sábado, septiembre 08, 2012

El poder es un banquete infinito


Disfruta de sus 28 años y  su pasión artística que es el teatro. Es el caraqueño Morris Merentes, quien inició tan compleja aprehensión en un taller permanente para adolescentes y jóvenes, el cual dictan en el Laboratorio Teatral Anna Julia Rojas, importante bastión cultural comandado por  Carmen Jiménez. Vimos su más reciente espectáculo, El banquete infinito, del célebre autor cubano Alberto Pedro Torriente, en la sala Rajatabla, donde actuaron Luis Carlos Boffill, Julio César Marcano, Varinia Arráiz, Orlando Paredes, Tony Ochoa y Christian Ponte. Una cuidada exhibición de Teatro K Producciones.
Como en ese correcto espectáculo de teatro político,  Merentes demuestra conocimiento de la teatralidad  y un especial manejo para la consecución de las atmósferas de un ritual agridulce sobre las desgracias que ocasionan el uso y abuso del Poder en América, optamos además dialogar con este director, porque merece que se le conozcan y evalúen sus opiniones y/criterios como  teatrero combatiente, tenaz joven que busca realizar una tarea digna en su patria, lo cual es muy importante en todos los tiempos.
 NADA DE PANFLETOS
Merentes ve al teatro como medio de comunicación, útil para la denuncia, la educación y la reflexión de una sociedad. Debutó como actor y tras de participar en 15 montajes ha tenido hasta ahora “el placer” de dirigir seis espectáculos para Teatro K Producciones, pero además montó dos obras en Camagüey,  Cuba, con los grupos Oficio de Luz y La Edad de Oro.
Ha escenificado poco textos venezolanos durante los últimos cinco años, porque no quiere repetir “el error”  de otros directores que montan obras como si estuviesen fabricando “chorizos”. Él prefiere la calidad antes que la cantidad y por eso durante la temporada pasada llevó a escena El largo camino del Edén, de José Gabriel Núñez, la cual “me parece que es una de sus mejores piezas”.
Considera que los nuevos dramaturgos tienen otros intereses que “quizás no son lo que yo quiero decir o mostrar como artista, por lo que me paseo por la dramaturgia latinoamericana hasta encontrar eso que quiero expresar”.
Respeta la dramaturgia venezolana y admira especialmente a Elio Palencia y Karin Valecillos, entre otros, “porque apuestan al buen teatro, pero aborrezco esos panfletos que con cuatro groserías le arrancan risas de ignorancia al espectador”.
TRILOGÍA
Además de El banquete infinito ha montado otras dos piezas de Torriente, Weekend en Bahía y Manteca, porque las nuevas generaciones venezolanas no conocen a ese dramaturgo y a pesar de que muchas personas le dijeron que eran localistas, ha visto por la reacción del público “como pueden sentir cercanas esas historias, muy cubanas, que revela desde los años 80”.
 Weekend en Bahía (2008) retrata a través del reencuentro de un primer amor, las diferencias culturales entre Cuba y Estados Unidos de América, mientras que Manteca (2010) muestra a tres  hermanos de distintas tendencias políticas, tras la caída de la Unión Soviética.
OTRA FARSA AMERICANA
El banquete infinito nos recordó de inmediato al grotesco melodrama francés Ubú rey, memorable pieza de  Alfred Jarry, que desde 1896 desató una auténtica revolución en el teatro occidental y además desnudó escénicamente los mecanismos del Poder, especialmente de las monarquías, lo  cual sirvió como antesala teatral  al derrumbe del zarismo en Rusia  y la insurgencia definitiva del pueblo obrero como otro factor del Poder. Ahí se advierte al público que la oposición al mandatario de turno es designada por el mismo gobernante, cosa que se sabía pero que nadie quería mostrar. Torriente (La Habana, 29 de septiembre, 1954/ 5 de junio de 2005) plasma a la camarilla gobernante de un país americano donde cada 24 horas hay un Golpe de Estado: a veces es un régimen derechista que es reemplazado después por uno izquierdista y así se alternan sucesivamente, agravando la situación de su pueblo esclavizado como Sísifo, mientras ellos viven entregados a las comilonas o las fiestas sin final, cuidados por su guardias pretorianas, también de turno. En síntesis, Torriente no dice nada nuevo que antes no haya mostrado magistralmente Jarry, todo eso con una gran fiesta carnavalesca donde el sexo es moneda de tres caras para comprar o endulzar los excesos de quienes se erigen en reyes por un día con su noche. Hay, por un supuesto, una metáfora y será el espectador quien la descubra para su placer infinito. Nos gusta la audacia de Merentes al montar este texto y lo digestivo que lo hace con su espectáculo, ayudado por un buen elenco y en particular por el cubanísimo  Boffill, el gran eje del ritual escénico. Bienvenido sea Morris Merentes y su agrupación, quienes  llegan a tiempo para ese banquete infinito del teatro vernáculo.
PROBLEMAS VENEZOLANOS
Merentes no titubea al señalar los problemas que obstaculizan el tránsito y el ascenso de las nuevas generaciones de teatreros venezolanos. Afirma que ciertas  “vacas sagradas”, por estar posicionadas, no dejan que las nuevas visiones y propuestas surjan. “No están interesadas en pasar el testigo, en apoyarnos. No van a ver nuestras obras. Ven solo las de sus amigos o las que están  al lado de sus casas. Viven en una burbuja de cristal. Son gerentes de teatros y no nos dan sala porque no tenemos actores conocidos. Tienen que salir de esa burbuja de cristal para que conozcan a los comediantes de la nueva generación, quienes son mejores que muchos de los que ellos conocen”.


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