sábado, septiembre 29, 2012

Neurosis sexuales


Venezuela tiene escuelas caninas para las mascotas, pero carece de una escuela que capacite a jóvenes directores de teatro. Como la culpa no es de Unearte (2009)  esperamos que ahí se programen, más temprano que nunca, talleres exhaustivos u organicen cátedras magistrales, incluso con especialistas foráneos, sobre ese aspecto tan crucial para el desarrollo  de las artes escénicas.
Mientras la hierba crece, los interesados en creativas puestas en escena se lanzan en pos de propuestas para ubicarse en el reducido mundillo de los verdaderos creadores escénicos. Con el acierto o el error, apoyándose unos a otros y de vez en cuando aspirando luces de alguna película culta e ilustrativa, son algunas de las escasas viandas con las cuales se nutren para asomarse a los magros escenarios que les prestan.
Luis Alfredo Ramírez (Caracas, 20 de mayo de 1985) persiste en crear sesudos montajes que atormenten las ánimas de los espectadores o para golpearlos emocionalmente y se cuestionen así mismos hasta desafiar a la sociedad donde moran. Aunque es egresado como actor de Unearte (2010) ya cuenta siete direcciones en su haber, las cuales no han pasado jamás desapercibidas como la que muestra ahora en la sala Rajatabla: Las neurosis sexuales de nuestros padres, de Lukas  Bärfuss (Thun, Suiza, 30 de diciembre de 1971); valiosa, depurada y artística producción del Teatro de la Baraja, donde participan: Jenifer Urriola, Citlally  Godoy, Orlando Paredes, Rafael Gil, Adolfo Nitolli, Karla Fermín y Daniella Corredor.
No es nada fácil la obra ni el espectáculo con los cuales  el director Ramírez  convoca al público. Es una pieza  muy bien construida (ecléctica carpintería teatral germana) sobre  la feminidad y las relaciones familiares que agudizan  las crisis del personaje Dora. El autor se inspiró en la fémina que apuntaló las legendarias investigaciones de Sigmund Freud sobre la  histeria y recreó a una muchacha de 16 años que es dopada con psicofármacos, hasta que sus padres piden al psiquiatra que se los suspenda para vivir normalmente.
Pero la libertad para Dora explota al enamorarse de un desconocido que la aborda en su trabajo y de ahí salta a las simas de una sexualidad estimulada por el refinamiento erótico de ese novio. La naturaleza hace lo suyo y Dora es obligada a un aborto, lo cual exacerba el sentido libertario  aprisionado en la muchacha hasta ubicarla en un proceloso camino de trampas y  desamores de su burguesa familia y el fugaz novio hacen lo suyo.
Esta versión escénica,  lograda por el fino el pulso estético del   director Ramírez, deja sin aliento al público durante sus trepidantes  90 minutos de duración, porque el grotowskiano performance de Jenifer (con desnudo total incluido) conmueve y reitera como las mujeres son el sexo fuerte, quienes viven la parte más densa y compleja de la vida humana. El resto del elenco cumple profesionalmente con su acompañamiento al aleccionador drama de Dora y sus padres en la corrupta e insensible sociedad mundial.
¿Qué pasará con este joven y osado director? Solo Dios sabrá, como dice la canción, pero si estamos seguros que no se quedará esperando a ver crecer la hierba, y menos cuando ya tiene los derroteros de su plan de vida profesional, donde la temática femenina es muy importante.

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