En nuestro ecléctico y
pragmático deambular por las salas teatrales nos acompañamos, desde hace dos
largos años, con mi amiga Mariu Favaro, actriz
y además conocedora de la gerencia cultural. Ella, inteligente y sensible, abandonó
los escenarios desde los años 90, tras encarnar roles importantes en
espectáculos de Carlos Giménez y Gustavo
Ott, y ahora ha regresado, después de escuchar mis consejos y hacer un fino taller de
voz y dicción con la profesora Felicia Canetti, para integrarse al espectáculo Caricias. Ahí comparte escena con Virginia Urdaneta,
Loly Sánchez, José Romero, Ana María Paredes, Alexander Solórzano, Marco
Alcalá, Arlette Torres, Alexander Rivera, Grouber Materán y el primer
actor José
Torres.
Este
lúdico montaje, auténtica competencia de convincentes performances, es una
respetuosa versión escénica y
precisa dirección que José Jesús
González ha logrado del texto original de Sergi Belbel, estrenado en
1990 y llevado después al cine por Vigas Luna. Aquí en Caracas fue exhibido por
el director Dairo Piñeres y su agrupación Séptimo Piso.
Este Caricias del 2013, producción de Alexxey Córdova para la agrupación Teatro del Encuentro, la cual
muestra el Espacio Plural de Trasnocho Cultural, nos recuerda que sin amor o sin
afectos, o sin caricias para expresarlo en lenguaje físico, la vida no merece
llamarse vida y lo único que queda es la muerte física o una espantosa soledad
que es muerte en vida. Es existencialismo combinado con un tanto de vitalismo, por
aquello de que el sexo, cuando está resuelta la alimentación y el techo, es lo único
que mueve al ser humano, no solo ahora en este confuso siglo XXI sino siempre,
desde que salió de las cavernas y comenzó a crear una civilización polisémica.
El espectáculo de Caricias –otra feliz muestra del
minimalismo escenográfico desplegado en
un espacio escénico de tres lados- se consigue por intermedio de sus 11 profesionales actores quienes crean a sus complejos
personajes y los hacen interactuar para dar lecciones vitales, las cuales van
desde al matrimonio heterosexual conflictuado y tragicómico, que se mantiene a
todo trance, hasta el drama de la madre solitaria cuyo hijo homosexual vive una
compleja relación con un hombre mayor, sin dejar de lado los otros sinsabores
de conductas sexuales con perversiones, etcétera.
En Caricias no hay compasión con nadie. Va desde la denuncia de
la vejez solitaria hasta la adolescencia
perversa y manipuladora, pero recordando siempre que todos nos necesitamos y debemos buscar como conciliar
intereses y angustias hasta que llegue el
final con la huida hacia un anhelado Nirvana que nadie conoce, aunque los
poetas se han esforzado en relatarlo.
Las actuaciones, el verdadero meollo del montaje, son deliciosamente convincentes
e incluso hasta el joven Grouber Materán saca provecho de su personaje trasgresor,
al lado del derroche actoral de José Torres en su rol de viejo empeñado en
vivir en medio de una sociedad que lo ignora. Y no puedo dejar de felicitar a
la relanzada Favaro, quien se ha superado a sí misma y ahora reemprende su
camino teatral, con la madurez de todo lo vivido como importante bagaje.
Gracias por ofrecernos esta visión. Mariu, realmente es extraordinaria
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