El teatro criollo sigue vivo por sus artistas y su audiencia. |
Su estreno fue fijado para el jueves 11 de abril de 2002, a las
8 PM, en la sala Horacio Peterson del Ateneo de Caracas (ahora es sede de la
Universidad Nacional Experimental de las Artes). Pero a esa hora la nación
venezolana estaba sumergida en un mar de violencia y tras 72 horas de aquellos sangrientos sucesos por el golpe de Estado y
la restitución del Presidente de la República, comandante Hugo Chávez Frías, quedó
metafóricamente, en una especie de isla –cual un naufragio- y a punto de ser aislada del contexto internacional por sus rivales y
vecinos exteriores y, además, por la incomprensión interna y foránea hacia el
proceso socioeconómico que aquí se vivía… y el cual prosigue con algunos
matices.
TEATRO A ESCENA
Tras un segundo intento, también abortado el sábado 13, fue
finalmente el miércoles 17 de aquel histórico abril que esa comedia satírica, Los náufragos,
pudo exhibirse, gracias al tesón del director y
autor Gerardo Blanco López, la valiosa entrega profesional de los actores Héctor Campobello y Germán Mendieta, el
férreo equipo de producción que lideraba Toti Vollmer para el grupo Bagazos, y
la plausible complicidad de los trabajadores ateneístas.
Hay que dejar constancia que Gerardo Blanco López (Caracas, 1950)
nunca esperó que al escribir y estrenar, tras dos intentos, su obra Los náufragos, se instalara en el ojo
cultural del actual polémico huracán de análisis o en la extensa hora de las
reflexiones que se vive desde entonces en esta Venezuela, nuestra patria. Este
dramaturgo –que precisamente ahora exhibe un sainete sobre algunas facetas de
la vejez femenina, Nos vemos el miércoles, en el Teatro Trasnocho-
se ha caracterizado por escribir y
montar piezas sobre las siempre delicadas situaciones del ser humano, para lo
cual ha transformado el escenario o el set de televisión ( es libretista
destacado) en una especie de intimo salón de espejos (cóncavos, como diría Ramón María Valle Inclán) para que los
espectadores o televidentes puedan verse
y hasta reflexionar, a través de momentos dramáticos o de humor. Como teatrista
tiene una larga lista de aciertos y errores, pero no se ha envanecido ni de tampoco
ha desertado. Y hay que reconocer que es un sociólogo práctico (es licenciado en Educación) y
un artista que utiliza al teatro
para convocar a los compatriotas a pensar
en la urgente necesidad que existe de resolver los problemas de cualquier
índole y buscarles solución por la vía de la razón y la compenetración y no
precisamente por la violencia. Es un hombre pacifista, que da la cara ante los
conflictos, una actitud que no todos hacen.
15 AÑOS MÁS TARDE
Hemos recordado aquellos inolvidables “Idus de abril del 2002” y
la ejemplar insistencia de Blanco López por estrenar sus “náufragos”, porque a
15 años de aquellos históricos sucesos, un grupo de jóvenes venezolanos han
trabajado duramente para hacer una breve temporada de Los náufragos en la sala alternativa Anna Julia Rojas (avenida
México, Metro de Bellas Artes), la cual sobrevive por la gerencia de Carmen “La
negra” Jiménez.
Los náufragos no es una comedia ni un sainete más sobre la cotidianidad venezolana.
Es una invitación para que el público se mire en el escenario se calibre como
parte de un colectivo con una historia común y se dé cuenta de lo bueno y lo
malo que le devuelve ese espejo. Todo gracias a las desventuras de Antonio
Rubios y Carlos Vasconcelos (inicialmente los
encarnaban maravillosamente Mendieta y Campobello y ahora los asumen,
con bastante solvencia, Rafael Carrillo y
Julio César Marcano), amigos de postín, tramposos y mentirosos,
desleales hasta con ellos, mismos, quienes han escapado de morir ahogados y están
ahora –en una mínima y desolada isla- contando y recontando sus más gratos
recuerdos, casi todos centrados en situaciones eróticas, algunas realizadas y
otras meramente imaginadas, mientras esperan que les llegue la muerte o que
alguien los salve en el último momento; pero
antes que se materialice el inevitable
desenlace , ellos ríen de sí mismos por haberse
perdido su tiempo en situaciones absurdas y sin lógica, como la que están
viviendo ahora por no saber manejar un yate que les presto un amigo,
enriquecido gracias a la corrupción, el
cual, desgraciadamente, los hizo naufragar y colocarlos ante un incierto futuro.
¿Qué tiene que ver Los náufragos
con la actual situación sociopolítica venezolana? Bastante, aunque la pieza fue escrita mucho
antes de los sangrientos sucesos de aquel 11 de abril , alude a la esencia de
todos los conflictos: la peculiar idiosincrasia
vernácula, esa que hace que todos los problemas
se agraven porque nadie toma una decisión –acertada o incorrecta-para encontrarle
una salida a la situación en complejas y se opta más bien por la cómoda de “echarse
un camaroncito” o dejar para después, o
procrastinar, como es la moda
actual, la indispensable decisión, esperando
que al día siguiente todo este mejor que antes, sin sospechar que no habrá otra
oportunidad para mejorar.
Gerardo Blanco López, cual discreto taumaturgo criollo, plantea
también en sus dos personajes y en la metáfora escénica de Los náufragos, esa singular apatía,
desidia, indolencia, flojera y hasta el nefasto “vivalapepismo”, que han
estimulado e inoculado, perversamente,
los sectores políticos a un grueso sector de la población venezolana
para poderla manejar a sus antojos cual si fuesen títeres. No hace, por
supuesto, predica política en su pieza, nunca lo hizo, ni antes ni ahora. No,
nada de eso. Lo que ocurre es que logra plasmar a dos criollos en una
situación, que, notablemente, es la que vive se vive ahora en el país entero. El
teatro es vida.
El actual montaje de Los
náufragos se ha logrado por la dirección de Yorvi Bastidas y es una
producción de La Tramoya Teatro y sus líderes son Julio César Marcano y Gabriela Montani. Es una meritoria empresa cultural,
perteneciente a la generación de relevo de la escena criolla. Fundada en 2013,
tiene como objetivo crear propuestas innovadoras para ser presentadas en
espacios teatrales experimentales y no convencionales, como pequeñas salas,
plazas, calles y avenidas. Van, pues, por buen camino.