viernes, octubre 31, 2014

¿Tequila o Ron?

Soto, González  y  Cortez  en  un   melodrama  sobre la inmigración
Los artistas venezolanos Diego y Carlota, acompañados por su hijo Federico, se instalaron en Ciudad de México para construir un futuro al tamaño de sus necesidades y anhelos; se cansaron de trabajar, soñarlo y no lograrlo. A los pocos meses de tal inmigración comienzan a sufrir la penuria preñada de soledades existenciales (tienen más de 20 años de casados), agudizadas porque no atrapan trabajos cónsonos ni medianamente remunerados y día a día merman los dólares  (rasparon las tarjetas de crédito). Entran en crisis y  buscan salidas a sus miserias de inmigrantes pobres y sin amigos (hasta en Facebook los ignoran), en medio de atmósferas recargadas de nostalgia o saudades.
De eso trata la patética saga teatral  ¿Tequila o Ron?, de Gennys Pérez (Barquisimeto, 1969),  encarnada magistralmente por los actores Henry Soto y Verónica Cortez  en el Centro Cultural BOD, con creativa puesta en escena que logra José Jesús González. Excelente y aleccionadora pieza  que -su autora ahora vive en México con su vástago Néstor Luis - muestra a una minifamilia inmigrante que no ha tenido suerte ni suficientes divisas para sobrevivir dentro de una sociedad diferente, aunque coman maíz, mientras encuentran ese indescriptible vellocinio de oro que los proyectaría en la escala social azteca.
Permite conocer las personalidades de èl y ella: criollo cuatrista fascinado por las  tonadas de Simón Díaz y prestigiosa actriz que busca encarnar roles importantes en alguna fábrica de telenovelas.  Las peripecias de ese matrimonio -el hijo no aparece nunca- conmueven al más duro de los espectadores, porque son seres solitarios y totalmente desvalidos, un tanto ingenuos; gente que nunca antes emigró, sino que hicieron turismo de bonanza (ta´barato dame dos) y ahora se comen el pan duro del autodestierro.
¿Tequila o Ron?, que oscila entre la comedia y el melodrama, no es un panfleto sobre razones o sin razones de la inmigración. Nada de eso: muestra situaciones críticas ante las  penurias económicas familiares y carece de las tradicionales persecuciones que desatan las autoridades migratorias contra visitantes al borde de situaciones ilegales. En USA la situación es más difícil, además del idioma. Y rompe una lanza a favor de la histórica hospitalidad mexicana. ¡Todo no se ha perdido en este balcanizado continente!
Al final, Carlota y Federico se quedan solos. Diego, con su cuatro al hombro, retorna a Caracas, con la promesa de seguirlos amando, aunque no los vea; una suave variación del Síndrome de Jasón, ese  que destruye matrimonios a montón. Madre y muchacho, bastante asimilados al medio mexicano, tienen sus recompensas: a ella la contratan para actuar en Televisa y el joven ingresa a la universidad para organizarse un futuro, con esa mamá gallina atrás. El futuro para ellos sí avanza. ¿Por qué las mujeres venezolanas son así, tan echadas para adelante?, como el caso de Indira Páez, para hablar de un ser de carne y hueso, que hasta ahora destaca en Miami.

Cabe exaltar este montaje sin mezquindad alguna, el cual rompe con lo convencional y combina, con acierto, el stand up comedy y la actuación hiperrealista, y además fomenta la participación del público durante los 60 minutos de su relax escénico. ¡O inventamos o erramos!

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