sábado, enero 16, 2016

El abrazo de la serpiente o las venas abiertas de América Latina

Publicado por Alberto Sáez Villarino jueves, junio 04, 2015.
El antepenúltimo Mohicano
Seres hostiles e irracionales, así fue como los colonizadores definieron a los aborígenes que poblaban las inmediaciones del río Amazonas antes de que se vieran obligados a masacrarlos ya que, incomprensiblemente, estos indígenas no accedieron de buena gana a modificar sus costumbres y cultura como pretendían los recién llegados, quienes reclamaban la tierra suya y les ofrecían la posibilidad de continuar viviendo en ella sujetos a sus mínimas leyes de convivencia (posteriormente englobadas en el término esclavitud).El abrazo de la serpiente se muestra como una integrante de esa inusual y misteriosa estirpe de películas que, como algunas de las plantas medicinales y analgésicas más comunes de nuestro tiempo, han aparecido a lo largo de la historia para reivindicar que lo primigenio y lo primordial van unidos de la mano, en cualquier tipo de ámbito, y supeditados a unos resultados mucho más satisfactorios que cualquiera de los productos químicos subsecuentes y derivados. De esta manera, la nueva obra del colombiano Ciro Guerra contribuye a enriquecer un acervo cinematográfico que, en su búsqueda de lo natural y primitivo, constituye una pieza imprescindible tanto de antropología histórica, en su exploración reflexiva sobre el tránsito de lo caduco, como filmográfica, aumentando el crédito de un país al que ya le habíamos perdido la pista,cinematográficamente hablando.
El creciente desdén con el que las ciencias naturales están siendo tratadas levanta de nuevo el debate sobre la necesidad que tiene el primer mundo —Norteamérica principalmente— de controlar el gran mercado ejerciendo una competencia desleal basada en el descrédito de aquello que se escapa de su control o entendimiento. Empero surgen preguntas perentorias de cada acción, aparentemente desinteresada y escondida tras un puñado de eufemismos sobre las buenas intenciones, la preocupación y el respeto, que la ciencia experimental y moderna es incapaz de responder. Es por ello por lo que esta película resulta, aparte de un maravilloso ejercicio estético-reflexivo, una poderosa herramienta de protesta. Algo que puede apreciarse en la sensacional escena de la brújula; un misionero se niega a que los miembros de una tribu se queden con su instrumento magnético. Incapaz de reconocer su apego a los bienes materiales, se escuda en la falsa e hipócrita preocupación de que podría actuar como un transmisor de conocimiento negativo, destruyendo su actual sistema de orientación basado en los vientos y las estrellas. «El conocimiento pertenece a todos». Este brillante diálogo constituye un testimonio concreto y fehaciente de un largo y decadente proceso cultural. Una egoísta, totalitaria y narcisista civilización que demuestra su incapacidad para permitir el progreso de otras culturas que amenacen a la suya y desacrediten su propia artificiosidad utilitarista envasada al vacío y vendida al por mayor.
Guerra utiliza un único hilo narrativo no lineal y un exclusivo espacio físico para, mediante la introducción de dos momentos temporales diferentes, mostrar la evolución del hombre blanco en su proceso de comprensión de las tribus aborígenes de la amazonia colombiana. En su empeño de realizar este complejo estudio, el director plantea una única narración basada en el empirismo y en la descripción de registros anecdóticos y procedimentales de dos diferentes exploradores que recorrieron idénticos caminos con 20 años de diferencia. Cualquier separación entre escenas queda completamente erradicada, hecho que aporta una mayor fluidez al relato y obliga al espectador a permanecer atento a los cambios, no sólo de protagonista, ya que en ocasiones la transición es tan sutil que apenas logramos percatarnos, sino también del propio entorno y las vicisitudes que encontramos a su paso, cada vez más demacrado y explotado por el paso de la evolución y la contaminación social en un territorio profanado. La no obviedad de la película en ese sentido eleva su narración al desvanecer la línea espacio-temporal, haciendo que las dos diferentes etapas transitorias se vean unidas por hábiles trucos de cámara que juntan lugares comunes en momentos diferentes. Pasado y futuro se confunden gracias a la astucia de la cámara y el sensacional aprovechamiento del espacio. Como nexo de historias y agente estabilizador, que da orden y sentido en todo momento a las alteraciones cronológicas, encontramos a Karamakate, último superviviente de una tribu amazónica. La película se centrará en la relación de éste con dos exploradores, el biólogo alemán Theodor Koch-Grüngberg, y el estadounidense Richard Evans Schultes —ambos figuras reales en el campo de la etnología— en su intento de encontrar una planta curativa milenaria cuya efectividad depende de la conexión espiritual y el entendimiento de unos conocimientos esotéricos ancestrales.
Desde el punto de vista de su estructura formal, el filme, tras dejar clara desde las secuencias introductorias su intencionalidad atemporal, aprovechará su potencia visual para la que, sorprendentemente, ha renunciado de manera deliberada al poder cromático de la selva en beneficio de un blanco y negro tan sugerente como acertadamente anacrónico, en su esfuerzo de representar el impacto que la invasión de la civilización tuvo sobre la totalidad de las especies —animales y vegetales— en la época precolombina. Gracias a esa perspectiva múltiple aportada por el salto temporal de 20 años, se pueden apreciar no sólo los efectos, sino también el desarrollo de la acción rememorada, desde una óptica biográfico-colectiva, en un mismo escenario. Este es el caso del recinto evangelizador en el que los españoles educaban a los niños en la moral cristiana por medio de los frailes capuchinos y que, dos décadas después, estaba invadido por congregaciones sectarias primitivistas de prácticas mesiánicas absurdas y extremistas. Sin embargo, el protagonismo en El abrazo de la serpiente está destinado por completo a Karamakate, como fiel representante de las civilizaciones sometidas al colonialismo y no, como habíamos visto anteriormente, a los propios expedicionarios ejemplificados con cierta honorabilidad por Herzog en películas como Aguirre, la cólera de Dios (Aguirre der Zorn Gottes, 1972), o Fitzcarraldo (1982). El colonizador es en la presente cinta un peligroso intruso al que le precede la terrible fama de sus antecesores, caucheros del corte de Julio César Arana del Águila, a quien se menciona indirectamente recordando la espantosa matanza de los peruanos, en alusión a los escándalos del Putumayo.
Un notable ejercicio de estilo y experimentación en el que las prácticas misionales de las reducciones jesuíticas de Colombia quedan como un anecdótico acompañamiento dramático frente al verdadero foco de la acción; un trabajo de extensa historiografía narrativa cuya principal baza se polariza en la complementariedad de dos personajes encarnados en la misma figura —Karamakate joven y Karamakate viejo—, reviviendo un capítulo de su vida con el conocimiento y la experiencia que la primera vivencia, 20 años atrás, le proporcionó. De esta manera, el filme queda alegóricamente dividido en su vertiente histórica, la cual nos aproxima, a través de dos personajes reales —exploradores— a un episodio de la colonización sudamericana mediante una reconstrucción fílmica relativamente fidedigna, reflejando algunos rasgos de la sociedad colonial culturalmente mestiza; y su vertiente aventurera, mostrando el viaje iniciático de dos investigadores que evidencian la incompatibilidad cultural y los problemas del desconocimiento y la intolerancia. Nuevo ejemplo de la pobreza del ser humano en comparación a la riqueza del entorno natural, y la mezquindad de aquél al tratar de agotar los recursos de éste. Retrato metafórico aplicable a la época contemporánea que complementa el sensacional trabajo de Eduardo Galeano: «El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y continúa alimentándolo (…) habitamos, a lo sumo, en una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación. Es América Latina, la región de las venas abiertas».  
 Ficha técnica
Colombia. 2015. Título original: El abrazo de la serpiente. Director: Ciro Guerra. Guion: Jacques Toulemonde, Ciro Guerra. Fotografía : David Gallego. Música: Nascuy Linares. Duración: 125 minutos. Productora: Coproducción Colombia-Venezuela-Argentina; Ciudad Lunar Producciones / Buffalo Producciones / Caracol Televisión / Dago García Producciones / MC Producciones / Nortesur Producciones. Montaje: Etienne Boussac. Intérpretes: Brionne Davis, Nilbio Torres, Antonio Bolívar, Jan Bijvoet, Nicolás Cancino, Yauenkü Migue, Luigi Sciamanna. Presentación oficial: Festival Internacional de Cannes 2015 (Ganadora Quincena de realizadores).


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