domingo, agosto 22, 2010

Ocho mujeres se confiesan

Más vale tarde que nunca. Así pensaron las directivas de los centros comerciales de Caracas al descubrir que las diversas disciplinas de los espectáculos escénicos merecían su apoyo y por eso se han dado a la tarea de construir o erigir cómodas salas teatrales en sus “malls”, para incrementar las ofertas culturales al público que acuda atraído por las tiendas lujosas, los restaurantes y los cines. En El Hatillo ya inauguraron el espacio Teatrex y, ahora, en Los Naranjos, ha subido el telón del Teatro Premium con los deliciosos y aleccionadores montajes Brujas y Confesiones de mujeres de 30, donde las féminas (cómicas, melodramáticas y con todas sus intimidades) son el manjar escénico que los directores Héctor Manrique y Héctor Palma sirven gracias a la entrega actoral, además de existencial, de las ocho actrices profesionales ahí involucradas.
Calificadas actrices
Caracas disfrutó durante las temporadas de 2005 y 2006 los estrenos de Confesiones de mujeres de 30 y Brujas, gracias a Héctor Manrique y Héctor Palma, quienes contaron para esos montajes con las actuaciones de Anamaría Simon, Lourdes Valera y Crisol Carabal, y Gledys Ibarra, Beatriz Valdés, Eulalia Siso, Sonia Villamizar y Lourdes Valera. Para esta doble reposición del 2010, tienen a Crisol Carabal, Elaiza Gil y Daniela Bascopé, y Beatriz Valdés. Fabiola Colmenares, Violeta Alemán, Francis Romero y Amanda Gutiérrez, respectivamente.
Confesiones de mujeres de 30, del brasileño Domingos de Oliveira, bajo la precisa dirección de Manrique y Palma, desarrolla con lenguaje y costumbres venezolanas su tema central que no es otra cosa que los problemas femeninos más comunes entre las terceras y cuarta décadas, después de una primera etapa consumada hacia el éxito o el fracaso, cuando sienten la presión social de que todo es ahora o nunca, ya sea para realizarse como ser humano, como profesional, como esposa o como madre. Las arrugas como las autopistas hacia la vejez, la soledad existencial y la precariedad sexual, la imposición del instinto ser madres sin casarse, son algunos de los temas que desarrollan un trío de damas amigas. No está por demás decir que gracias a Crisol, Elaiza y Daniela aquello es un carnaval de alegría para sobrevivir, a pesar de lo dramático de sus problemas. Los hombres con menos problemas se suicidan, o entregan a la bebida o dejan atrás cuantos compromisos familiares los acosen, pero esa una obra no escrita aún en criollo.
El argentino Luis Agustoni versionó el texto del español Santiago Moncada y por eso Brujas es el melodrama de cinco señoras, cercanas a la quinta década, quienes, después de largos 25 años de haber culminado sus estudios de bachillerato en un poco transparente colegio de monjas, aceptan reunirse para resolver un enigma que al final se transforma en un tremedal porque un asuntillo de infidelidad precipita la aparatosa salida del closet de una de ellas. Es un descarado y descarnado juego de la verdad, donde nadie queda limpio, porque todas son unas frustradas que no han podido alcanzar la felicidad soñada. Fabiola Colmenares y Beatriz Valdés, con los roles más difíciles, salen gloriosas con la caracterización de sus complejos personajes, una lesbiana y una prostituta refinada, aunque el director Manrique cuidó a todas sus cinco brujitas, por así decirlo, ayudado por la mejor de las productoras: Carolina Rincón.
Un dueto de oportunas comedias que debe reventar la taquilla porque las mujeres y sus circunstancias son las únicas protagonistas, mientras que aquellos tienen miedo que los lleven a la escena. ¿Quién lo hará?
Mujeres en escena
La mujer es la gran protagonista de la escena venezolana a pesar del disgusto de algunos teatreros y eso lo demostró durante la temporada 2005, aunque tal fenómeno comenzó en los años 90 con el monólogo bisagra El aplauso van por dentro de Mónica Montañés. Desde entonces, las féminas se apoderaron de los escenarios y propalaron sus prédicas sobre el malestar en que viven por la discriminación y la nada discreta misoginia existente, la cual proviene desde muchos machos y unas cuantas hembras. Sin embargo, el público, temible crítico de las mil cabezas que decide el éxito o el fracaso de los productos culturales, prefirió las piezas donde la feminidad y sus avatares eran la temática y la argumentación. No hay que ignorar que los promedios de audiencia a las salas informan como de cada diez espectadores, siete son mujeres. Un detalle que ningún productor ambicioso o empresario sensato deja de lado o ignora. Los lerdos dirán todo lo contrario y es por eso que a sus espectáculos no acuden ni las sombras, mientras ellos insisten en hacer “arte” para si mismos, desechando a la audiencia o creyendo que pueden pensar por el que nutre a la taquilla.
El gancho del sexo
Por supuesto que los teatreros deben educar al público, pero esa formación o deformación del gusto no se logra con exclusiones e imposiciones del fatídico “déjeme pensar por usted”. Nadie puede olvidar que el teatro está vivo y mantiene una perenne relación con la sociedad donde se le produce. Y tampoco hay que desconocer que un espectáculo puede estar bien o mal hecho, pero si está malo y convoca muchos espectadores es porque tiene un ingrediente especial. En realidad sean buenos o malos, los montajes cuyos contenidos dramatúrgicos tengan sexo, o hablen de la muerte, o revelen una connotación política, tienen un porcentaje asegurado de espectadores. Esto se debe a que son los temas que más interesan al común de la gente. Pero sin lugar a dudas el sexo predomina entre las tres. Y es el sexo el gran gancho atrapa público y en el caso de piezas sobre temática femenina, está garantizada la audiencia por la curiosidad de los hombres o la complicidad de las mujeres que acudan. La “piedra filosofal” para garantizar la presencia del público no existe, por supuesto, pero sí hay estudios sociológicos sobre espectadores y gustos. Eso no se puede ignorar en estos tiempos.




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