viernes, marzo 13, 2015

Felipe Pirela en Unearte

 Jorge Velázquez canta por Felipe Pirela


El cantante Felipe Pirela (Maracaibo, 1941) era gay y para desmentir, o bajarle el volumen a todo lo que decían en la calle y especialmente en las redacciones faranduleras de periódicos y revistas de Venezuela, se casó, a los 23 años, con una menor  de edad (ella de 14). Fue peor el remedio que la enfermedad. Su suegra, dos años después, logró divorciarlos –según reza el documento legal- por homosexualidad, lesiones personales y privación de libertad. Venezuela (década de los 60) era otra y las tribus, como la de “David”, impartían justicia.¿Raro, verdad?

De ahí en adelante su existencia fue dando tumbos, estimulada por  falsos amigos, amores estériles, alcohol y drogas,  hasta que lo mataron durante  la madrugada del 2 de junio de 1972  en San Juan de Puerto Rico. Él había pedido a sus amigos que si le pasaba algo no quería que lo sepultaran en Venezuela porque aquí le habían desgraciado su existencia. Su familia lo sepultó en tierra zuliana el 5 de julio de 1972, desechando así su última voluntad.

Para denunciar que la homofobia mata o desgracia  la vida a quienes no aceptan ciertas pautas de conducta y optan por degustar lo prohibido, Paul Salazar Rivas, con su agrupación   y la Compañía Nacional de Teatro, se han encargado de revivir la trágica historia de la vida íntima de tan excelente artista  y  mostrarla  desde la sala Anna Julia Rojas de Unearte, con el espectáculo  La última voluntad de Felipe Pirela.

Salazar Rivas recurrió al recurso de hacer teatro dentro del teatro y localiza a los personajes de su tragicomedia en un hospital psiquiátrico de Puerto Rico, donde, en la época actual,  unos pacientes cuentan la historia de Felipe Pirela. Una saga elaborada  con secretos a voces, éxitos, traiciones, discriminación e intolerancia reconstruye la vida y el calvario del legendario bolerista, encarnado por correctísimo vocalista Jorge Velázquez, quien interpreta algunos de sus  memorables éxitos. Sus interpretaciones son como un bálsamo, mientras los actores-locos (Aura D’Arthenay, Carlos Minoves, Jonathan Urrea y Karla Pravia) juegan a recrear el truculento drama humano del artista, quien no encontró un sensato asesor o manager para salvarlo de la ignominia y de la persecución o acoso que le hacia su ex suegra. El  mundo sería  otro  en el siglo XXI.
La última voluntad de Felipe Pirela es, pues, una  conmovedora tragicomedia   para   evocar  a uno de los cantantes populares más importantes de la historia venezolana. Buen ser humano, con defectos y virtudes, quien confió en mucha gente que no merecía tal distinción. Ahí está Felipe Pirela, condenado a descansar en la tierra que amaba.

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