autor de obras como La cantante calva, El rey se muere, Rinocerontes o Las sillas. Sus "antiobras teatrales", como le gustaba decir al interesado, Eugéne Ionesco (Slatina, Rumania, 26 de noviembre de 1909-París, 28 de marzo de 1994), como reseñó El país, de Madrid.


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