sábado, agosto 27, 2011

Petroleros autosuicidas

Utilizar la historia real y concreta venezolana y las leyendas urbanas que pendulan entre la verdad y la fantasía para crear con todo ellas una estremecedora metáfora teatral es un método que no falla nunca o al menos genera polémicas o expectativas, las cuales incrementan la afluencia de espectadores y eso deja pingues ganancias, casi siempre, además de esas satisfacciones egotistas que no se compran ni con millones de doradas onzas troy. Pero no es fácil hacerlo ni es tampoco un cómodo crucigrama, resulta ser una tarea laboriosa y verdaderamente brillante, por lo que hay tan poco teatro con esas condiciones o virtudes. !Lamentablemente!
Eso sí lo hizo ejemplarmente José Ignacio Cabrujas para crear su ya mítica obra El día que me quieras (1979), recientemente lo demuestra habilidosamente Javier Vidal con Diógenes y las camisas voladoras y ahora, a buena hora, lo ha conseguido el escritor Ibsen Martínez (Caracas, 1950) con su texto Petroleros suicidas, estructurado con las sagas oficiales que pululan sobre el paro petrolero de 2002 y una extraoficial ola suicidios de ex empleados de Pdvsa, las cuales ha usado para elaborar una súper ficción centrada en los avatares del malandro caraqueño Alexis “Mayimbe” Esposito y otros tres malandrines (Natalia Vozniak, Cayetano Espinoza y el coronel Arroto Valera), quienes trabajaron en la empresa petrolera del conflicto, la cual se enfrentó al Poder Ejecutivo y propició que lanzaran a la calle o despidieran a unos 20 mil empleados, quienes fueron sustituidos por otros 170 mil, según datos que usa el dramaturgo.
Ibsen venezolano
Estamos reseñando, pues, una sólida, amarga y estremecedora pieza creada por este Ibsen venezolano y su alucinante montaje concebido y obtenido magistralmente por Héctor Manrique con sus actores Fabiola Colmenares, Dimas González y Luis Abreu. Todo un hiperkinético espectáculo, el cual hace temporada de jueves a domingo, en los espacios del Centro Cultural BOD/Corpbanca.
La obra se desarrolla en tiempo presente y comienza en el Aeropuerto JFK de Nueva York, durante una fecha navideña, donde accidentalmente coinciden la bella Vozniak y el arrogante Espinoza, quienes fueron esposos; ambos recuerdan lo malos y los buenos tiempos vividos, antes del paro petrolero y subrayan las fabulas urbanas sobre los suicidios de algunos ex empleados, pero ninguno comprueba la veracidad de tales rumores. Y es ahí, en la Caracas a finales del siglo XX, cuando aparece el trágico y hasta cómico marginal Mayimbe, quien se reencuentra con Espinoza, su amigo de la infancia en el velatorio de un “pana” común. Cunde la borrachera y Mayimbe se convierte en la sombra de Espinoza y se arma un tinglado de asesinato, sicariato y salvación mágica del chantajista Mayimbe, al tiempo, que el matrimonio de la Vozniak se hunde en la laguna de las infidelidades
En síntesis, no hay suicidas, pero si un asesinato, un secuestro express, y al final como telón de fondo, la rebelión de los petroleros, que desencadena una huida hacia adelante del talento profesional de miles de profesionales, especialmente de la ex pareja. Lo que queda es una frustración general, donde el único que logra su mejora o ascenso es el malandro Mayimbe (magistralmente logrado por Hernández), quien muere, al parecer accidentalmente, en un campamento petrolero, mientras el coronel Valera (finamente caracterizado por Abreu) se sumerge en el alcohol, y el sin escrúpulos triunfador Espinoza (encarnado con excelencia por Tamayo) y la cerebral y calculadora Vozniak (buena reaparición de Colmenares) rumian sus desgracias sin dejar de soñar en la pareja ideal.
Audaz propuesta
No es Petroleros suicidas una pieza más de la cartelera teatral caraqueña. Es una audaz propuesta de un puñado de venezolanos preocupados por el devenir de su país, quienes se han atrevido a ir mas allá de las lecturas básicas del texto del Ibsen vernáculo y han llegado incluso hasta propiciar una metáfora sobre el país entero, sobre un nación que se suicida o auto suicida porque hasta ahora no ha sido sembrado el petróleo, como recomendó Arturo Uslar Pietri (1936) al subrayar que en lugar de ser una maldición que haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil, “sea la afortunada coyuntura que permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del pueblo venezolano en condiciones excepcionales”.
Talentoso montaje
Hay, pues, mucho que deducir o leer en la simbología de los cuatro desgarrados personajes y de ese desolado escenario donde se acompañan con los informes de gestión abandonados en los estantes, una urna funeraria que a veces es barra de un quejumbroso bar, unas sillas austeras y una mesa, que son los únicos decorados y elementos escenográficos, como las huellas de una debacle que comenzó y aún no ha cesado.
Si el espectáculo es todo un mecanismo de la más suiza relojería es porque el director Manrique se puso lo patines del talento y se movió con las técnicas del distanciamiento brechtiano y el más puro hiperrealismo hasta obtener una ceremonia teatral que no deja duda alguna sobre su creatividad y su precisión para hacer que esos cuatro actores materialicen a una Venezuela en una etapa muy difícil, para no escribir otra cosa.
Recomendación
Petroleros suicidas
debería llamarse Petroleros autosuicidas, aunque no deberíamos insistir en títulos que causen escozor o molestias a los seres de carne y hueso que sí vivieron y protagonizan la huelga petrolera del 2002. Creemos que deben hacer publicas sus reacciones ante lo que Ibsen Martínez les ha mostrado en la escena, están en su derecho a opinar o discrepar de la ficción -pero no se olviden de este detalle- creada por el autor y los teatreros. Están en el deber de complementar la información real que se ha usado en el teatro y hasta es posible que se escriba y se monte una segunda parte, pues Venezuela lleva 100 años como país petrolero y eso no es cualquier cosa, además de que los muertos tienen dolientes y nadie quiere irrespetar a los que se fueron.



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