domingo, marzo 07, 2010

Antonio Onetti también es lorquiano

“No soy heredero de Federico García Lorca, pero si soy lorquiano, porque por algo soy y seré andaluz”, así, sin titubearle la voz, se definió el escritor Antonio Onetti (Sevilla, 29 de marzo de 1962), durante un conversatorio realizado en la Sala Horacio Peterson de Unearte, el sábado 6 de marzo.
Onetti “saltó el gran charco” para disfrutar de varias funciones, en el Teatro San Martín de Caracas, de su comedia dramática La calle del infierno, puesta en escena por Verónica Arellano y con las impactantes actuaciones de Irabe Seguías, Claudia Nieto y Carolina Torres. Una pieza que replantea el drama sexual y social de las mujeres hispanas, como lo hiciera García Lorca durante los años veinte y treinta del siglo pasado, pero que aquí en Venezuela ha sido versionada, levemente, por la directora.
Puntualizó, que, para poder evaluar la dramaturgia española, esa que apareció y se ha montado durante los últimos 35 años, hay que tener en cuenta el antes y el después que significó el régimen franquista y la puesta en marcha de todo un proceso democrático popular apuntalado por una "derecha" que no es dialogante y la cual quiere solamente el poder, pero no para gobernar sino para mandar, y una "izquierda" que pide, exige y hasta aplica, cuando la dejan, los básicos cambios y las ventajas de una sociedad verdaderamente democrática, “un experimento que hasta ahora ha funcionado bien, con algunos obstáculos internos y externos”.
Precisó, que, gracias a la democracia implantada por “la monarquía republicana” de Juan Carlos I, desde 1975, en España existe una amplia generación de dramaturgos y escritores para las diversas especialidades de las artes escénicas, profundamente comprometidas con lo mejor de ese sistema sociopolítico, el cual ha ido modificando, lentamente, la férrea estructura que dejó el generalísimo Francisco Franco, quien se hacia llamar Caudillo de España por la Gracia de Dios.
Reiteró, como, durante los casi 40 años de la dictadura franquista, el buen teatro tuvo que arreglárselas para poder subir a escena, porque la censura, que era inteligente, no dejaba pasar nada que pudiera afectar la imagen o alterar el sueño de “los vencedores de la Guerra Civil”. Los dramaturgos y los guionistas de cine tenían que ser muy hábiles para decir lo que querían verdaderamente transmitir y que no les impidieran sus estrenos, para lo cual utilizaron metáforas envueltas en capas y capas, que no eran precisamente de armiño, pero si capaces de distraer a la censura que no era bruta.
Tal como ocurrió con la película El verdugo de Luis Berlanga, en 1963, donde los instrumentos o “las herramientas” para la aplicación de la pena de muerte con el garrote no solo no podían mostrarse en la pantalla ni tampoco podían sonar, ni en el maletín del ejecutor. “Los hierros aquellos no suenan, no podían sonar, pero de todos modos al condenado lo despachaban para el otro lado”, enfatizó.
Al desaparecer la dictadura, subraya Onetti, vino “una primavera para todos los artistas” y así un nuevo teatro emergió en España, al mismo tiempo que se retomaban los textos clásicos y además el teatro lorquiano era redescubierto. Así fue que el teatro español de la democracia se puso al día con el resto del teatro mundial.
Manifestó, que, al desaparecer la dictadura, casi todo el teatro escrito en los tiempos franquistas perdió su razón de ser y fue así como se le abrieron las puertas al aprendizaje especializado, a la academia, lo cual influyó mucho en los trabajos de los nuevos escritores. Y apareció un teatro que sí redescubre al individuo y sus problemáticas, como bien lo hizo en su tiempo García Lorca y sus contemporáneos, hasta inventar su propia estética en función de la nueva realidad social y política española, sin pretender competir con el realismo norteamericano y las demás tendencias del teatro europeo.
Este escritor, que no tiene pepitas en la lengua para decir lo que piensa y siente, se mostró satisfecho del trabajo que hicieron las cuatro venezolanas con su texto La calle del infierno, donde un trío de damas, dicharacheras y populares resumen sendas historias, de vidas que desfilan ante la mirada del espectador. Tres necesidades, tres anhelos. Una hipoteca, la obsesión del físico, la soledad o la desilusión de un divorcio son algunos de los temas que circulan por su pieza, donde el macho fornicador es el gran ganador, el que impone el ritmo de sus vidas, aunque ellas no lo quieran, pero a quien ellas desplazarán tarde o temprano.

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