Carlos Gimenez fue un importante hombre de teatro venezolano, nacido en Rosario, Argentina, el 13 de abril de 1946.Fundador del grupo Rajatabla y del Festival Internacional de Teatro; además del Taller Nacional de Teatro, Teatro Nacional Juvenil de Venezuela, Centro de Directores para el Nuevo Teatro, Asitej, el Iudet y Rajatabla Danza, y los que se quedaron en el papel esperando ser aprobados. Tiene en su haber más de 60 montajes en este país y en el extranjero.
Desarrolló una de las actividades más sobresalientes del teatro latinoamericano. Entre sus trabajos de mayor proyección internacional están: Señor Presidente (versión de la novela homónima de Miguel Ángel Asturias), Bolívar y La muerte de García Lorca de José Antonio Rial y El coronel no tiene quien le escriba, adaptación de la novela de Gabriel García Márquez. Montó obras de Shakespeare, Calderón de la Barca, Lope de Vega, Valle-Inclán, García Lorca, Beckett, Durrenmatt, Brecht, Tolstoi, Chejov, entre otras. Y este balance prolijo de las cosas óptimas que hizo Giménez se lo dejamos a la estudiosa actriz Miriam Pareja.
Nosotros, que lo conocimos cuando él era un enamorado feliz, un indocumentado ciudadano argentino y además un desconocido artista, en la redacción del diario La verdad, a mediados de 1970.Nos correspondió reseñar toda su carrera profesional en esta Tierra de Gracia, a la cual escogió para trabajar hasta su muerte, aquel 28 de marzo de 1993. Sobre ese periplo hicimos el libro Carlos Giménez/ Tiempo y Espacio (1993).
Hemos escrito hasta el cansancio sobre lo que hizo y hasta lo que dejó de hacer, y, por si eso fuera poco, también presenciar el hundimiento de casi todo lo que legó, salvo ese aliento vital que les insufló a unos cuantos artistas, impulso que les sirvió para emprender vuelo y destacar ahora, dentro y afuera de Venezuela.
Aníbal Grunn, otro tempestuoso argentino, inimitable trabajador de las artes escénicas, nos escribió para nuestro libro Carlos Giménez/ Antes y después (2003), una especie de “colofón”, del cual aquí transcribimos y suscribimos estas palabras:
“Carlos Giménez se nos fue sin decirnos nada, despacio, callado. Nos dejó solos, con algunas herramientas, con el dolor de la ausencia y del silencio. Algunos de sus proyectos no llegaron a ver la luz, otros se mantienen a golpes y contragolpes y los menos siguen en pie. Un hombre polémico al que todavía le pretenden cobrar por la factura de su inteligencia…para muchos su ausencia es irreparable, pero para otros se produjo un aire. Un aire ¿para que? Muchas veces me he preguntado, ¿donde están los detractores que tanto intentaron fastidiar su trabajo? ¿Qué han hecho luego? ¿Su obra creadora donde está? Porque el teatro venezolano desde 1993 hasta la fecha ha ido en caída vertiginosa hacia la desaparición y en el mejor de los casos, hacia la involución”.
“Tuvo muchos enemigos durante su vida y aún ahora después de muerto. Pero los principales enemigos son aquellos que no siguen haciendo teatro, los que detienen el proceso creador, los que no luchan, los que sienten que no hay nada que hacer. Los que han desertado y se sienten abatidos por la crisis, por la falta de subsidios. Los mas grandes enemigos de Carlos Giménez son aquellos que antes y ahora siguen creyendo que es necesario estar con el gobierno de turno y raspar un poquito de la olla para ver que me toca”.
Y remata Grunn afirmando que “no pretendo ser abogado del diablo ni justiciero. Pero me encantaría que nos volviéramos a unir, a juntar y que entre todos buscáramos la salida, el camino esta ahí. Un camino no se puede hacer creyendo que todo pasado fue mejor, sino reflexionado sobre un presente que nos ayude a ver el futuro”.
Si, han sido 17 años de lamentos y de angustiosas dudas por la ausencia eterna del capo Giménez, pero ahora, poco a poco, y como consecuencia de que no hemos flaqueado, en nuestro trabajo como cronistas del teatro, podemos vislumbrar que hacia el final del túnel ya se ven algunas lucecitas, cual mágicas luciérnagas que han de transformarse en verdaderos focos que iluminarán una nueva escena del teatro venezolano,d onde ya afloran autores, algunos con prestigio internacional, como Gustavo Ott y Elio Palencia; hay una populosa y aguerrida generación de actores y hasta un puñito de directores con audaz talento juvenil, como es el caso Luis Domingo González y Dairo Piñeres, y es imposible dejar por fuera la insurgente presencia de la Universidad Nacional Experimental de las Artes, la cual hará del teatro una profesión académica, donde hasta los pichones de dramaturgia, como nosotros, aprehenderemos algo.
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