Si sabemos y asumimos que hace más de un siglo Estados Unidos de América compra el crudo venezolano y desde entonces ha ejercido un persistente influencia en todas las facetas de la vida nacional, no debe ahora llamar la atención, ni generar suspicacia alguna, que la representación diplomática de dicha nación auspicie el evento cultural Centenario Tennessee Williams (1911-2011), el cual, con una amplia programación, se ejecuta desde el pasado 8 abril y ha de concluir el venidero 24 de julio, en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural, de acuerdo al proyecto conjunto de las agrupaciones Hebu Teatro y Teatro del Contrajuego.En anteriores oportunidades, la embajada estadounidense ha dado su respaldo a otras actividades teatrales, como ocurrió durante el año pasado con el montaje y la temporada del excelente espectáculo Actos indecentes. Los tres juicios de Oscar Wilde, del autor y director venezolano Moisés Kaufman, producción de la empresa caraqueña Palo de Agua, dirigido por Michel Hausmann, la cual se mostró en el teatro Escena 8.
Hago estas reiteraciones porque los tremedales de la geopolítica latinoamericana, y más teniendo en cuenta los crispados momentos que se viven en esta Tierra de Gracia, no pueden conspirar contra el valioso trabajo artístico presente en este peculiar Centenario Tennessee Williams, porque el teatro bien hecho está por encima de las diferencias ideológicas y mucho más cuando se trata de un intelectual contracorriente que sí luchó hasta sus últimos días contra la monstruosa fantasía del American Dream, a la cual denunció con sus piezas teatrales, como también lo hizo Arthur Miller, precisamente durante las oscuras décadas de los 40, 50 y 60.Un dramaturgo que sí rompió las reglas del teatro de su época y asumió riesgos. Hablar de la condición homosexual, el exacerbado machismo, el sexo en todas sus manifestaciones y la persecución del hombre negro son algunos de los temas de las obras que se verán en este homenaje.
Que Estados Unidos haya aupado el montaje de algunos textos de Tennessee Williams en Venezuela, demuestra una amplitud de criterio, cosa rara, en estos tiempos crispados. Y tal como se ha desarrollado la programación, los artistas no solo están a la altura del compromiso profesional, sino que han realizado importantes aportes creativos para las puestas en escena, con lo cual demuestran que no solo entendieron al polémico escritor sino que lograron resucitarlo en la cotidianidad caraqueña. Quizás -es una fantasía nuestra - habría bailado reguetón y salsa cabillera, jugado cartas y regalado unos cuantos pellizcos a más de un comediante del entusiasta elenco de Un tranvía llamado deseo, el plato fuerte del homenaje al legendario dramaturgo.
Obra venezolanizada
Orlando Arocha, un director que tiene ideas propias, no se dejó amilanar por la historiografía de los montajes realizados con Un tranvía llamado deseo. Venezolanizó el argumento de la pieza, respetando los nombres gringos de los personajes y hasta creó un ente travestido. Lo obtenido, dentro de un mínimo espacio escénico, con dos niveles escenográficos, realizados con policromos guacales plásticos de cerveza, transcurre en una barriada caraqueña, del suroeste o sureste, y detona la crudeza de un conjunto humano que solo vive para el juego, el licor y el sexo. Impacta la trepidante y ultrasonora, además de cálida, atmósfera donde Blanche Dubois (Diana Volpe, en hermosa composición) es violada por el salvaje Stanley Kowalski, que aquí es un odioso garimpeiro (muy bien caracterizado por el brasileño Ricardo Nortier). Es, pues, un estrujante contexto actual. No se trata de una tragedia de violencia de género en un barrio de Nueva Orleans, sino otra conectada con lo que es cotidiano para el caraqueño o el venezolano en general. ¡Tennessee Williams continúa con sus denuncias!
Un largo festival





