sábado, agosto 18, 2012

Machos de bares en Miami


Indira Páez, escritora y dramaturga, divorciada y madre de Oriana  y Nicolás, da su batalla existencial como venezolana de 45 años en Miami. Y desde el pasado viernes 17 le exhiben su reciente pieza Hombres de bar en bar en EL BAR, sitio emblemático y maravilloso en Coral Way, tipo cabaret concert.
 Hombres de bar en bar está basada en sus experiencias como divorciada y disfrutando la soltería después de tantos años de casada. “Allí, abordo cinco personajes masculinos y cuento la anécdota desde sus puntos de vista. Entrevisté a muchos hombres para escribir la obra, intenté ponerme en los zapatos masculinos, para captar su visión de la vida y de las relaciones de pareja, que es en definitiva el tema que me mueve. El hilo conductor es una mujer, pero los conflictos giran alrededor de estos cinco hombres deliciosos”, reitera la Páez.
-¿Cuantos años y obras en Miami?
-Tengo cuatro años y medio en Miami. Llegué en enero de 2008. Desde que me instalé me han escenificado: Mujeres de par en par que es una recopilación de textos míos; Sonrisa vertical, una suerte de bohemia teatral y Amanecí como con ganas de morirme, una pieza de 2002. Hasta ahora, no había estrenado acá, porque no había escrito nada desde 2007. Mi vida estaba enfocada en mi mudanza, en la cantidad de cambios personales que he sufrido (y gozado) en los últimos años. Apenas ahora retomo la escritura teatral, con renovada pasión. En total, he escrito unas 12 piezas, entre infantiles y de adultos. No me considero una dramaturga productiva. Supongo que no tengo suficiente tiempo... ¡o cerebro! Trabajo en Telemundo desde el 2010, gracias a Dios... y al venezolanote Roberto Stopello. Escribo para la página web www.telemundo.com y soy dialoguista para los estudios. He estado en el equipo de escritores de las teleseries Relaciones peligrosas y Rosa diamante. Amo mi trabajo y la telenovela es otra de mis grandes pasiones. 
-¿Cómo anda el movimiento teatral en Florida?
-La movida latina es rica, variada, multicultural y amplia. Además, cada vez se ve menos la sectorización del teatro en términos de nacionalidades. He trabajado con cubanos, colombianos, mexicanos, argentinos, venezolanos, nicaragüenses, boricuas y pare de contar. Jamás he sentido discriminación ni nada por el estilo. Al contrario. Hay venezolanos que han abierto la puerta para otros: Beatriz Urgelles (hija de Thaelman, excelente productora teatral) es una incansable luchadora por el teatro de nuestra ciudad. Manuel Mendoza es indomable, una máquina de producir éxitos. Raúl González como socio de Manuel ha despertado mucho interés en las tablas. Miguel Ferro también ha sido una figura muy importante en la producción de obras emblemáticas como A 2,50 la cubalibre (dirigida en su estreno acá por Roberto Stopello). Elaiza Irizarry ha hecho una labor titánica en el área de teatro para niños y jóvenes, tanto en español como en inglés. Creo que todos ellos han permitido que otros venezolanos pudiéramos colarnos en el panorama teatral miamense, históricamente  regido por nuestros colegas cubanos, que obviamente son mayoría en esta región. Aparte de las producciones locales, siento que cada vez hay más obras venezolanas que vienen a presentarse acá, con un éxito increíble. Luis Fernández, Mimí Lazo, Elba Escobar, Luis Chataing y muchos otros, han venido con sus espectáculos y han alcanzado llenos rotundos. Mariela Romero este año produjo un festival de monólogos, con la colaboración de Martha Pabón. Y así, muchos otros.  Cada vez se abren más espacios escénicos. Uno de los movimientos más interesantes que a mi parecer ha habido en los últimos años, es la instalación del Microteatro, una iniciativa del Centro Cultural Español, el cual permite disfrutar de obras cortas en temporadas rotativas, con muestras de todas partes del mundo. Es una suerte de minifestival teatral permanente. Una maravilla.
El derecho de autor
Sobre el plagio de obras teatrales y el desconocimiento de los derechos de autor, Indira Páez afirma lo siguiente: “La propiedad intelectual es una de las propiedades más difíciles de defender. Es un territorio amplio, y muchas cosas caben. En lo personal me considero bastante generosa con mis textos. Escribo cuadros, monólogos, y la gente los "corta", los "cose" y los "pega" como quiere. A veces me entero, otras no. A veces he visto obras escritas por mí y no las reconozco. Están plagadas de palabras soeces, groserías, descontextualizadas, muy alejadas del texto original. He tratado de vivir tranquila con eso, porque entiendo el teatro como un acto de amor y de desprendimiento. Disfruto el placer de escribir. Luego, lo que suceda con esos textos, no me pertenece. No hago teatro por dinero, ni por fama. Es sencillamente un acto íntimo de catarsis y terapia, desahogo y confesión. Un desnudo, un despojo. Siempre he creído que la escritura me ha salvado de la locura y de la depresión. Entonces, cuando alguien decide montar un texto mío, me alegra, me honra, pero no tengo control alguno. Esa es la verdad. Sin embargo, hay actores, productores, directores, que llegan al extremo de sentirse los dueños de la obra. Eso me parece sencillamente un acto de confusión, porque las ideas y las palabras son el único capital de quien escribe. Mis obras son mis hijos. Son la herencia de Oriana y Nicolás. Es todo lo que les he podido dar hasta ahora. No tengo posesiones materiales. Así que las letras es todo lo que quedará de mí el día que deje este mundo. Ni los productores, ni los actores, ni los directores, pueden adueñarse de las palabras que salieron de la cabeza de un autor. Quienes estrenan una obra, a veces se sienten "dueños" de ella para siempre. Y no es así. No estoy de acuerdo. La exclusividad tiene límites temporales y territoriales y la cesión de derechos es un acto de amor del autor, que termina cuando y como el autor lo decide. Es lo único sobre lo cual el autor tiene control, porque el autor no controla ni la dirección, ni la adaptación, ni las actuaciones, ni las interpretaciones libérrimas de sus textos. Sin embargo, y dentro del marco de la ley, los autores pueden decidir cesar un contrato de exclusividad si siente que sus textos han sido desvirtuados, por ejemplo. En fin, creo que, no hay dinero en el mundo que pague un derecho de autor infinito o una exclusividad eterna, mucho menos un plagio, un robo o una copia. Las palabras, son de quien las necesite, sí. Pero pertenecen al que las creó. Es mi humilde opinión”.

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