jueves, agosto 02, 2018

Cinco esquinas caraqueñas se hacen teatro


El teatro venezolano se reinventa fuera de las salas para hacer vida en las comunidades y es por eso que varios colectivos enteros de nuevos y veteranos artistas han tenido nuevas experiencias gracias la espontaneidad de las calles y las plazas públicas, al mismo tiempo que descubren un semillero de talentos que demuestra que el teatro no es oficio sólo para profesionales. Nace siempre de las entrañas del pueblo ansioso de ser oído y visto por sus comunidades.
En Caracas, como lo ha dicho el artista Alberto Ravara, el fenómeno del teatro comunitario se volvió más frecuente desde 2002, en pleno escenario del golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez, “un momento delicado para el país por el que un gran grupo de artistas decidimos hacer del teatro un mensaje para la paz. Fuimos a las comunidades para hacer funciones y aunque en algunas zonas no nos querían recibir, pronto la gente comenzó a pedirnos más y más obras. En ese momento entendimos que la gente necesitaba del teatro”, declara el artista de nacionalidad argentina, quien tiene no menos de 40 años viviendo en este país. Nace así, sin pretender hacer “historicismo estético”, el teatro comunitario de Caracas, más de este siglo XXI por supuesto.
 “Esas comunidades teatreras se definen por su alegría, por lo expresivas que son, tan ricas en matices y con unas ganas muy grandes de participar. Hemos descubierto que hay mucho potencial en las calles y nosotros como artistas debemos apoyar a la gente, estimularla, brindar las herramientas para que los nuevos grupos aprendan de técnicas teatrales, sin ejercer sobre ellas una enseñanza dominante. Las comunidades deben usar el teatro para retratarse a sí mismas”, apunta Ravara.
El teatro, pues, viene a ser  el instrumento ideal para unir a la gente, para luchar contra la inseguridad, contra el pesimismo, contra cualquier problema que nos quiera afectar, podríamos sinterizar lo que predica y muestran Ravara y otros teatreros como él, creyentes en los poderes mágicos del pueblo., quienes “cuentan historias locales tal como lo hacen las comunidades, con un potencial metodológico, estético y de experimentación que puede competir perfectamente con cualquier grupo profesional”,
Este año, el teatro comunitario se hizo  nuevamente espectáculo público con el montaje de la obra Las esquinas de Caracas, una pieza de creación colectiva dirigida por José Luis León, la cual se presentó para festejar  además los 451 años de la fundación de Caracas (25 de julio) por un selecto grupo de habitantes de las parroquias de Santa Teresa, Catedral, Candelaria, Altagracia, San Agustín y San Juan, con sendas presentaciones del taller comunitario “Las esquinas de Caracas”, los días 28 y 28 de julio y está programado  de nuevo  durante los días 3 y 4 de agosto, a las 4 de la tarde, en la instalaciones del Teatro Nacional, donde participan no menos de 40 personas.
Esta muestra selecta de teatro comunitario, que fue muy aplaudida por numerosos espectadores, se logró gracias a la iniciativa de la agrupación Actividades Alternativas, en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro, y además este año fue posible gracias al trabajo en conjunto con la Red de Teatro y Circo, la Escuela Nacional de Artes Escénicas César Rengifo, la Escuela de Arte Escénico Juana Sujo y la organización teatral Igual a Uno.
El director León afirmó que “con este montaje llegamos a crear un espacio para el encuentro, donde se investigaron y exploraron las historias, costumbres y tradiciones de las esquinas de Caracas, donde que lo más admirable de este proyecto es la retroalimentación gracias a la convivencia que se ha creado entre los artista y las comunidades. El resultado de esta actividad teatral es una familia, con todos sus elementos y matices. Las comunidades nos cuentan sus historias y los artistas les brindamos las herramientas para escenificarlas”.
Subrayo León que hacia finales del siglo XVIII, las calles y esquinas de Caracas no poseían nombres, sólo se conocían aquellas que tenían como referencia una iglesia cercana, alguna casa de personas importantes, o que hacían alusión a anécdotas en el cruce de sus calles. Y de ahí nace una singular topografía urbana, que ha sido reseñada por varios escritores, especialmente por Carmen Clemente Travieso, en su libro Las esquinas de Caracas, editado hacia 1956.
SOLO CINCO POR AHORA
Para este espectáculo se eligieron las esquinas de Ánimas, Cristo al revés, la Torre, el Muerto y Miguelacho. Gracias a este montaje, los interpretes revelaron como cuando la oscuridad caía sobre un sitio siniestro y además infundía terror al vecindario, se podía escuchar un coro de voces fúnebres, hasta que unos curiosos salieron a ver de qué se trataba y se llevaron tremenda sorpresa: eran unas sombras con túnicas blancas que llevaban hachas encendidas y que solían identificarse como “Ánimas del Purgatorio”. Y se llamó desde entonces la esquina de Ánimas
Sobre la esquina de Cristo al revés se comenta que en ese sector vivía un zapatero quien cosía tan artísticamente las zapatillas de tacón Luis XV como las botas de los soldados. Luego que un colega se instaló a pocas casas, el primer zapatero colocó de cabeza a un Cristo para presionarlo a que le alejara al competidor, cuenta la leyenda.
La catedral de Caracas (1666) no tuvo una torre para sus campanas sino unos cien años después de su erección, porque las campanas colgaban de unos horcones de madera que servían de campanil. El reloj de la torre fue puesto en su sitio, durante la administración del presidente Juan Pablo Rojas Paúl. Seis relojes le precedieron en la Catedral; mientras más antiguos más modestos e imperfectos. Desde entonces se le conoce como la esquina de Torre.
Con respecto a la esquina El muerto,  cuenta también  la periodista  Travieso  que durante la sórdida Guerra Federal llegaron a la esquina que hoy se conoce como El Muerto, para recoger los cuerpos de algunos combatientes y al ser llevado en camilla  uno se sentó de repente y dijo: “No me lleven a enterrar, porque estoy vivo”. El protagonista de la historia, evidentemente, no había muerto. Había caído desmayado producto de la herida y luego recobró el conocimiento. Así, la historia de esta esquina que no es la de cualquier muerto que salía de noche a asustar, sino la de un vivo que todos creían muerto, o la de un muerto que revivió. Excelente reseña además de la Travieso.
Y la esquina de Miguelacho se llama así porque ahí funcionaba na pulpería de un tal Ño Miguelacho, todo un personaje defensor de los niños y los desamparados, quienes lo salvaron de la cárcel porque la comunidad protestó ante las autoridades de turno.
Los actores relataron, pues, cada una de las historias de esas esquinas y alternaban sus apariciones con danzones, merengues y boleros, más del siglo XX, como Caracas vieja Rayito de luna, Epa Isidoro, El yerbatero y El madrigal, para animar así aquella fiesta que tenía un ritmo aceptable, bien iluminado y con vestuarios de época. Unos gratos 60 minutos de un cuento dignamente echado.
En síntesis, Las esquinas de Caracas merecen seguirse exhibiendo, con más esquinas. Hay que recordar, como dicen los reseñadores del libro de Travieso, que los curiosos nombres de las esquinas del  centro de Caracas  no fue obra de las autoridades  municipales sino del mismo pueblo, quien necesitaba de una orientación en una ciudad  donde casi toda las casas se parecían.

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