sábado, marzo 15, 2014

Una Lírica para la paz venezolana

Las primeras actrices Carolina Torres, María Brito y Verónica Arellano
Por esos avatares o vicisitudes de la vida, ese periodista debutó como dramaturgo con  Evangélicas, divorciadas y vegetarianas (1989) y ahora tiene en su webside (http://www.gustavoott.com.ar) nada menos que 35 obras disponibles en español y 54 en 14 idiomas diferentes, varias exhibidas en escenarios foráneos, con éxito además.
Aludimos a Gustavo Ott Ramírez (Caracas,1963) porque hemos llorado, de tristeza y felicidad, al volver a ver en el  Teatro San Martin de Caracas (TSMC), su estremecedora y utópica obra Lírica (2011), plasmada magistralmente gracias al conmovedor despliegue histriónico de María Brito, Verónica Arellano y Carolina Torres, con la cómplice conducción magistral de Luis Domingo González y la cuidadosa producción  de David Villegas.
 Lírica, en segunda temporada, recrea hechos ocurridos durante el 2006 en una escuela de la zona de San Martín, apenas a unos pasos del TSMC en al suroeste caraqueño, entre dos niños de nueve años. Ahí aborda las relaciones de los temas del odio, la venganza y el perdón  y las imbrica  con la poesía, la música y el amor. Las armas nobles de la utopía humanista contra la irracionalidad del poder y los extremismos ideológicos, como algunas religiones. Utopía que predica el cultivo de la sensibilidad humana a partir de las artes e incluso el amor o la amistad para lograr ese mundo mejor en el cual soñamos todos los seres humanos sensatos.
Ott Ramírez poetiza la situación en la que se vieron involucradas esas dos familias y la propone como una metáfora del país y sueña en la capacidad  de nuestra sociedad si de una vez termina por confiar en la fuerza poderosa de su sensibilidad.
Es la obra más hiperrealista que hayamos visto jamás en el TSMC. Una escenografía compuesta por un vetusto piano y el banco del intérprete, un escritorio con unas carpetas, tres sillas y el tricolor venezolano y una litografía con el Libertador en un rincón, reciben a tres mujeres empeñadas en resolver sus problemas y salir victoriosas, mientras que los verdaderos protagonistas están afuera, en el patio de una escuela. Ellos son los alumnos David López y Lennon González, empeñados en conocer y comerse al mundo, divertirse, estudiar y enamorar con sus poemas a la niña más linda de su clase, Francesca. Mientras en la oficina de la directora del plantel, Abril López y Norway González insisten en retirar a sus hijos del claustro, porque el papá de Lennon mató al padre de David… y ninguna de ellas puede aceptar tal tragedia, no les parece sano ni correcto que sigan juntos y además fraternicen. Mientras que la utopista educadora lucha para convencerlas de que si hay una sana convivencia entre los muchachitos, quienes se ayudan mutuamente en sus estudios y además poetizan la realidad para enamorar a la damita que los tiene locos. 
El final es abierto: las conflictuadas madres se conmueven ante la interpretación de la pieza Gnossienne No. 5 de Erik Satie, e intentan romper el hielo de sus tragedias familiares y hacer felices a sus vástagos.
Rara didascalia
Desde hace 21 años, en la avenida San Martín, donde antes funcionaba la sala de sorteos de la Lotería de Caracas, vive el Teatro San Martín de Caracas, planificado y dirigido por Gustavo Ott Ramírez  y un puñado de artistas quienes habitan en ese sector suroeste de la capital venezolana.Ahí hemos visto de todo. Y en especial el crecimiento de una comunidad en torno a un proyecto sociocultural que es eminentemente popular.
Hemos discrepado del acabado de varios de sus espectáculos, es lógico, pero con respecto a Lirica, que consideramos la obra más perfecta de Ott Ramírez , debemos subrayar que el montaje se realiza con una cortina sonora o soundtrakc de temblores sísmicos de diversa  intensidad. ¿Por qué? El autor no ha precisado esa  didascalia, pero es presumible que debe ser  para  aludir al terreno sísmico que es Venezuela y porque además pretende dar una lectura sociopolítica al espacio donde se desarrolla la saga. Nosotros no estamos de acuerdo con ese efecto sonoro, el cual provoca lo mismo que cuando al buen vino se le echa agua. Más nada. Sobra y crea un ruido innecesario al público.




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